Pánico y desesperación en una ciudad ocupada

Los habitantes de Ramallah esperaban una ofensiva israelí, pero la magnitud del ataque los sorprendió. "Tenemos comida para una semana", dice una mujer que compra en medio de las balas.

La noche fue cruel en Ramallah.

«Esperábamos un nuevo ataque israelí», dijo la cristiana Hanan Shehadeh en su casa en el centro de la ciudad autónoma palestina, ubicada al norte de Jerusalén. «Pero nadie pensó que llegaría en Pascuas».

Ayer por la mañana, a las 03:00 (hora local), los tanques israelíes avanzaron sobre el centro de Ramallah. La resistencia armada palestina se quebró rápidamente con el fuego de artillería. Para el mediodía, el Ejército israelí había ocupado toda la ciudad.

La cristiana Shehadeh quería viajar el jueves a visitar a su familia en Belén. «Pero en el punto de control israelí al sur de Ramallah, me enviaron de regreso», dice la mujer, de 29 años. El teléfono es ahora la única fuente de información, dado que a las nueve de la mañana se cortó el suministro eléctrico.

Los habitantes de la ciudad no pueden basarse en la televisión local, como hicieron en la primera invasión a mediados de marzo. Entonces, se informaba regularmente sobre las posiciones de los tanques y los tiradores de precisión israelíes.

Ahora, el pánico y la inseguridad determinan la situación mucho más que en la ocupación de hace dos semanas. «Debemos esperar a ver cómo se desarrolla todo», opina uno de los clientes de un supermercado cercano, que al contrario de los demás mantiene cierta calma.

En el camino al supermercado, los clientes se iban refugiando de portal en portal, y avanzaban cada vez que no veían vehículos militares. «Todos contamos con una larga ocupación. Sólo tenemos alimentos para alrededor de una semana, y en algún momento también se acabará el gas para cocinar. No sé qué haremos entonces».

Se escuchan disparos en las cercanías del supermercado. «Espera aquí», dice alguien desde la entrada a una casa. «Aquí estás seguro». Alrededor de 15 personas son ya las que se reúnen detrás de la puerta. Cuando el intercambio de disparos se detiene unos momentos, las personas echan un vistazo y salen corriendo rumbo a sus casas.

Frente al supermercado, se atrincheró en un jardín un grupo de milicianos palestinos. Algunos de ellos aún llevan heridas vendadas, consecuencia del último ataque israelí. Tras una ráfaga de disparos desde un edificio alto de las cercanías, al menos una posición de tiradores israelíes ya es conocida. La casa de los milicianos está justo en la línea de tiro.

Aún es posible llevar a los heridos al único hospital accesible del centro de la ciudad, donde los médicos operan con generadores eléctricos de emergencia. Las ambulancias trabajan sin descanso. La cantidad de heridos ya asciende a decenas. Telefónicamente no es posible conseguir más información del hospital, pero los gritos que se oyen demuestran que las condiciones son caóticas.

Lo que genera mayor inseguridad fue el asalto al cuartel central del presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Yasser Arafat, y los rumores acerca de que los israelíes lo quieren sacar del país o arrestarlo, o peor, matarlo.

«Si Arafat se va, entonces aquí se desata el caos», es la opinión generalizada. «Arafat no es sólo el jefe del país, sino que es quien mantiene todo unido. La desesperación aumentará si ya no está en Ramallah».

Las afirmaciones israelíes acerca de que la población civil no es el objetivo de la acción militar no son tenidas en cuenta por nadie en Ramallah. «Los israelíes quieren que todo aquí se hunda en el caos», es la opinión predominante entre los clientes del supermercado. «Entonces podrán hacer aquí lo que quieran», sostuvo una mujer.

Un sobreviviente y símbolo en declinación

El presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, escapó varias veces a complots y atentados, sobrevivió a un accidente aéreo y desde hace décadas es el hombre símbolo de la lucha del pueblo palestino. Para la mayoría de los israelíes, por el contrario, es simplemente «el terrorista».

Durante más de 30 años su carisma le permitió mantener en equilibrio, aunque inestable, a los diversos componentes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Decenas de veces se transformó de lobo en cordero y viceversa, y supo transformar las derrotas en victorias.

Distinguido en 1994 con el Premio Nobel de la Paz, Arafat está desde hace tres decenios a la cabeza de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP). Ya con 72 años de edad, no ha logrado aún el objetivo de su vida, el de un Estado palestino independiente.

Desde hace meses está inmovilizado en la ciudad cisjordana de Ramallah, donde Israel lo declaró de hecho el 3 de diciembre de 2001 bajo arresto domiciliario.

Arafat, que ha sobrevivido numerosos atentados y un accidente de aviación, nació como Rahman Abd-el Raouf Arafat al-Kudwa al Husseini, probablemente en El Cairo, aunque él siempre ha dicho que nació en Jerusalén. Oficialmente, su fecha de nacimiento es el 4 de agosto de 1929. Estudió ingeniería en El Cairo y fue dirigente estudiantil en la Franja de Gaza, entonces bajo administración egipcia. En la Guerra de Cercano Oriente de 1956 contra Israel luchó en el ejército egipcio como oficial y experto en explosivos, yendo después como ingeniero constructor a Kuwait.

De regreso en Gaza creó la organización Al Fatah (Victoria) y en 1969 fue elegido jefe de la OLP. Desde territorio jordano inició una campaña terrorista contra Israel. En 1970 la OLP vivió el «septiembre negro», una grave derrota frente a las tropas jordanas. El rey Hussein de Jordania expulsó a Fatah del país.

Cuatro años más tarde, en un discurso ante las Naciones Unidas en Nueva York, ofreció la paz a Israel. En 1982, las tropas israelíes lo expulsaron a él y a miles de combatientes de Al Fatah de Beirut. Se refugió en Túnez.

En 1988, durante la primera Intifada, proclamó la Palestina independiente y el Consejo Nacional Palestino lo eligió presidente. En 1993-94 se produjo la apertura, con los acuerdos autonómicos con Israel, y en 1994 recibió el Premio Nobel de la Paz junto con el primer ministro israelí Itzhak Rabin En 1996, casi el 90% de los palestinos lo eligió como presidente. Tras el asesinato de Rabin a manos de un judío ortodoxo, comenzó la declinación de Arafat.

Los sucesores de Rabin en la jefatura del gobierno israelí lo rechazaron. Con Ehud Barak fracasó la conferencia de Camp David y en septiembre de 2000- estalló el nuevo levantamiento de los palestinos -la segunda Intifada- que aceleró su declive político.

Un complejo emblemático

Ramallah, Cisjordania (Télam-SNI).- El complejo de edificios que alberga las oficinas del presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Yasser Arafat, es una construcción de los años «20, cuando Palestina estaba bajo mandato británico.

El edificio que el ejército israelí allanó y destruyó ayer, cercando a Arafat, es conocido con el nombre de Al Muqataa, y además de las oficinas de Arafat contiene los servicios de inteligencia del ejército y de la seguridad palestina, y una prisión.

El complejo tuvo desde su construcción un uso militar. Durante el dominio británico sirvió de cuartel general militar, tribunal e incluso de prisión, con capacidad para 400 detenidos.

Tras la partida de los británicos en 1948 y la guerra que siguió, el complejo cayó en manos de los jordanos, que lo utilizaron a la vez como prisión y como residencia de oficiales.

Instalado en una superficie de alrededor de 3.000 metros cuadrados, el complejo también sirvió de campo militar.

En la Guerra de los Seis Días, en 1967, el edificio pasó al control de los israelíes, que lo convirtieron en un puesto de mando.

En 1994, un año después de los acuerdos de Oslo, la Muqataa fue entregada a los palestinos, que la convirtieron en edificio oficial transformándolo en uno de los escasos símbolos materiales de la Autoridad Palestina.

Un dilema para Peres y la izquierda

La izquierda israelí asiste dividida y desorientada, sin un líder, a la nueva escalada de violencia en Medio Oriente, donde se suceden atentados mientras el ejército israelí ataca el cuartel general del líder palestino, Yasser Arafat, en Cisjordania.

«Que sean juzgados los criminales de Oslo, Shimon Peres y Yossi Beilin», gritaban manifestantes de derecha bajo las ventanas de la oficina del premier Ariel Sharon, mientras en el seno del gobierno el ministro de Exteriores -arquitecto de los acuerdos de reconocimiento entre Israel y la OLP, en 1993- pasaba por una de las batallas más dolorosas de su historia. Peres no hubiera querido la ofensiva militar contra el cuartel general de Arafat. Al amanecer, sólo él junto con el ministro de Deporte, Matan Wilnay, hallaron la fuerza de abstenerse: luego se encerró en el mutismo

La masacre de Natanya -22 judíos asesinados hace dos noches por un terrorista suicida mientras se aprestaban a comenzar las celebraciones de Pascua en un hotel- lo anonadó.

«La Autoridad Nacional y su presidente -exclamó Peres, en un comunicado cargado de indignación- no dieron el menor paso para frenar el terrorismo. Su responsabilidad en este horrendo crimen es gravísima».


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