El candidato oficial

Ya que el gobernador de Santa Fe, Carlos Reutemann, ha optado por no presentarse luego de ver «algo que no puedo contar», a José Manuel de la Sota le ha tocado ser el candidato presidencial de los sectores peronistas vinculados con el presidente Eduardo Duhalde, a pesar de que desde hace años el discurso del cordobés haya sido muy distinto de aquél del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, hombre que antes de saltar al poder daba a entender que de tener la oportunidad no vacilaría en reemplazar el «modelo económico» existente por otro radicalmente diferente. Aunque no cabe duda de que el ideario de De la Sota representa una alternativa positiva al credo populista que reivindicaba Duhalde, el que cuente con el respaldo del presidente interino no contribuirá a afianzar su posición entre los muchos que en términos generales consideran apropiadas sus recetas. Por otra parte, gracias al paso al costado de Reutemann y la voluntad manifiesta de Duhalde de frenar a Menem con la ayuda de virtualmente cualquier otro presunto presidenciable peronista, a De la Sota no le será fácil en absoluto superar las dificultades que ya le ha planteado su condición de «candidato muletto» por un lado y, por el otro, de «delfín» de quien es el representante principal del clientelismo tradicional que tantos perjuicios nos ha provocado.

Con todo, en vista de las deficiencias flagrantes de las demás opciones actualmente disponibles, la candidatura de De la Sota podría prosperar con tal que logre no sólo despegarse de Duhalde, sino también convencer a la mayoría de los peronistas primero y del electorado después de que posee la fortaleza de carácter necesaria para gobernar un país en el que el clamor constante por cambios radicales suele encubrir la resistencia terca a ceder terreno que caracteriza a todos los muchos sectores corporativos que dominan la Argentina. Si bien las propuestas de De la Sota siguen siendo vagas, por lo menos ha hecho gala de su sentido común al subrayar que su «modelo» sería aquel de los países a los cuales tantos argentinos están emigrando en busca de un futuro mejor, no de otros a los que por motivos patentes ninguna familia cuerda soñaría con trasladarse. Dicho de otro modo, De la Sota pensaría más en lo que podrán enseñarnos España, Italia, el Canadá, Australia y, cuando no, Estados Unidos, que en Cuba o en aquel país imaginario a cuyos méritos suelen aludir los políticos populistas que despotrican contra el capitalismo siempre «salvaje», la «globalización» y el «neoliberalismo» sin darse el trabajo de informarnos qué precisamente harían para defendernos contra los males así supuestos. Sin embargo, aunque el deseo evidente de De la Sota de que la Argentina sea un «país normal» es reconfortante después de tantos años de tremendismo inconducente, alcanzar lo que a primera vista parece ser una meta modesta requeriría una multitud de reformas que la mayoría de los políticos, sindicalistas y empresarios trataría de desvirtuar.

Además de ser legítimas las dudas en cuanto a su capacidad para hacer mella en las defensas de una clase política de actitudes sumamente conservadoras, De la Sota tendrá que superar la desventaja que le supone el patrocinio de Duhalde. No es meramente una cuestión de «imagen», o sea, del riesgo de verse contagiado por la reputación opaca del actual presidente. También lo es de la conciencia difundida de que tanto los políticos bonaerenses como sus homólogos de otras provincias querrán que a cambio de contar con su apoyo De la Sota acepte respetar sus intereses particulares, de suerte que en el caso de que triunfara en las elecciones se vería comprometido con un sistema que es la antítesis del implicado por su propio plan de gobierno. Aunque algunos políticos comprenden que a menos que el país consiga eliminar tanto las trabas jurídicas y burocráticas como las organizaciones parasitarias que son incompatibles con una democracia capitalista moderna no tendrá ninguna posibilidad de sustraerse al pantano en el que está atollado, el grueso de los «dirigentes» nacionales tiene sus propias prioridades y es de prever que bajo distintos pretextos continuarán poniendo obstáculos en el camino de los deseosos de concretar reformas que son claramente imprescindibles.


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