Guerras comerciales y judiciales: implicaciones y consecuencias de un castigo político recurrente
Donald Trump le impuso tarifas altas a Brasil explicitando que era un castigo por los procesos judiciales en contra de Jair Bolsonaro. Las guerras comerciales están en expansión en contextos de abandono institucional y declive político.
La paz comercial termina con las guerras. 1. Las guerras terminan con el comercio. El “dulce comercio” (doux commerce) era una idea central del iluminismo del Siglo XVIII. Sus precursores veían en el comercio y en el desarrollo de las fuerzas económicas una salida del Estado de naturaleza, de la guerra de todos contra todos, y una forma de construcción de una paz más estable.
El acto de negociar y comerciar era una acto civilizatorio después de siglos de cruzadas religiosas, caprichos feudales y atrocidades monárquicas. Hume, Montaigne y Kant fueron algunos de sus impulsores. Entre ellos resalta el Barón de Montesquieu conocido por su defensa de las garantías constitucionales y la separación de poderes en su clásico “El espíritu de las leyes” (1748). Su concepto de “principio de legalidad” será la base de influencia de otros padres del derecho penal liberal como Beccaria pero también de revolucionarios franceses, latinoamericanos y rioplatenses.
El mismo Alberdi impulsaba esa idea tras varias décadas de guerra autóctonas. El desarrollo económico era una de “las bases” materiales para la construcción de la jóven República Argentina.
En contraste, hoy las guerras comerciales están en expansión en contextos de abandono institucional y declive político. Esa no es una buena señal para los motores de la economía y es una pésima señal para la sociedad que vive de esa economía cada vez más impredecible.
La debilidad institucional del Estado se refleja en sus abogados defensores, entre purgas internas y desconfianza en su equipo de profesionales. El escándalo en la Procuración del Tesoro invita a esos procesos judiciales multiniveles. El zig zag de las administraciones públicas aumenta su manifiesta fragilidad.
Partidos políticos, centro de estudios, actores claves como el Conicet o las Universidades, todos hoy en jaque, no pueden prever desafíos estratégicos mientras luchan por su propia supervivencia. En ese escenario es probable que las guerras híbridas se diversifiquen y amplifiquen.
2. Castigar un proceso judicial con una guerra comercial. Trump le impuso tarifas altas a Brasil aclarando que era un castigo por los procesos judiciales en contra de Bolsonaro, ex-Presidente (2019-2022) y aliado internacional del trumpismo.
La retórica es una acción que oculta otras. Trump amenaza con quitarle la nacionalidad a Rosie O’Donnell para desplazar la atención mediática. Milei se enfrenta con Villarruel mientras los actores que están expresando alarmas y reparos son otros y mucho más importantes que la vicepresidenta.
La maestría de Trump, como la de muchos en el hemisferio sur, es confundir y distraer. Lo hacen bien por virtudes propias y por defectos ajenos. La guerra por la atención tiene un claro ganador.
Las guerras por recursos han sido habilitadas por el derecho y por las clases políticas a nivel internacional. El fin de la convertibilidad en la Argentina del 2001, la crisis de las hipotecas de EEUU en 2008 o la crisis europea con Grecia a la cabeza en 2015 no tuvo responsable alguno. No hubo reproche público y la clase política protegió a los que hicieron daño real y concreto.
Los populismos de Trump, Bolsonaro y Milei son expresiones de un malestar social cuyas raíces son ese daño legalmente tolerado, esa guerra de distribución de recursos que se hizo a través de las instituciones de la democracia que debían defender a la sociedad, a los pequeños peces frente a los grandes. La defensa fue inexistente, pura retórica hoy inefectiva.
Esa desconfianza estructural a la política es la guerra de fondo de nuestro tiempo. No se reconstruye despreciando a Milei, humillándolo porque toma medicamentos o deshumanizando a sus votantes, tres prácticas que la oposición hace con un placer morboso. El progresismo elitista ejerce la misma crueldad que denuncia para después volver a victimizarse.
La decisión de Preska, la guerra presupuestaria contra los Gobernadores y las denuncias que el Gobierno está acumulando día a día; diseñan a los tribunales como centro de la arena política. Las guerras comerciales y las batallas culturales son una extensión de esos procesos que en lugar de construir la paz social y económica nos llevan a una guerra perpetua que traerá más pobreza.
(*) Lucas Arrimada es abogado y profesor de derecho constitucional.
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