Macri, del dicho al hecho…

Aspiraba a que 9 de los 11 titulares surgieran del club.

La premura con que Boca se ha lanzado a contratar a varias de las joyas de Newell's consolida una tendencia que convierte en letra muerta, frase hueca, la ya célebre proclama con que Mauricio Macri le anunció al mundo que un buen día brillaría en la Ribera un equipo con nueve jugadores «fattos in casa».

Una incongruencia grande como la Bombonera, irrefutable, que ni siquiera han hecho vacilar camadas de apariciones esporádicas: hasta donde se sabe, las formaciones mayoritariamente juveniles le sirven a Boca sólo para cumplir con los torneos veraniegos, tapar agujeros en momentos de simultaneidades fastidiosas (conforme se le dé prioridad a un torneo doméstico o a una Copa), o dar la cara a la hora de tomarse decisiones equivocadas (por ejemplo, humillante 2-7 ante Rosario Central).

Vale decir, a casi una década de aquella declaración de principios formulada por el distinguido presidente de Boca, la fiebre compradora no ha sufrido mella y, por añadidura, los juveniles en tanto cantidad no son más que un relleno funcional, susceptibles de ser decantados.

Pensemos, por caso, quienes han sido los principales ídolos, por llamarlos así, que han pasado por Boca durante la era Macri: Oscar Córdoba, Jorge Bermúdez, Mauricio Serna, Martín Palermo, Guillermo Barros Schelotto, Juan Román Riquelme, ¿Carlos Tevez?, Roberto Abbondanzieri… Salvo Tevez, que por otro lado arrancó en All Boys, ninguno es estrictamente hijo de Boca.

Algo parecido sucede con la nómina de las transferencias más suculentas, un rubro donde se torna notoria una política que apunta con singular entusiasmo a incorporaciones y desvinculaciones con críterio básicamente inversor, al rédito más o menos inmediato.

En este sentido, es pertinente admitir que se han consumado negocios estupendos: Juan Sebastián Verón fue comprado en un millón y medio de dólares y transferido en 5,5, y la misma secuencia le cabe a Walter Samuel, pero ni uno ni otro surgió en Boca, claro, como tampoco Palermo, Riquelme, Hugo Ibarra, Clemente Rodríguez, el Chelo Delgado…

Producción propia, lo que se dice propia, son Rodolf Arruabarrena, Sebastián Battaglia, Nicolás Burdisso y Aníbal Matellán, muchachos que tras recorrer escalón por escalón y afirmarse en Primera alcanzaron una cierta cotización y demandaron interesantes desembolsos de clubes europeos.

No parece demasiado, por cierto, si se tiene en cuenta que a lo largo de esta gestión han pasado por las divisiones formativas unos 300 jóvenes, entre los cuales han destacado los ya mencionados, un puñado que hoy integra el plantel de mayores, algunos que nutren otras nóminas locales, y paremos de contar. Pruebas al canto: ¿de cuántos sobresalientes consta la clase 1982/1983? (Eberto, Ruffini, Albornoz Voss, Cavacabué, Jerez, Magnano, Molina, Mores, Rodríguez, Salas, Caneo, Chena, Christovao, Doffo, Fabbro, Ginóbili, Rodó, Amarilla, Cáceres, Edilio, Flores, Gianoglio, La Pira, Monesterolo, Pastorutti, Rovira). ¿D cuántos, salvo Tevez, la clase 1984? (Bucci, Hassan, Acosta, Alvarez, Castillo, Delgado, Gómez, Guzmán, León, Osella, Reano, Caffa, Villán, Sánchez, Peñalba, Pereyra, Silvestre, Vicente, Fernández, Cangele, Muñoz, Pauletti, Pérez, Sangoy). Dejemos en suspenso la clase 1985, mejor perfilada a través de Pablo Ledesma, Víctor Ormazábal, Mauro Boselli, Juan Fischer, Marcos Mondaini…

Podrá argumentarse, con buen tino, que las cosechas de Inferiores no suelen ser abundantes y que tres o cuatro promisorios por clase ya son un número apreciable, pero esa es una regla general que guarda escaso parentesco con las pretensiones de Macri, con la desmedida ostentación que supo hacer Jorge Griffa, con lo que se espera de Boca y, sobre todo, con lo que Boca cree y supuestamente quiere de sí mismo.

Instituciones con menor infraestructura y presupuestos modestos son abiertamente más fecundas, aun cuando Boca experimentó una ostensible mejoría (los años pre Macri abundaron en las toxicidades de la impericia y la desidia) y las temporadas de bonanza, con Carlos Bianchi a la cabeza, bien pudieron haber gestado un colchón de paciencia para con los chiquilines.

Pero no; en Boca parece reinar una lógica maltratadora o, en todo caso, si los chicos son estimulados, arropados, protegidos, queda claro que se lo disimula muy bien.

¿Qué decir de la prisa en desprenderse de Cangele, una de las escasas joyitas de la casa que, entre otras cosas, jugó una notable final de la Copa Libertadores ante el Once Caldas? ¿Qué decir del insólito destino de Wilfredo Caballero, quien de buenas a primeras dejó de ser uno de los arqueros más prometedores del fútbol argentino y devino en descartable por haber cometido el pecado de jugar mal un par de partidos amistosos? (¿Roberto Medrán es más que Caballero?).

¿Qué representa la contratación de un ignoto lateral brasileño cuando supuestamente es la hora de Calvo, Alvarez, Jerez…? ¿Apuesta a las Inferiores? ¿Orgullo boquense? Qué va: hoy llegan Rodrigo Palacio, Baiano, Guillermo Marino, siguen firmas; y mañana llegarán Fernando Belluschi, Ezequiel Garay, y otros «extrapartidarios» llamados a ser monedas de cambio en el Wall Street con que Macri y compañía modelan el Boca siglo XXI.

Walter Vargas (Telam)

Nota asociada: La versión del presidente  

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