Guerra y economía

“En este país hay quienes estarían encantados de desenterrar el hacha de la guerra si las presiones políticas y económicas los alteraran lo suficiente”. (John Fitzgerald Kennedy, “Sunday Times”, 3/7/1960)

La conexión directa entre el conflicto bélico y la economía ha tenido una incidencia histórica irrefutable. La conquista para obtener recursos de otras naciones (naturales o mediante el cobro de impuestos), la apertura de nuevos mercados y la imposición de una moneda son ejemplos que se han reiterado a lo largo de los siglos. El Imperio Romano se caracterizó por impulsar una constante aventura bélica que recaudaba impuestos, saqueaba recursos de las zonas que conquistaba y capturaba hombres y mujeres para incorporarlos como mano de obra esclava sustituyendo puestos de trabajo. La burocracia y el déficit público completaban un cuadro que necesitaba incorporar nuevos territorios conquistados y aumentos de gastos bélicos. Pero la inflación y la depreciación monetaria del denario –moneda de plata con cuya creación se organizó toda la actividad del imperio al unificar su uso en las zonas de influencia– fueron colapsando su estructura político-militar. Las guerras fueron haciéndose incesantes en la medida en que los recursos escaseaban y otros actores (los germánicos) ocupaban espacios e influencias territoriales a través de sus victorias militares. La constante alteración de la moneda, reduciendo la cantidad de metal, llevó a que en menos de 200 años el numerario de ese momento (antoninianus año 260 d.C.) casi no contuviera plata, siendo el principal estandarte del imperio su capacidad militar. La derrota del Imperio Persa (cuyos aportes a la humanidad se desconocen) en las Guerras Médicas con Grecia en un intento de superar sus propios límites expansivos precipitó, asimismo, su deterioro económico y la consecuente caída del mismo. Y así hay demasiados ejemplos en la historia, como el peculiar caso del Imperio Británico, que centró sus conquistas en el saqueo de riquezas y la apertura de mercados y también se diluyó territorialmente pero mantiene aún incidencia sobre la política financiera de Occidente. Ya en los tiempos modernos se aduce con falacia que los conflictos bélicos dinamizan la economía, poniendo como ejemplo el gasto público durante la Segunda Guerra Mundial como herramienta para terminar la Gran Depresión en Estados Unidos. Los defensores de “la prosperidad de la guerra” argumentan que durante la misma se produjo una caída del desempleo y que el producto bruto interno creció. Esa idea errónea no reconoce que aquel país tuvo una economía planificada durante la guerra y que el sector privado sufrió una fuerte reducción durante la misma, a excepción de las empresas bélicas, siendo en la actualidad las ocho primeras que más venden de origen estadounidense. La guerra es devastadora e inadmisible en el actual estado de desarrollo de la inteligencia humana, pero sus componentes económicos siguen siendo aún más intensos que en el pasado. Clausewitz, teórico de la táctica y estrategia militar, decía que la guerra debía compararse con el comercio por tratarse de típicos conflictos de intereses humanos e incluso con la política, “una especie de comercio a gran escala”. Como reiteraba habitualmente Napoleón, la guerra es “dinero, dinero y dinero”, ello en tanto sus costos desmesurados generan actividades económicas improductivas (armamento) de nulo efecto multiplicador y escasa creación de riqueza. Pero, además, están los costos implícitos o de oportunidad: se renuncia a dirigir recursos hacia la infraestructura, la investigación o la educación. El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha dicho que el verdadero costo de la guerra de Irak para Estados Unidos ascendió a tres billones de dólares, a lo que debe agregarse la de Afganistán y el sinnúmero de operaciones puntuales que ese país desarrolla en distintos puntos del planeta. Pero, además, el costo inflacionario que producen los precios en aumento que imponen los escasos actores del comercio mundial de armamentos, sin importar si ellos se almacenan y se vuelven obsoletos o no se usan. El petróleo es otro componente vital cuyo valor aumentó tres veces durante la guerra de Irak. En el caso del latente conflicto en Siria observamos nuevamente una guerra fabricada, a la medida de las actuales: la búsqueda de un enemigo permanente que justifique la incursión militar y el beneficio económico. Pero el estado actual del sistema monetario y financiero de Occidente refleja variables más precisas y sofisticadas que en el pasado histórico reseñado. La hasta ahora superpotencia dominante se asienta en la actualidad en dos bases de sostén: el dólar como moneda de reserva mundial y su aparato militar. La notable pérdida de influencia de aquella moneda va impulsando la guerra hacia los países y zonas que resultan esquivas a ella. Así, el dólar se halla amparado no tanto en el poder económico de Estados Unidos sino de su fuerza militar. Horas después de que se anunciara que la deuda pública alcanzaba los 17 billones de dólares el presidente Obama habló de un “ataque justo” contra Siria. Y es que en el primer semestre del año no sólo Irán y Australia, sino también cinco de las diez principales economías del mundo, incluyendo China, Japón, India y Rusia, dejaron de usar el dólar en sus transacciones de comercio exterior. Hace pocos días, en la reunión del G20 celebrada en San Petersburgo, los países denominados BRIC anunciaron la creación de un banco de desarrollo y una nueva institución que reemplace al FMI. Resulta ciertamente posible que Rusia y China, que ocupan la posición número uno en el mundo en exportación e importación de petróleo, en cualquier momento anuncien su decisión de dejar de vender y comprar el petróleo en dólares, lo que significa un verdadero peligro para Estados Unidos. La guerra, entonces, puede retrasar el colapso del dólar y sus aprestos en Siria permitieron suspender en aquel país el debate sobre el límite de deuda pública. No son las armas químicas ni la democracia lo que preocupa entonces, sino la economía y los nuevos tiempos que se avecinan. Así la guerra, en su sentido actual, más que la continuación de la política por otros medios es una actividad comercial, un negocio cuya materia prima son las vidas humanas. (*) Abogado. Docente de la Facultad de Economía de la UNC

DARÍO TROPEANO (*)


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