En San Martín de los Andes, aquellas tropas de carros… , Por Héctor Pérez Morando 04-02-04
Había estado aquel 4 de febrero de 1898 muy cerca del Lácar. Fue el Regimiento fundador, el C.3 como era conocido popularmente entre los uniformados: «Al entregar al cuidado del Regimiento 3º de Caballería un puesto avanzado de nuestra frontera internacional, tiene el que firma la plena confianza de que las fuerzas del regimiento serán, como siempre han sido nuestras tropas nacionales, una garantía para la paz, un elemento de armonía entre propios y extraños y el primer factor para el desarrollo del progreso». Lo firmó Rudecindo Roca, comandante en jefe de la División de los Andes, sucesor de Conrado Villegas. Y luciendo sables y charreteras estuvieron también el jefe del C.3 cnel. Celestino ('Chato') Pérez, su similar Jorge Juan Rodhe y los de menor grado, de Vedia, Moret, Petit de Murat, Ithurbide, Zubizarreta y otros y dos ingenieros civiles encargados de darle forma al pueblo. El cacique Curru Huinca, con escasos vecinos, se unió al alborozo de la piedra fundamental entre acordes de tambores y bronces y hasta con padrinazgo presidencial y madrina y la orden militar terminante: «Este nuevo pueblo en la costa misma del lago Lácar se designará con el nombre de San Martín de los Andes…». El antiguo fortín Maipú en la vega del Chapelco pasó a tener vida nuevamente hasta que en 1911 el C.3 o famoso «3 de fierro» se alejó de la zona. Ha relatado el coronel Julio Sosa que por 1910 era teniente y le tocó ser jefe de «convoy de carros», una de las secciones de dicho regimiento. Distintos pormenores de las largas travesías que duraban alrededor de quince días entre San Martín de los Andes y la «punta de rieles», Neuquén, capital del territorio. Los 440 kilómetros de recorrido a partir de Neuquén, pasaban por Plottier, laguna India Muerta, Senillosa, Arroyito, Chocón, Barreal Colorado, Mangrullo, Cabo Alarcón, arroyo Picún Leufú, Fortín Nogueira o Casa de Lata, Piedra del Aguila, Sañicó, Aguada del Potro, Chimehuín, Chapelco (antigua estancia del mayor Fosbery), Vega Maipú y San Martín de los Andes. Parecidos a aquellos del oeste norteamericano, los criollos «convoy de carros» constituían «veinticuatro carros ('cuyanos') y doscientas mulas, contaba con un personal de más o menos treinta y tres hombres (tres o cuatro suboficiales y treinta soldados) al mando de un oficial». Cargaban 1.500 kilos cada uno, de los cuales doscientos de avena para las mulas, muy cuidadas: «Primero, por todo y sobre todo: la mulada», «la preocupación por la salud y vida de los hombres relegados a segundo término». El convoy del C.3 «tenía por misión transportar desde punto de rieles a la guarnición del C.3 todos los elementos indispensables a la unidad: víveres, munición, armamento, equipos, repuestos, medicamentos, ropa, etc.». Cada carro era tirado por cinco mulas y cuando disponían de espacio se transportaba para los comercios de los distintos parajes los artículos que vendían, cobrándose el flete. De regreso desde San Martín «se aprovechaba para transportar cueros de vacunos y yeguarizos pertenecientes al regimiento y a comerciantes de la zona», cobrándose flete a estos últimos. En Cabo Alarcón existía la única herrería de carros del largo camino -huella surgida de la rastrillada aborigen generalmente- además de las de Neuquén y San Martín de los Andes. Se menciona en el escrito que la subida y bajada de Chocón eran las más difíciles de todo el trayecto y los conductores necesitaban de una técnica especial para evitar accidentes. Por día se hacían alrededor de 25 a 30 kilómetros y en verano debido a las altas temperaturas se viajaba muy temprano y, siesta mediante, desde el atardecer. Jefe, suboficiales y soldados tenían descanso más prolongado entre diciembre y marzo, dado el licenciamiento de la clase y a que gran parte del C.3 se trasladaba para vivaquear en Neuquén a orillas del Limay y la mulada y caballada a pastorear en los alfalfares de Colonia Lucinda (Cipolletti).
«Cada soldado consumía no menos de un kilo diario de carne y otro de galleta, a lo que se agregaban los demás platos del menú criollo que se servía en el convoy». Humeante y sabroso rancho. Un barrilito con agua colgado de los ejes servía para apagar la sed y en cuanto a las acémilas, avena, pastos naturales y agua del Limay otros cursos en accesos conocidos y sin peligro. Claro: sus instintos de volver a la «querencia» producía escapadas por la noche y entonces los baquianos salían a «contar rastro», pero como estaban herradas la labor se facilitaba. Avanzar casi a paso de hombre entre médanos, alpatacos, jarillas y piquillines con paisajes que duraban horas, las voces directivas a las mulas cargueras o la del «marucho» arreando adelante las de reserva, las de recambio cada jornada. Alguna boleada de avestruces para cambiar la comida, a manera de entretenimiento para los uniformados y seguir consolidando el futuro camino…
Cuenta Sosa que la llegada del convoy a Neuquén pasaba a ser preocupación para algunos. Pese a que «la ebriedad no era vicio común», el «trago» los acompañaba y las peleas entre soldados y policías recreaban la chatura neuquina donde «casi siempre andaban polleras de por medio». Para los bolicheros, cuentas difíciles de cobrar y «para las familias, porque cada viaje del convoy traía aparejada la desaparición de alguna chinita que no trepidaba en agregarse al grupo de las abnegadas mujeres 'patrias' que el estado racionaba, en consideración a sus servicios y a su utilidad».
En cuanto a la llegada de cada convoy a San Martín de los Andes, la mulada era llevada a la Vega Maipú y los soldados se dedicaban a arreglar y preparar arneses y carros en el pueblo que por 1909 contaba con alrededor de quinientos habitantes y ciento veinte casas, excluido el personal del C.3, aquellas distribuidas en veinte manzanas bien delineadas. El cuartel y casa de oficiales «ocupaban el centro de la porción edificada. Todas las construcciones eran de madera». En 1910 se organizó el casino de oficiales, dotándolo «de billar, pianola y juegos diversos, resultando un lugar alegre y confortable». Boliches y prostíbulos eran el otro entretenimiento para los hombres del «convoy de carros» que llegaba de la Confluencia.
Había estado aquel 4 de febrero de 1898 muy cerca del Lácar. Fue el Regimiento fundador, el C.3 como era conocido popularmente entre los uniformados: "Al entregar al cuidado del Regimiento 3º de Caballería un puesto avanzado de nuestra frontera internacional, tiene el que firma la plena confianza de que las fuerzas del regimiento serán, como siempre han sido nuestras tropas nacionales, una garantía para la paz, un elemento de armonía entre propios y extraños y el primer factor para el desarrollo del progreso". Lo firmó Rudecindo Roca, comandante en jefe de la División de los Andes, sucesor de Conrado Villegas. Y luciendo sables y charreteras estuvieron también el jefe del C.3 cnel. Celestino ('Chato') Pérez, su similar Jorge Juan Rodhe y los de menor grado, de Vedia, Moret, Petit de Murat, Ithurbide, Zubizarreta y otros y dos ingenieros civiles encargados de darle forma al pueblo. El cacique Curru Huinca, con escasos vecinos, se unió al alborozo de la piedra fundamental entre acordes de tambores y bronces y hasta con padrinazgo presidencial y madrina y la orden militar terminante: "Este nuevo pueblo en la costa misma del lago Lácar se designará con el nombre de San Martín de los Andes...". El antiguo fortín Maipú en la vega del Chapelco pasó a tener vida nuevamente hasta que en 1911 el C.3 o famoso "3 de fierro" se alejó de la zona. Ha relatado el coronel Julio Sosa que por 1910 era teniente y le tocó ser jefe de "convoy de carros", una de las secciones de dicho regimiento. Distintos pormenores de las largas travesías que duraban alrededor de quince días entre San Martín de los Andes y la "punta de rieles", Neuquén, capital del territorio. Los 440 kilómetros de recorrido a partir de Neuquén, pasaban por Plottier, laguna India Muerta, Senillosa, Arroyito, Chocón, Barreal Colorado, Mangrullo, Cabo Alarcón, arroyo Picún Leufú, Fortín Nogueira o Casa de Lata, Piedra del Aguila, Sañicó, Aguada del Potro, Chimehuín, Chapelco (antigua estancia del mayor Fosbery), Vega Maipú y San Martín de los Andes. Parecidos a aquellos del oeste norteamericano, los criollos "convoy de carros" constituían "veinticuatro carros ('cuyanos') y doscientas mulas, contaba con un personal de más o menos treinta y tres hombres (tres o cuatro suboficiales y treinta soldados) al mando de un oficial". Cargaban 1.500 kilos cada uno, de los cuales doscientos de avena para las mulas, muy cuidadas: "Primero, por todo y sobre todo: la mulada", "la preocupación por la salud y vida de los hombres relegados a segundo término". El convoy del C.3 "tenía por misión transportar desde punto de rieles a la guarnición del C.3 todos los elementos indispensables a la unidad: víveres, munición, armamento, equipos, repuestos, medicamentos, ropa, etc.". Cada carro era tirado por cinco mulas y cuando disponían de espacio se transportaba para los comercios de los distintos parajes los artículos que vendían, cobrándose el flete. De regreso desde San Martín "se aprovechaba para transportar cueros de vacunos y yeguarizos pertenecientes al regimiento y a comerciantes de la zona", cobrándose flete a estos últimos. En Cabo Alarcón existía la única herrería de carros del largo camino -huella surgida de la rastrillada aborigen generalmente- además de las de Neuquén y San Martín de los Andes. Se menciona en el escrito que la subida y bajada de Chocón eran las más difíciles de todo el trayecto y los conductores necesitaban de una técnica especial para evitar accidentes. Por día se hacían alrededor de 25 a 30 kilómetros y en verano debido a las altas temperaturas se viajaba muy temprano y, siesta mediante, desde el atardecer. Jefe, suboficiales y soldados tenían descanso más prolongado entre diciembre y marzo, dado el licenciamiento de la clase y a que gran parte del C.3 se trasladaba para vivaquear en Neuquén a orillas del Limay y la mulada y caballada a pastorear en los alfalfares de Colonia Lucinda (Cipolletti).
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