Postales de Bariloche

sandra guerrero (*)

Se conforma como una geometría fragmentaria. Desde el centro hacia “el Alto” y desde el centro hacia los “kilómetros” está armada por espacios inconexos de comunidades que no se ven el rostro ni en el supermercado. A ningún dirigente debería sorprender la irrupción social violenta del 20 de este mes. En un contexto anómico, grupos organizados dan un primer golpe. El despliegue de cierta logística en la acción permite esta afirmación. Luego, el oportunismo toma la delantera, los primeros se repliegan y lo que surge a partir de allí es la realidad. Una geografía de la quebradura humana es hoy este aglomerado poblacional, en los que tienen mucho y en los que tienen muy poco. La idea de comunidad sobrevuela algunas cabezas y algunos cañadones, pero no cristaliza proyectos a largo plazo. En el medio, se les va la vida a miles que no logran trabajo, inserción, decencia y toda esa ristra de valores que construyen las identidades de gente que tiene nombre. La visibilidad de los grupos se da por rango de problemas, no por satisfacción. Los discursos reafirman las diferencias estigmatizantes. El Estado está atravesado por su propia decadencia y la clase dirigente, por su pérdida de autoridad. La infraestructura de servicios es muy cara en una ciudad de montaña. La salud y la escuela quedan en algunos casos a dos colectivos y, aun llegando, lo mejor que hay allí es calidad humana, pero ningún recurso. Bariloche manifiesta la estética de la pobreza y de la violencia por donde se la mire, menos en sus bellezas naturales. Usurpación de espacio público y privado sistemáticamente, destrozo del patrimonio comunitario y discursos conspirativos que construyen un imaginario con el que es difícil construir identificación. Los conflictos no resueltos se superponen por capas en las imágenes del 20. Cada cuadro permite ver lo que hay y lo que no, pero también lo que no hubo durante muchos años y no quisimos ver. La postergación constante vuelve la solución más difícil y muchísimo más cara. Varios períodos electivos serán necesarios para que algunos intendentes logren sumar a su esfuerzo la voluntad popular de ser una comunidad organizada. El problema más inmediato es restituir cierta forma de autoridad en manos de los gobernantes constitucionalmente elegidos. Goye aspira a gobernar con 400 gendarmes. Y nada más. Carece de jefe de Gabinete y de secretarios de Hacienda y de Acción Social. Se contradice permanentemente sobre lo que hizo y lo que no hizo para evitar este curso de acontecimientos, desplaza responsabilidades, elude toda autocrítica y, como si fuera poco, no estuvo presente en la ciudad. No se advierte reflexión en el tono que emplea. Han quedado al descubierto un entorno frágil y una estructura de alianzas que no le permite tomar ninguna decisión. Si aún quedara alguno de sus aliados no quiere desaparecer con él y se excusa de responsabilidad en los hechos acontecidos. La falta de mensaje dirigido a los presidentes de juntas vecinales los indignó. El humor social va a buscar responsables como un modo de exorcizar el miedo, no por encontrar soluciones. Tal vez uno de ellos sea el propio intendente. Salvo que produzca un salto enorme y se dirija a formas organizadas de la población para volver a enlazar su legitimidad, su autoridad está tremendamente comprometida. La crisis de los tickets fue construida por el propio intendente sobre condiciones preexistentes de una crisis social latente. La promocionó en los medios de prensa y pretendió acallarla sobre una estructura clientelar que utiliza como soporte. En este contexto discriminar lo urgente de lo permanente no va a escandalizar, va a doler. La calma temporal que provee la condena judicial o pública de las personas que cometen delitos no resolverá los problemas de fondo. Esas personas solamente se comportan como chivos expiatorios de todos los conflictos que “metemos bajo la alfombra”. Crecimiento es poder ver los problemas tal como son y, por tanto, atreverse a solucionarlos, sistemáticamente, con la ayuda del Estado. Para eso tiene sentido buscar el poder legítimamente. Pero el sentido parece haberse ido del palacio municipal. El abandono de las personas a su suerte, apoyadas en un Estado que “hace como si funcionara”, expone a muchos a ser cooptados por estructuras mafiosas. Esto puede verse en la historiografía de los sucesos violentos en Bariloche. Basta querer ver. La realidad no tiene la tendencia a esperar que nos despabilemos. Para eso es imprescindible habilitar toda forma de diálogo en todos los espacios posibles. De ese rumor de café saldrán los impulsos para cambiar. (*) Exconcejal de la ciudad de Bariloche


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