La Peña: El homenaje de cada día a través de las comidas

Es cierto que las comidas que elegimos hacer o al menos las que nos salen más ricas son una especie de homenaje a nuestros padres o abuelos. Esas comidas son casi el ADN de la familia. Una comida distingue a una familia y por lo general hay uno que sigue el camino y hereda esas pasiones.

Si tuviera que homenajear a mi abuela diría que sus ravioles eran fantásticos. Artesanales y malformados, pero exquisitos. Eran la cita obligada cuando los dolores en sus manos le permitían amasar. Y ni hablar de la torta de nuez, su único regalo en cada cumpleaños de sus nietos.

De mi abuelo paterno los asados eran inolvidables, pero era un gran hacedor de morcillas, hombre muy estricto con las proporciones y los cuidados a la hora de elaborar los embutidos.

Pero cada uno fue dejando huellas en la memoria nuestra. Los sabores vuelven a uno de tanto en tanto. Mi madre solía hacer unas bombas de papa que tenían el secreto de su manos, porque en definitiva usaba ingredientes al alcance de todos. Pero el resultado era una comida imperdible.

Claro, la memoria guarda esas cosas, porque uno recuerda esas comidas y hasta le aparecen imágenes de un domingo almorzando con los abuelos. O recuerda la ceremonia del dulce de membrillo que implicaba dos o tres días intensos de trabajo, desde la limpieza de los membrillos, hasta el resultado final de un dulce claro y casi transparente.

Los pollos a la parrilla de mi padre eran una delicia. Y sabían mejor cuando los comíamos en el campo. Era capaz de conseguir el mejor pollo asado solo con palitos que nos encargábamos de juntar en el mismo lugar.

Sin dudas muchos de los secretos de las comidas se fueron con ellos, pero muchos pasaron a manos más jóvenes que supieron mantener las mismas recetas para que los sabores perduren.

Es un buen desafío, el homenaje a los autores originales de las mejores comidas. Es un modo de tenerlos sentados a la mesa aunque ya no estén.