Liliana Herrero maldice

Ella es una voz esencial del folclore argentino.

Eduardo Rouillet

eduardorouillet@gmail.com

El nuevo disco de Liliana Herrero, “Maldigo” , la tiene de gira por el´ país. Y en alguna parada la acompañó el guitarrista roquense Lucio Balduini.

“Maldigo” es una obra que requiere muchas audiciones para irle descubriendo maravillas, climas, riesgos, emociones, fuerzas ancestrales, sonoridades que parecen venir de adentro, íntimas, fraseos que pintan paisajes, soledades, siluetas despojadas. Liliana aparece otra vez rodeada de jóvenes músicos y creadores como Tomás Aristimuño…

Intérprete renovadora inclaudicable y docente universitaria en Filosofía, Liliana nació en Villaguay, Entre Ríos, en 1948. Esposa de Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, inició su andar artístico como cantante en los 60. Desde entonces sostiene decisiones estéticas y culturales que bucean en raíces folclóricas argentinas, dándoles sonidos y tratamientos propios. Lili, la que fue acompañada por Fito Páez y Luis Alberto Spinetta; la que compartió escenarios y grabaciones con Leda Valladares, Mercedes Sosa, o Lisandro Aristimuño, entre muchos otros; la que recibió el Konex de Platino 2005 Mejor Solista Femenina de Folclore de la década en Argentina. Esa mujer luchadora, trabajadora incansable, de sonrisa tallada en los ojos, dialogó con Río Negro en su casa de Boedo. Su “Maldigo” está dedicado a Gustavo Leguizamón y a sus nietos. “Lo del Cuchi es casi una invocación porque no lo estoy grabando hace como tres discos… La dedicatoria es un llamado para que no me abandone. Es un disco extremo, me parece. En este hay una extremidad en la voz, una relación estrechísima entre el canto y el llanto.

-Creo que también bordea ese límite tan impreciso, rugoso, áspero entre la vida y la muerte, entre el amor y el dolor.

-Por supuesto, es un mundo entre el amor, los dolores colectivos, los hechos que nos laceran, los niños de la calle, el abandono. El legado, en el caso de Miguel Abuelo (“Oye niño”, es de su autoría) o la falta de trabajo… Un día veré a mi tierra convertida en un vergel, decía Atahualpa ( en “Trabajo quiero trabajo”) hace cuántos años ya? Entre el atardecer de las niñas navegando y el del hijo del pescador (Aníbal Sampayo, “Garzas viajeras”). El hombre que vive solo en el salitral, en un rancho, con el mal de Chagas a cuestas, e imagina el mar (tema 8). Y la muerte final. Termina con “Milonga para la muerte”, de Hamlet Lima Quintana y Juan Falú. Yo tomé la decisión de grabarlo en vivo, pero en estudio porque me parecía que estaba atravesado por una desmesura extraordinaria. Los temas son desmesurados, problemáticos, hablan de hechos que traspasan nuestra vida personal y las vidas colectivas de estos seres. Entonces, el lío en que me había metido, en los temas que había elegido, lo percibí recién en el estudio. No, antes.

-Está muy bien tejido, como esos ponchos elaborados por tejedoras perdidas en algún costado del camino en Salta, con sabiduría de siglos.

-Hay voces que vienen de muy atrás y yo no sé si el canto, antes de volverse domesticado, no fue así… Todos los pueblos cantaron, después se estableció un canon, un modo, una medida. Creo que di un paso pa’tras… Pero para arrastrar desde allí, no para quedarme, afincarme en el pasado, sino para traerlo a estos tiempos. No me parece que sea un compacto nostalgioso, más bien sí, furioso. La nostalgia nos lleva a un extraordinario pesimismo, a pensar que nunca se podrá reponer aquello que ocurrió hace mucho tiempo. Quise que fuera siempre tensionante. Es la estética que me gusta, que el arreglo no pida lo que estoy cantando.


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