Mendoza tiene el mayor parque volcánico del mundo

El parque volcánico La Payunia, en el departamento mendocino de Malargüe, es el de mayor concentración de conos del planeta. Su paisaje desértico y de variados tonos opacos semeja un mundo perdido como los que la ficción del cine ubica antes de la existencia humana o cuando ya nada queda de ella. Es candidato a Patrimonio Natural de la Humanidad.

En sus 450 mil hectáreas hay unos 800 conos volcánicos, arenales negros, colinas de origen ferroso, inmensos cráteres y extensos ríos de lava y escoriales, lo que con el viento como única fuente de sonido puede semejar el génesis o un mundo en extinción.

El umbral para entrar a cualquiera de esas dos supuestas eternidades -la previa o la posterior al chispazo de vida humana en la Tierra- está en “La Pasarela”, a unos 180 kilómetros al sur de la ciudad de Malargüe por la Ruta 40.

Se trata de un pequeño puente de unos 15 metros, por donde cruzaba antes esa mítica ruta nacional, sobre la parte más angosta y correntosa del río Grande, el de mayor caudal de Mendoza, que abrió una brecha entre dos altos paredones de lava basáltica.

La Reserva Provincial La Payunia es un extenso desierto de arena y piedras, con valles y colinas en los que predominan los ocres, rojos, azules y negros, con conos volcánicos y lava derramada que se pueden ver hasta cualquier punto del horizonte.

Este parque -candidato a ser declarado Patrimonio Natural de la Humanidad por Naciones Unidas-, tiene una densidad de 10,6 volcanes cada 100 kilómetros cuadrados, que lo convierten en el de mayor concentración en el mundo.

Al ingreso hay varios volcanes menores, en un relieve de baja dificultad para las caminatas; después el suelo se torna áspero y dificultoso y se llega a las Pampas Negras, un arenal oscuro, de lava erosionada y desparramada por el fuerte viento, formadas por la erupción de los dos Morados.

La negritud de ese manto de finos granos negros llamados “lapilli” brilla hasta encandilar bajo el sol, pero cuando el cielo se nubla genera una noche diurna en la que todo es umbrío y opaco.

Todo en el parque es resultado de una intensa actividad volcánica que inundó de lava los amplios y sinuosos valles y de la que quedan sus cráteres, los farallones que bordean al río Grande, las Pampas Negras y los escoriales y coladas de las erupciones.

Los volcanes de esta reserva están apagados desde hace milenios sin posibilidades de erupción y entre ellos se destacan los dos más altos: El Payén Liso y el Payún Matru, de los que deriva el nombre del lugar, con 3.838 metros y 3.715, respectivamente.

La típica forma cónica del Liso, con su pico cortado por el cráter, hacen que parezca mucho más alto que el Matru, y es visible desde cualquier punto del parque y aun desde afuera de él.

Una de las típicas postales del parque la conforman el Payún Liso visto desde los cerros Pintura, unas elevaciones menores con laderas cruzadas por franjas de mineralees rojos, ocres y negros, como grandes pinceladas, a las que se suma el amarillo de los coirones.

El Payún Matru está rodeado de unos pintorescos volcanes más bajos llamados “Adventicios” y su caldera tiene unos nueve kilómetros de diámetro, ya que al erupcionar colapsó sobre sí mismo y en su interior se formó una laguna de aguas quietas y transparentes, de fondo negro e impreciso.

En el norte está el “campo de las bombas”, unas grandes esferas que fueron magma disparado en las erupciones, que se apagó y endureció antes de estrellarse o durante su rodada, algunas de las cuales tienen un “peinado”, un lampazo generado por la fricción durante su efímero vuelo de bolas de fuego.

El Escorial de la Media Luna o La Herradura del volcán Santa María es el mayor de La Payunia y se formó cuando este volcán vertió todo su magma sobre el valle y formó una colada semicircular de casi 18 kilómetros de longitud, que se puede admirar en toda su extensión desde la cima del Payún Matru.

Más al norte, tras vencer una pendiente muy pronunciada de ripio rojo oscuro, se llega al cráter de un Morado, cuyos bordes perdieron filo con la erosión y semeja una abrupta depresión sobre la cima.

Durante la erupción, una de las paredes del cráter se abrió y por allí fluyó el magma que ahora, convertido en lava y visto desde la cúspide, parece un negro y meandroso río de piedra.

La única forma autorizada para recorrer el parque, declarado Reserva Total provincial en 1988, es con un guía autorizado, tanto para preservar el ambiente como para seguridad de los visitantes, ya que no hay infraestructura vial en su interior sino una compleja telaraña de huellas que sólo los baqueanos saben transitar.

El tiempo mínimo requerido para conocerla es unas 12 horas -son más de 400 kilómetros, incluido el tramo desde Malargüe- que pueden extenderse a un día o más si se incluyen trepadas a las bocas de los volcanes más altos y el ingreso a los cráteres.

También se pueden contratar excursiones con campamento y cabalgatas nocturnas.

Ciertos atardeceres, unas nubes rojizas y oscuras se concentran sobre el cono del Payén Liso y toman formas circulares que, vistas desde muy lejos, semejan una fumarola volcánica, como un nostálgico capricho de la naturaleza por revivir imágenes de un pasado lejano.

Gustavo Espeche Ortiz – Agencia Télam


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