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Todos los idiomas están bajo ataque

Redacción

Por Redacción

Por James Neilson

Alarmadas por la invasión de modalidades lingüísticas raras que en su opinión hacen aún más difícil la lucha contra el analfabetismo, las autoridades educativas porteñas han optado por prohibir en los colegios el uso del llamado “lenguaje inclusivo” que, como todas las jergas profesionales, es divisivo por naturaleza. En Francia, ya lo había hecho el gobierno de Emmanuel Macron no sólo por considerarlo una aberración feísima sino también por creerlo un misil anglosajón disparado contra la cultura francesa, lo que es un tanto irónico; en Estados Unidos y el Reino Unido, muchos atribuyen a intelectuales franceses el origen de “la política de la identidad” y los cambios idiomáticos discriminatorios que ha estimulado.


Llama la atención que aquí los kirchneristas sientan mucho más entusiasmo por las modas sociopolíticas de la sociedad que dicen odiar que cualquier macrista, radical o libertario. No les preocupa en absoluto que todo lo relacionado con el lenguaje inclusivo, como el reemplazo de la sexista letra “o” por la presuntamente hermafrodita “x”, que están procurando impulsar provenga del mundillo progre de Estados Unidos donde, para perplejidad de la mayoría de los norteamericanos, en algunos círculos académicos es tabú usar la equivalente en inglés de la palabra “madre”; hay que hablar de “personas que dan a luz” y, para aludir a quienes antes se calificaban de mujeres, dicen “individuos con un cérvix”.


Por estar el Partido Demócrata del presidente Joe Biden en manos de progresistas combativos que, además de apoyar a los feministas militantes de la tercera ola, toman muy en serio las quejas de la pequeñísima, pero muy vocifera, minoría transexual, tales novedades ya están apareciendo en documentos oficiales donde motivan confusión entre los muchos que aún no dominan la jerigonza políticamente correcta que las autoridades de su país están resueltas a difundir.


Algunas lenguas son más sexistas que otras. Felizmente para los anglohablantes, su idioma no es estructuralmente machista, pero sí lo es el castellano en que el plural masculino engloba a los dos sexos, de ahí los intentos de remplazar “os” por “es”. Mientras que pocas palabras inglesas son femeninas o masculinas, ya que, acaso por pereza, los británicos abandonaron tales distinciones hace varios siglos, en el castellano y otros miembros de la gran familia romance, casi todas lo son. También abundan tales distinciones en los idiomas eslavos, algunos germánicos y el griego en los que, por lo demás, hay muchas palabras que son neutras, lo que debería merecer la aprobación de quienes dicen creer que hay más de dos géneros humanos. En cuanto al chino y el japonés, en que los sustantivos carecen de género gramatical, son tan sexistas como el que más porque abundan los ideogramas que tienen connotaciones que, desde el punto de vista de cualquier mujer, son insultantes.


No sería nada fácil eliminar por completo el sexismo que es parte de la estructura básica del castellano. Requeriría una operación tan drástica que pondría en peligro la vida del paciente. Puede que no ocasionara muchas dificultades reemplazar la “o” y “a” por la “e” que es fácil pronunciar, a diferencia de la “x” -que podría servir para transcribir idiomas del Kalahari en que abundan los cliqueos, y la “@”-, pero andando el tiempo, a los hablantes del neoespañol podría parecerles tan ajena la literatura de sus mayores como es, para la generación actual, la escrita en latín.


A los guerreros lingüísticos no les falta ambición; quieren reconstruir todas las sociedades humanas modificando los modos de pensar que son propios de las culturas dominantes, lo que a su juicio los obliga a depurar los idiomas de particularidades que se remontan a tiempos prehistóricos cuando nuestros antepasados remotos suponían que sería lógico atribuir una identidad sexual, por tenue que fuera, a objetos e ideas, lo que harían de manera bastante arbitraria.


Para un hispanohablante, el que la luna sea femenina y el sol masculino es algo más que una convención gramatical, pero sucede que, como a muchos les gusta señalar, en alemán la luna, der Mond, es masculino y el sol, die Sonne, es femenina. ¿Es tan radicalmente diferente la mentalidad de los teutones de aquella de los latinos que los dos pueblos no viven en el mismo universo? Hay que dudarlo.


Todas las lenguas conocidas son sexistas. De descubrir una que nunca lo fue, los feministas la tomarían por evidencia de que por lo menos un pueblo logró inmunizarse contra el mal que ha pervertido a tantos seres humanos, pero a pesar de los esfuerzos de miles de especialistas en tales materias, hasta ahora no han encontrado la excepción que están buscando.


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