La novela que respira
Los buenos libros respiran.
– Son como los fusilamientos de Goya… pide permiso al truhán que lo custodia, pon la oreja sobre la tela y verás cómo late… respira… te marcan algo para siempre. Tú puedes seguir tu camino, pero ya nada será igual cuando veas una pintura. No vas a comparar, es de idiotas comparar… cada uno en lo suyo, pero no te olvidarás de aquella respiración -le dijo Ernest Hemingway a una de las mujeres que coleccionó y amargó la vida.
¿Qué respira «Cien años de soledad»?
Decir que respira desmesura es ya un lugar común, gastado. Nada más que un punto de partida que se toma o se deja.
Tan gastado y pavote como esas trasnochadas elucubraciones destinadas a determinar si es o no «la gran novela de América Latina».
Lo que respira «Cien años de soledad» es historia. La historia lujuriosa y disparatada que define para siempre a América Latina.
Porque García Márquez no inventó nada cuando al promediar los 40 se sentó a escribir sus cien años. Lo que hizo fue organizar los datos de esa historia cotidiana de este continente.
Y luego sí, inyectarle genio.
Ese es su mérito: percibir que la materia para su libro estaba ahí, al alcance de su mano. En cada libro de historia. En cada relato sobre lo inmediato. O lo más lejano. En cada palabra de ese abuelo paciente que un día en Aracata lo llevó a un circo y él vio por primera vez un dromedario. O aquel otro día que ese abuelo lo llevó al puerto y él descubrió pescados tan duros que le preguntó a su abuelo qué tipo de piedras eran. Y ese abuelo le explicó todo el proceso de congelamiento bajo el cual estaban esos pescados que le parecían piedras.
En un abuelo que amaba la historia de la bella y sangrienta Colombia y que transfería vivencias y conocimientos a ese pibe cabezón que llevaba colgado de la mano, está el origen de «Cien años de soledad».
El pibe creció imaginando ese ayer que es objeto de la historia.
Y comenzó a dibujar lo que sería «Cien años de soledad», percibió que para armar su obra no debía someterse a reflexiones muy intensas. Mucho menos a fatigantes sesiones de diván. Tampoco a febriles divagaciones intelectuales.
– Por aquellos días supe siempre que lo único que tenía que hacer era sacar los tabiques que separaban una historia de otra, un relato de otro, y darle línea y línea -ha confesado García Márquez.
Lo demás, ya se conoce.
Respira y respira.
Como respira intensamente la historia de este continente en cada miembro de los Buendía.
Carlos Torrengo
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