La hospitalidad de los libros
Sábado 14 de junio de 1986, primeras horas de la tarde. Adolfo Bioy Casares deja La Biela –en La Recoleta–, donde almorzó con la socióloga Francis Korn. Se detiene en el quiosco de Ayacucho y Alvear. Ahí, “un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre los Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras”. Adolfo Bioy Casares siguió su camino. Fue a otro quiosco “sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez’. Pensé: ‘Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados’. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana tal vez no sea tan explicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar solo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno no quiere encontrar”. Adolfo Bioy Casares camina luego hacia su departamento de Las Heras. Y ahí refugia su dolor por la muerte de una amistad de la que apiló más de medio siglo de existencia. De caminatas. De almuerzos inexorablemente diarios solo interrumpidos por viajes. De horas y horas hablando de literatura… de la devastadora ironía con que reflexionaban sobre los mortales. Ese estilo despiadado que hacía blanco incluso en Ernesto Sabato, Victoria Ocampo, Silvina Bullrich… “con esa cara de raviolera de Flores”. Sobre los españoles: “Cuando no pretenden ser genios, cuando no se ven como grandes escritores, son personas excelentes”… Miércoles 2 de julio de 1986. Adolfo Bioy Casares busca un libro cualquiera. “Ninguno me parece hospitalario”. Su biblioteca parece también parece haberlo dejado solo… Pero no hay traición. Porque encuentra “un volumen encuadernado, muy viejo. Editado en París en 1811. En la última página, una “inscripción entre paréntesis, de letra de Borges: ‘(15 de septiembre de 1939)’”. “Sin duda me dio el librito como regalo de cumpleaños”… “Libro hospitalario”… Huelgan las palabras sobre la definición.
Sábado 14 de junio de 1986, primeras horas de la tarde. Adolfo Bioy Casares deja La Biela –en La Recoleta–, donde almorzó con la socióloga Francis Korn. Se detiene en el quiosco de Ayacucho y Alvear. Ahí, “un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre los Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’. ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras”. Adolfo Bioy Casares siguió su camino. Fue a otro quiosco “sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez’. Pensé: ‘Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados’. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana tal vez no sea tan explicable. Cuando me he sentido muy enfermo a veces deseé estar solo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno no quiere encontrar”. Adolfo Bioy Casares camina luego hacia su departamento de Las Heras. Y ahí refugia su dolor por la muerte de una amistad de la que apiló más de medio siglo de existencia. De caminatas. De almuerzos inexorablemente diarios solo interrumpidos por viajes. De horas y horas hablando de literatura… de la devastadora ironía con que reflexionaban sobre los mortales. Ese estilo despiadado que hacía blanco incluso en Ernesto Sabato, Victoria Ocampo, Silvina Bullrich… “con esa cara de raviolera de Flores”. Sobre los españoles: “Cuando no pretenden ser genios, cuando no se ven como grandes escritores, son personas excelentes”… Miércoles 2 de julio de 1986. Adolfo Bioy Casares busca un libro cualquiera. “Ninguno me parece hospitalario”. Su biblioteca parece también parece haberlo dejado solo… Pero no hay traición. Porque encuentra “un volumen encuadernado, muy viejo. Editado en París en 1811. En la última página, una “inscripción entre paréntesis, de letra de Borges: ‘(15 de septiembre de 1939)’”. “Sin duda me dio el librito como regalo de cumpleaños”… “Libro hospitalario”… Huelgan las palabras sobre la definición.
Registrate gratis
Disfrutá de nuestros contenidos y entretenimiento
Suscribite por $3000 ¿Ya estás suscripto? Ingresá ahora
Comentarios