La docencia y la pasión

Marcelo A. Angriman*

Marcus du Sautoy, un profesor de la Universidad de Oxford conocido como el genio matemático de la irreverencia , consultado sobre el porqué de la atención de su auditorio, señaló: “La clave es saber transmitir tu pasión. La gente inmediatamente se interesa por algo que es capaz de apasionar tanto a alguien”.


Alguna vez confesó que fue Carl Sagan quien lo inspiró a convertirse en científico , al decir: “podía sentir su pasión y lo excitante del tema”.
Pero ademas , el inglés, ha sido innovador en bucear en las matemáticas, en películas como Parque Jurásico, Volver al futuro, la serie Numbers o Los Simpsons. Hasta se ha sentido atraído por la obra literaria de Jorge Luis Borges (El Aleph y La Biblioteca de Babel) a quien calificó como un “matemático secreto”.


Quizás esta mirada, en clave de metáfora, sea una de las particularidades de los apasionados, quienes en la búsqueda de saber más y de transmitirlo, intentan unir mundos poco frecuentados. En ese tren de establecer vasos comunicantes, esta una de las grandes llaves, para que las clases resulten amenas e interesantes.


Tal vez sin querer, Sautoy definía la piedra basal de la labor de enseñar. Quienes la realizan, como bien señala Guillermo Jaim Etcheverry, sólo pueden hacerlo cuando logran transmitir a sus alumnos su propia pasión por lo que conocen.


Transmitir la pasión por el conocimiento es el secreto, pero, para concretarlo, en primer lugar es necesario vivenciarlo. De allí que son pocos los docentes o profesores, que encarnan tal atributo.
Otra de las banderas a las que recurre Sautoy, es la de enfrentar a sus alumnos a retos y nuevos desafíos.


Por ello la exigencia, una palabra tristemente devaluada en nuestra educación local, nunca debiera faltar en aquellas clases en la que se busca que el alumno se supere.
Lamentablemente, son pocos los padres y docentes que estiman conveniente desafiar a los niños y jóvenes a descubrir lo mejor de sí, estimulándolos a demostrar cuanto son capaces de lograr cuando explotan al máximo sus capacidades.


Cualquier desafío de cierta complejidad es políticamente incorrecto e interpretado como un avasallamiento intolerable a la personalidad del educando. Algo paradójico, en tiempos donde la galaxia digital, permite acceder al conocimiento con una gran economía de esfuerzo.
Sentir pasión por lo que se hace implica perder la noción del tiempo y que nada puede ser más disfrutable que estar allí, haciendo lo que se siente. En el caso del docente, el concepto se relaciona íntimamente con la vocación y a partir de allí, servir a los demás.


Un docente que ama lo que hace y deja todo en el aula, incita al alumno a estudiar y/o a imitarlo. Hay un proceso cerebral de réplica y un círculo virtuoso, que se genera a partir del mensaje del educador, que puede incidir para siempre en su alumno.


Un docente apasionado, debiera ser capaz de entretenerse, de crear y de frustrarse en el mismo camino que transita junto a su aprendiz.
Es que lo humano sigue siendo lo primordial para los vínculos y a pesar de los cambios que propone la tecnología, ninguna máquina va a educar, ni podrá transmitir valores.


Hay una línea sutil que vincula a los que gozan por lo que hacen. Todos están embebidos en una pasión, que les tiene ocupada la mente y el cuerpo.
Es que el educador entregado comprende finalmente, que brindar lo mejor de sí, es la mejor manera de darle sentido a su vida.


*Abogado. Profesor nacional de Educación Física. Docente universitario.


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