Pasar a la acción

por Arnaldo Paganetti

No hay una revolución en ciernes ni una toma inminente de la Casa Rosada. Así se desprende, entre otros datos, de la lectura de una encuesta de Mora y Araujo que, haciendo notar el malestar por la irresolución del conflicto piquetero, mantiene la aceptación de la gestión presidencial por encima del 60 por ciento. Sin embargo, la ebullición callejera (amplificada por la televisión en vivo) no cede y los ciudadanos vibran al compás de la histeria, los desórdenes y la violencia no seguida de muerte.

En el gobierno, donde se reconoce que no se controla toda la situación, se sostiene que los cambios impulsados por Néstor Kirchner, son inexorables y que apuntan a construir otros «sujetos sociales» porque «así como están no van más». Se menciona que sería imposible revivir la gesta del 17 de octubre de 1945, cuando los trabajadores salieron a la calle para inaugurar la era peronista y la etapa industrial. Hoy hay fábricas cerradas; legiones de desocupados y marginales que, insatisfechos, cobran un plan asistencial de 150 pesos; ahorristas estafados por los bancos, dirigentes enriquecidos y «pudientes» -según la feliz expresión del diputado socialdemócrata alemán Lothar Mark-, que «irresponsablemente» se llevaron al exterior el dinero producido por el imperfecto desarrollo nacional.

No hay confianza en la policía. Ni en las fuerzas armadas. Ni en la jerarquía de la Iglesia Católica o de la central de los trabajadores. Es así, por más que en los últimos días el presidente Kirchner haya lanzado señales conciliatorias en el entendimiento de que no es posible pelearse con todos, a cada instante y al mismo tiempo. El temperamento del patagónico que ostenta legítimamente la primera magistratura, lo lleva a decir una y otra vez (por estos días se encuentra leyendo una biografía del inmolado ex presidente chileno Salvador Allende) que no abdicará de sus convicciones.

En general, los argentinos parecen ser conscientes de la necesidad de ir enterrando lacras que calaron hondo en su manera de ser. Pero encuentran que los procesos de renovación chocan con la tozudez de protagonistas que se resisten a salir de escena. Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, y lo que representan de vetusto en el arco partidario, influyen por detrás de las gradas. Hugo Moyano y los «gordos» José Luis Lingieri y Susana Rueda, son los flamantes conductores de una CGT atrincherada sobre las obras sociales.

El viernes, en el Congreso los legisladores festejaban un estudio de Gallup que estableció que diputados y senadores subieron del raquítico 2 por ciento al magro 18 por ciento su imagen positiva tras el ascenso de K. Y en los ambientes tribunalicios se le asignaba importancia a dos fallos, tras el ocaso definitivo de la Corte «menemista», que tuvo por cabeza al riojano Julio Nazareno y como cerebro a Eduardo Moliné O'Connor, que sí enmudecieron por el foro.

1) Trascendente fue la decisión del renovado órgano supremo de Justicia rechazando el planteo de Jerónimo Cabrera, quien por acto propio aceptó cobrar a 1.40 más CER y luego presentó un recurso para que le actualicen la diferencia a valor dólar. En una sentencia jurídicamente impecable (aunque contradice la doctrina San Luis, cuando durante la época de Duhalde no se aceptó la pesificación de los ahorros provinciales), se le cerró el camino a los demandantes de segunda generación: los bancos (dos extranjeros se estarían por ir del país) respiraron aliviados porque ya no estarán obligados a devolver reclamos por el 90 por ciento de los depósitos, y en el Ministerio de Economía consideraron que es un paso más para la seguridad jurídica que se demanda desde el FMI. ¿Será el próximo paso la convalidación de la pesificación adoptada en un marco de emergencia económica?

2) Por vicios procesales, una Cámara amonestó al juez Rodolfo Canicoba Corral y desprocesó a los cuatro principales implicados en la causa por los sobornos en el Senado, que tumbó al ex vicepresidente de la Alianza, Carlos «Chacho» Alvarez y marcó el principio del derrumbe del gobierno de Fernando De la Rúa. En cámara lenta, la justicia desautorizó al arrepentido Mario Pontaquarto: a confesión de parte… absolución. Hasta el ministro Gustavo Beliz reconoció «la sensación de impunidad», pese a saber que se intentará presentar a una testigo clave, que hasta ahora permaneció callada.

Un profesor de derecho constitucional, discípulo de Eugenio Zaffaroni y Germán Bidart Campos, enseña con un crudo escepticismo que lógicamente es posible investigar en la Argentina, pero empíricamente no.

Kirchner no tiene predisposición a amilanarse frente a los retos diarios, pese a que intenta ir capturando a un sector del empresariado. En la Bolsa de Cereales, ensayó la defensa de un capitalismo productivo y transparente y al hablar en un homenaje a los policías caídos en servicio, trazó una raya luego de las profundas purgas que ordenó para extirpar a los corruptos.

No es sencillo el futuro. La CGT unificada hasta ahí nomás (no están la UOM ni el kirchnerista Víctor de Gennaro) irá con un pedido salarial a golpear la puerta de la Rosada. Un sector de la administración (no Lavagna) está dispuesto a otorgar, como parte de la táctica de ir acorralando a los piqueteros duros a los que no puede doblegar. Algunos, incluso, hablan de una reconciliación entre el Presidente y su enemigo, el gastronómico Luis Barrionuevo. De ser cierta esta versión, K estaría bajando uno de sus principios, no transar con los corruptos y representantes de la «patota sindical».

Pero, si bien la Bastilla no está al caer, algo está sucediendo. Hay una marea incontenible que no se sabe para dónde va. Parafraseando al actor principal de la película «Good by, Lenin», tras el estrepitoso derrumbe del muro de Berlín, en 1989: la mejor forma de solucionar los problemas es pasar a la acción. ¡Que sea para bien!

arnaldopaganetti@rionegro.com.ar


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