Historias de sacrificio, esfuerzo y pasión en la chacra y el galpón de empaque

Detrás de cada pera que llega a la góndola en la región, el país o los mercados internacionales, hay muchas horas acumuladas de intenso trabajo. Una recorrida por diversos eslabones de la cadena productiva para conocer a sus protagonistas y los secretos de sus labores.

oficios

“Todos los trabajos que se hacen acá son sacrificados, pero la poda es más linda porque el clima es fresco y andas con la tijera y el serrucho”.

Antonio “El Zurdo” Merino (53) heredó de sus padres la cultura del trabajo y el respeto. Es martes por la tarde, en una chacra ubicada al sur de la Ruta 22, guadaña la maleza con casi 40 grados de térmica. Trabaja y trabaja aunque le deben meses de sueldo. En la chacra en la que se desempeña Merino hace todas las labores culturales, desde regar hasta podar. “Me sacaron de la escuela a los 13 años para ir a cosechar, íbamos con mi hermano y mi papá. Me crié en la chacra. Todos los trabajos que se hacen acá son sacrificados pero la poda es más linda porque el clima es fresco y andas con la tijera y el serrucho. Ahora con este calor guadañás un bordo y con lo que te pagan no salvas ni el día”, aseguró. Merino atiende una chacra de diez hectáreas en la que las cosas no andan para nada bien. Lleva sus propias herramientas para trabajar porque no hay recursos. El Zurdo estuvo dos años “parado” por un problema que tuvo en la columna. Cuenta que quedó postrado en una cama pero se recuperó y, aunque no puede hacer trabajos duros, los encara con paciencia cuando no le queda otra opción. Merino quiere para sus hijos otro futuro, no el de la chacra. “El más grande lo hace pero sólo en la temporada. No me gusta pensar en que trabajen en la chacra porque yo acá dejé el lomo. Nadie me regaló nada y lo que tengo lo logré con mucho sacrificio. A veces hablamos con mis compañeros de que nos cagamos de hambre. Yo tengo una familia muy unida y ellos me salvan”, dice el Zurdo con la voz quebrada y una lágrima tímida que se le desprende de un ojo.

Favio Seguel, el encargado.

“Soy el responsable de que la chacra dé una buena producción. Si eso no pasa tenés que revisar qué se hizo mal. Parece fácil, no lo es…”.

“El encargado es el responsable de que una chacra dé una buena producción. Si eso no pasa tenés que revisar qué se hizo mal”. De esa manera Favio Seguel (43) define su función, la que lleva adelante desde hace ya cuatro años en la chacra 73 de Antonio y Rafael Cifuentes. Favio recorre las espalderas de Williams y habla con los cosechadores. Se mueve todo el tiempo, observa los bins y controla los tamaños. Fue peón vario, tractorista y ayudante de capataz, antes de ser encargado en la empresa, desde hace 27 años. “Pareciera que este es un laburo fácil pero es complicado. El encargado defiende los intereses de los dueños de la chacra, hay que estar en todo, desde la sanidad de la planta hasta la cosecha. Si te entregan una chacra y no la haces producir o si baja la calidad de la fruta sos responsable”, cuenta el encargado de la 73. El hijo de Favio es tractorista en la chacra pero también estudia en el colegio nocturno. “El trabajo en la chacra siempre es sacrificado, con los calores y los fríos más grandes. Es un laburo que te tiene que gustar o tenés que hacerlo por necesidad. En mi caso yo lo elegí”, afirma. Con el arranque de la cosecha Favio reparte las argollas que guiarán a los cosechadores para que sepan qué frutos cosechar con respecto a los tamaños. “En empresas como esta que se trabaja bien, con los riegos necesarios y el abono, no tenés problema de calibres. Cada vez se está pidiendo fruta más grande”, señaló.

Sandra Gutiérrez, la puntera.

“Estoy en la sala de los platillos para que no pase la fruta fea. Soy el último control. Te tienen que dar las manos y tener buena vista…”.

Sandra Gutiérrez es puntera. Así se las llama en la estructura del empaque a las mujeres que trabajan sobre la cinta por la que corren las peras y manzanas que son minuciosamente clasificadas. Las punteras tienen que tener un sexto sentido y un especial entrenamiento porque son el último filtro, después de las clasificadoras o descartadoras, al momento de elegir la fruta de buena calidad. Trabajan con el tacto, la vista y la atención que le ponen a la tarea que desarrollan. “Estoy en la salida de los platillos para que no pase la fruta fea, soy el último control. Si a alguna descartadora se le pasó una fruta mala, yo la tengo que sacar para que no llegue a los tambores. Para hacer este trabajo te tienen que dar las manos y tenés que tener buena vista”, explicó Sandra. Una fruta soleada, con la marca de una rama o apedreada, con algún otro defecto en la piel, es motivo de descarte. Sandra nació en Allen y empezó en el empaque a los doce años de edad, algo que se estilaba hace un tiempo atrás cuando los menores podían trabajar. “Este es un trabajo sacrificado. Hay que estar parada en la máquina con frío o como ahora con calor. Tenemos ventiladores pero siempre se siente la temperatura”, relató. Una de las hijas de Sandra también trabaja en la misma empresa, pegando PLU. “Es mejor que los hijos estudien antes de estar trabajando en un galpón”, opinó.

Marcelo Oporto, el dueño del empaque.

“La satisfacción más importante es poder mantener los 65 puestos laborales que hay en el galpón”.

Marcelo Oporto (42), Magoo, como todos lo conocen en Allen, fundó junto a su esposa hace nueve años Frutas Shania, una empresa que realiza servicio de empaque durante todo el año. Magoo comenzó desde chico a trabajar la fruta a la sombra de las “ramadas”, cuando todavía se embalaba la producción en las chacras sin las restricciones y exigencias que hoy tiene el marcado y la sanidad. “Sé hacer todos los trabajos de un galpón de empaque. Con mi señora nos vinimos a trabajar a este lugar. Ella romaneaba y yo era embalador. Los dueños tomaron la decisión de cerrar el empaque y como me vieron emprendedor y con ganas de progresar me propusieron que me haga cargo del galpón, alquilándomelo. Así arrancamos, despacito, haciendo 500 ó 1.000 bultos por semana para terceros. No teníamos nada, ni para ir a comprar el sulfito”, recordó Magoo. Shania es el nombre de una beba fallecida de la pareja y por ese motivo tiene un angelito en el logo de la empresa. Marcelo está convencido de que ese angelito siempre los acompañó y ayudó a salir adelante. “Para nosotros la satisfacción más grande es poder mantener las 65 fuentes de empleo que tenemos en el galpón. Son 65 familias que viven de este empaque durante todo el año. A veces pensamos en que hubo años muy malos y tendríamos que haber cerrado, pero siempre pensamos en la gente, en que esté bien, y sabemos lo que es quedarse sin trabajo. Los dueños del galpón nos dieron la oportunidad de comprar la propiedad y la vamos peleando”, agregó.

Gustavo Parra, el estibador.

“Hay que flexionar las rodillas para cuidar la cintura y la columna. En tiempos de cosecha, a veces no te da el tiempo…”.

Cada vez que levantan una caja soportan entre 19 y 25 kilos por bulto. Un grupo de tres o cuatro obreros puede estibar durante turno de ocho horas de trabajo más de cinco toneladas. Gustavo Parra (51) llegó al Valle desde Entre Ríos. Sus padres venían a esta región a hacer la temporada en una chacra y finalmente tomaron la decisión de quedarse. La fruticultura es parte de su ADN laboral y marcó la historia de su familia. Él sabe que la fuerza es la base de su trabajo y es consciente de que tiene que cuidar el cuerpo para que al final del día el esfuerzo no le pase factura. Gustavo es estibador de la empresa Shania y con sus compañeros se encarga de ubicar las jaulas y cajas sobre los pallets. “Siempre es más cómodo trabajar con cajas, la jaula es más pesada. Una vez que trabajás toda la semana, querés llegar a descansar aunque sea un día. En temporada, en los galpones que tienen exportación, a veces trabajás hasta el domingo al mediodía”, indicó. Una clave del embalador para cuidar la columna y la cintura es flexionar las rodillas para levantar una caja. “En tiempos de cosecha, cuando tenés que sacar bultos lo más rápido posible, no te da el tiempo para hacer ese ejercicio y le pegás derecho. Gracias a Dios a mí no me pasa nada más allá del cansancio que te produce estar diez o doce horas estibando. No pienso en jubilarme porque el físico me da, pero veremos cómo me trata más adelante”, agregó. En la familia de Gustavo sus hijos también trabajan en la temporada en la actividad del empaque.

Flavio Vila, el embalador.

“El secreto es la velocidad. Y si te gusta esto, te acostumbrás. No tengo las manos cansadas y espero seguir hasta que me jubile… “.

En temporada, cuando se trabaja sin respiro, las manos de los embaladores se mueven como las alas de un colibrí. Son movimientos exactos que colocan al fruto en su presentación final. Y de la velocidad de los embaladores depende en buena parte la productividad del día. Flavio Vila tiene 51 años es uno de los embaladores de Frutas Shania, una empresa nacida en Allen que tiene actividad durante todo el año. A los 14 comenzó a trabajar en el empaque y a los 16 aprendió a embalar fruta. Es oriundo de Concordia, Entre Ríos, y está radicado en Allen desde el 2007. “Si te gusta este trabajo te acostumbrás y no te cansás. Es como todo trabajo, si no lo sentís te aburrís y lo dejás. El secreto del embalador es la velocidad, pero eso te lo da el tiempo. Hay veces que el turno no te rinde porque la fruta no te cae bien. Embalar manzanas es más rápido, pero si sabes cómo hacer este trabajo no hay diferencia con la pera”, contó Flavio. En segundos o minutos un embalador puede dejar lista una caja o jaula de manzanas o peras. La habilidad con la que toman el papel sulfito y envuelven el fruto es sorprendente. Un buen embalaje es sinónimo de una buena presentación y en el mundo del negocio frutícola eso es sumamente importante. El embalador de Shania dedicó su vida al empaque de frutas y ahora uno de sus hijos también trabaja con él en el mismo galpón pero en otro puesto. “No tengo las manos cansadas y espero seguir embalando hasta que me jubile”, señaló.

Datos

“Todos los trabajos que se hacen acá son sacrificados, pero la poda es más linda porque el clima es fresco y andas con la tijera y el serrucho”.
“Soy el responsable de que la chacra dé una buena producción. Si eso no pasa tenés que revisar qué se hizo mal. Parece fácil, no lo es…”.
“Estoy en la sala de los platillos para que no pase la fruta fea. Soy el último control. Te tienen que dar las manos y tener buena vista…”.
“La satisfacción más importante es poder mantener los 65 puestos laborales que hay en el galpón”.
“Hay que flexionar las rodillas para cuidar la cintura y la columna. En tiempos de cosecha, a veces no te da el tiempo…”.
“El secreto es la velocidad. Y si te gusta esto, te acostumbrás. No tengo las manos cansadas y espero seguir hasta que me jubile… “.

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