Forrest

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar

Mi nombre es Forrest, Forrest Gum. No, ya lo sé, mi nombre no es Forrest Gum, pero a veces repito la frase en mi mente como una especie de mantra salvador.

El personaje del filme de Robert Zemeckis es una rara ironía al sistema de valores del mundo contemporáneo. Un rostro impenetrable que apareció justo en la mitad de los noventa, cuando ciertos parámetros de éxito comenzaban a ser esculpidos en bronce.

Forrest Gum es un perdedor.

Un ángel escondido en la mente simple de un hombre que aspira con tezón al amor de un mujer y a la amistad de un compañero de la vida. Ambos le son esquivos. Ninguno de los dos está demasiado interesado, al menos en el principio de la historia, en pasar una temporada con Forrest. Aunque las cosas cambian, siempre lo hacen.

Sentirse Forrest Gum implica de algún modo revindicar una forma alternativa de vivir. Es como entrar en una fiesta sin tener que preocuparse por si llevamos los pantalones arrugados y olemos bien o por si, luego de un rato, seremos capaces de entretener a alguien con nuestros chistes o frases ingeniosas. Es entrar siendo uno mismo y no según la expectativa de los demás.

Aun en medio de la hipocresía sobre la cual existen las sociedades civilizadas, el ejemplo de Forrest vuelve las cosas mucho más reales.

En el transcurso del filme, Forrest se encuentra con personas muy diversas pero sólo algunas son capaces de comprender que en su interior habita un sentimiento tan puro como el agua que viene del deshielo.

Con el tiempo, porque creo que «Forrest Gum» es de esas películas que merecen ser vistas más de una vez, este hombre me ha demostrado que su paz no es idiota sino plenamente consciente.

Forrest quiere un mundo mejor. Por supuesto, nadie espera que un Forrest Gum tenga este tipo de aspiraciones. Su vocación se materializa en los pequeños bombones que quiere obsequiar a la gente («Uno nunca sabe qué bombón va a sacar de la caja de chocolates»), en la alegría con que cuenta su historia (apasionante y desmedida) y, finalmente, en la larga secuencia de acciones solidarias (desde salvar a una parte de su tropa en Vietnam hasta fundar una empresa de camarones en memoria de su amigo muerto en combate) que lo tienen como protagonista.

Forrest Gum es una aspiración personal. Tal vez por eso murmuro su nombre en lugar de la muletilla «Mi nombre es Bond, James Bond» o una que presente al agente especial Ethan Hunt de «Misión imposible». No, Forrest es frágil y es vital.

Forrest Gum responde en silencio a esos héroes del cómic capaces de traspasar todas las fronteras físicas. Forrest es el regreso a las fuentes, una búsqueda en la propia humanidad, hecha de límites y de sueños.

No por nada los héroes no sueñan, no piden, no necesitan. Son por sobre el resto. Forrest Gum necesita amor y corre sin saber por qué ni de dónde proviene el dolor que lo impulsa.

Nada más humano que eso.


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