Roca y Napoleón, ¿un solo corazón?

La figura del general Julio A. Roca sigue generando reflexiones en el mundo académico nacional. Se suma ahora al debate Héctor Landolfi, estudioso de la historia y ex directivo de la industria editorial.

Una aclaración previa: no elegí este título por amor a la rima fácil ni por querer imitar a los seguidores de Perón que recurrían a una común identidad cardíaca cuando encontraban a un ser comparable al General.

También, y preventivamente, puse entre signos de pregunta la segunda parte del acápite para evitar, más bien atemperar, previsibles críticas de la legión de admiradores del gran Corso que no admitirían que se lo compare con un “oscuro” presidente suramericano. Los interrogantes cumplen igual función ante los críticos profesionales de Roca que se disgustarían al ver a éste junto al famoso jacobino, devenido más tarde Emperador.

Cierro este ciclo aclaratorio preguntándome si es legítimo comparar a dos actores tan proporcionalmente disímiles en el contexto occidental. Pero si tenemos en cuenta la importancia que tuvo Napoleón para Francia y la que tuvo Roca para la Argentina, creo que el cotejo es válido.

No fueron contemporáneos, vivieron tiempos distintos. Roca nace veintidós años después de muerto Napoleón.

Los dos se criaron en familias modestas y de provincias. Julio Argentino fue el quinto de los ocho hijos del coronel José Segundo Roca y Agustina Paz y su padre debía hacer otros trabajos para mantener a su numerosa prole. Cuando el que sería dos veces presidente argentino ingresa al Colegio del Uruguay lo hace con una beca otorgada por Urquiza.

La familia Bonaparte nunca tuvo estabilidad económica y la carrera militar del futuro Emperador fue inducida por el padre para permitirle a su hijo ascender socialmente.

Ambos fueron militares de profesión y eligieron una misma especialidad: la artillería. Confieso no tener demasiada información sobre las razones que llevaron a estos dos hombres a elegir una misma arma. Pero no sería desatinado pensar que la inclinación por esta variedad profesional exigía conocimientos científicos y técnicos para los cuales ambos cadetes estaban intelectualmente predispuestos.

Pero no solo concordaron en esta especialidad castrense, se produjo entre ellos una impensada comunicación intelectual. Roca debió leer, y más de una vez, el Reglamento de Artillería Ligera de la Guardia Imperial, de Napoleón Bonaparte, por entonces uno de los dos únicos textos con que contaban los cadetes que hacían su formación artillera; el otro era el de Bartolomé Mitre: Instrucción Práctica de Artillería para uso de los señores oficiales.

Los dos usaron el accionar militar para ascender a la cúspide del poder político. Napoleón mediante un golpe de Estado y Roca, siguiendo los procedimientos legales de la época, aprovechó la popularidad que le otorgó su Campaña al Desierto.

Ambos militares dirigieron sus guerras mientras gobernaban. Napoleón lo hizo mientras estuvo al frente del Estado francés. Roca sólo durante los años iniciales de su primera presidencia (1880-86)

El Emperador debió ir y venir varias veces entre el campo de batalla y París. Uno de sus mayores desplazamientos lo realizó desde el centro de Europa, donde estaba peleando, hasta España para sacarle las castañas del fuego a su inepto hermano (José Bonaparte) a quién él había impuesto como rey ibérico en un acto farsista.

Roca fue más afortunado pudo contar con el coronel Conrado Villegas, el que fuera sus ojos, oídos y su brazo en el desierto, lo que le permitió dirigir la guerra sin moverse de Buenos Aires.

Los dos estadistas no fueron felices en sus respectivos matrimonios. Roca en privado admitía que no había sido buen marido para Clara, su mujer, quién debió soportar las frecuentes infidelidades de su esposo.

Napoleón amaba a Josefina pero esto no impidió los engaños de ambos ni el divorcio de Bonaparte para utilizar su nuevo matrimonio como instrumento de ambiciones políticas.

Los dos militares fueron represores. Las batallas de Naembé y Santa Rosa, en donde Roca sofoca los levantamientos de Lopez Jordán y Arredondo, no pueden considerarse meramente represivas pues fueron enfrentamientos militares producidos en el marco de nuestras guerras civiles.

Fue en la Revolución del Parque (la del 90) donde Roca haciendo honor a su apodo de “El zorro” apela a su astucia para hacer abortar el movimiento sedicioso. Tiene una reunión secreta con el general Manuel J. Campos, jefe militar de la Revolución, en el regimiento donde estaba arrestado. En ese encuentro Roca le expresa su adhesión al movimiento insurgente y ambos establecen un plan de acción diferente al acordado por Campos con los jefes civiles de la Revolución: Alem, Mitre y Aristóbulo del Valle.

La sublevación fracasa y Roca logra dos cosas: que renuncie Juárez Celman, a la sazón enemigo político y personal del general no obstante ser de su mismo partido. Y fundamentalmente, que Leandro Alem no llegue al poder. Los radicales quedarían con la sangre en el ojo de por vida ante esta actuación de Roca.

Durante su segunda presidencia el Congreso de la Nación promulga La Ley de Residencia utilizada para expulsar a agitadores extranjeros -socialistas y anarquistas- cuyo activismo encontró campo propicio en la aguda crisis social de aquellos años.

Napoleón en cambio fue mucho más expeditivo que el presidente argentino para reprimir. No utilizó leyes ni astucia para castigar sublevaciones. En 1795, ante una insurrección popular en París, Napoleón encierra a los rebeldes dentro de una plaza, coloca cañones en las alturas de cada esquina y dispara sobre la gente produciendo un verdadero baño de sangre.

La actividad militar del francés y la del argentino tienen un punto de partida común, pero su desarrollo y los resultados obtenidos son diferentes.

Napoleón fue un gran táctico, novedoso e imaginativo. San Martín aprendió del jefe galo el manejo de la caballería, enseñanza que aplicó con éxito en la batalla de San Lorenzo. Pero en materia estratégica el Emperador cometió errores graves.

Cuando se dirigía a Portugal, para anularlo como aliado de Inglaterra, decide, “de paso”, tomar España. Utiliza, para justificar su invasión, un argumento ideológico: “El pueblo español recibirá alborozado a las tropas francesas por ser portadoras del liberalismo”. Los españoles reaccionaron de otra manera pues el ejército napoleónico se dedicó al pillaje, a desvalijar iglesias y museos, y a torturar campesinos para obtener alimentos e información.

La conducta de los franceses produjo la sublevación del pueblo español y el ejército napoleónico reprimió salvajemente a los alzados. Goya reflejó en su pintura los crímenes de la ocupación francesa.

La opresión del ejército galo sobre el pueblo ibérico produjo, como reacción, la Guerra de la Independencia Española que obliga a Napoleón a retirarse.

Sin haber aprendido de su fracaso peninsular, el Emperador invade Rusia y comete el que quizá sea el mayor error estratégico de la historia militar. Este desacierto lleva a la destrucción de su Grande Armée, un ejército de 600.000 efectivos, el más grande de Europa.

Los generales rusos le anteponen una táctica de tierra arrasada, similar y contemporánea (1812) a la aplicada por Belgrano, ante el avance español, en el Éxodo Jujeño. Napoleón no entiende que en la medida que se aleje de sus bases y penetre en territorio ruso el invierno será más duro aún y sus posibilidades de éxito se reducirán drásticamente.

A algo más de 100 kilómetros de Moscú, el alto mando ruso presenta batalla a los franceses. Napoleón debe emplear a fondo a gran parte de sus recursos en el enfrentamiento, con lo que desgasta aún más a sus tropas. Es la batalla de Borodino donde pelea y muere Piotr Bagratión, general ruso al que Tolstoi trasforma en personaje de su famosa novela La Guerra y la Paz.

El triunfo que Napoleón obtiene en este enfrentamiento –con un enorme costo en vidas- sirve de poco pues si bien le deja el camino expedito hacia Moscú, en los hechos lo sumerge más en la añagaza que los rusos le tendieron.

Cuando llega a Moscú encuentra a la ciudad tan devastada como la Rusia que había recorrido. Esa lacerante realidad lo obliga a retirarse rápidamente acosado por el hambre, el frío y los ataques persistentes de los combatientes rusos.

Tchaikovky reflejaría esta victoria de los eslavos en su Obertura 1812, al aludir a La Marsellesa con ritmo huidizo.

Roca no hubiera caído en una trampa de esa magnitud; en realidad no cayó en ninguna. Más bien él fue un gran armador de estratagemas exitosas, haciendo honor a su apodo de “El zorro”.

Es interesante, también, analizar cual fue la actitud de cada general ante su enemigo. Napoleón con el Imperio británico y Roca ante el invasor araucano (mapuche).

El argentino entiende que para dar vuelta la guerra a favor del Estado nacional en la Patagonia debía copiar al indígena en su capacidad móvil. Y poder así recuperar la iniciativa, aumentar la movilidad y utilizar la sorpresa. Para ello, Roca incrementa la cantidad de caballos por soldado –cinco equinos por combatiente era la proporción empleada por los araucanos- para que éste viaje en los de transporte y pelee con los de combate. Ordena a sus comandantes que alivien al soldado de sus enseres “para que fuesen tan ligeros como un indio”.

Telegrafía a Villegas diciéndole: “No debe aburrirse en los cuarteles a los oficiales y soldados de su división, y desprenda siempre partidas ligeras que vayan hasta los mismos toldos…” (1)

Había creado el “malón blanco” o el “winca malón”, en la visión indígena.

Cuando el coronel Álvaro Barros, que hizo la mayor parte de su carrera en la primera línea de los fortines y luego fue el Primer Gobernador de la Patagonia, conoce estas nuevas disposiciones exclama: ¡Es la táctica Pampa!

El resultado de la Campaña de Roca habla a las claras sobre lo acertado de la táctica adoptada.

Napoleón, en su guerra terrestre, se da cuenta que necesita una poderosa flota para poder contrarrestar a la Armada inglesa y cumplir con su deseo de invadir las islas británicas o al menos bloquearlas efectivamente para rendirlas por hambre.

Como Francia no contaba con una flota de semejante magnitud el Emperador hace una alianza con España para unir a las dos Armadas. Pero este gesto de Napoleón es tardío y perdidoso. La flota ibérica estaba en malas condiciones, y en la francesa el jefe galo tiene problemas con sus capitanes. Era evidente que el enorme prestigio que el Emperador tenía sobre sus soldados de tierra no era el mismo que el proyectado sobre sus hombres de mar. Y para colmo de males franceses la flota inglesa era comandada por Nelson, uno de los más grandes almirantes de la historia. La contundente derrota de la armada franco-española en la batalla de Trafalgar terminaría para siempre con la pretensión napoleónica de vencer a Inglaterra.

Pero hay un lugar donde el Emperador francés y el Presidente argentino coinciden en una tarea trascendente: las respectivas labores de estadistas. Ambos fueron gobernantes fundacionales. La República francesa comienza, en realidad, con el ascenso al poder de Napoleón. El período revolucionario previo fue de gran inestabilidad y se caracterizó por oscilar entre el terror de la guillotina y un parlamentarismo ineficiente.

Napoleón reorganiza al Estado, funda las bases de una República moderna y transforma a Francia en un país unitario cuyo epicentro es París. Crea sus famosos códigos: Civil, Penal y Comercial, que se transformaron en modelos para la legislación de muchos países, incluso el nuestro.

La obra de gobierno de Roca fue de trascendencia no igualada en nuestra Nación. Produce el mayor salto cualitativo en la educación pública con leyes como la de Educación Común Nº 1420, promueve una escuela secundaria cuyo modelo fue el Bacalaureat francés –la envidia de Europa, le decían- y la “Ley de Avellaneda” de universidades nacionales. Construye gran cantidad de escuelas primarias y secundarias en todo el país y crea la Escuela Otto Krause con lo que da inicio a la enseñanza técnica en la Argentina.

Este proceso virtuoso culminaría logrando para la Argentina tres Premios Nobel de ciencias: Houssay, Leloir y Milstein.

Extiende el ferrocarril desde Buenos Aires hasta Santiago de Chile y desde Bariloche hasta La Quiaca, lo que posibilita que la Argentina se conecte por tren con Bolivia y Perú.

En materia de salud pública el emprendimiento no fue menor: Hospital de Clínicas, Hospital Ramos Mejía, Nuevo Hospital de Mujeres, Liga Argentina contra la Tuberculosis.

Una de sus últimas medidas, al finalizar su primera presidencia, fue crear el Banco Hipotecario Nacional que en su siglo de vida permitió a millones de argentinos e inmigrantes tener casa propia.

Roca fue el iniciador de la política social argentina. Ante la crisis económica y social que debe afrontar en su segunda presidencia, el general ordena a Joaquín V. Gonzáles, su ministro del Interior, hacer un estudio sobre esa problemática. El ministro encarga la tarea a Juan Bialet Massé cuyo informe final fue “El estado de las clases obreras argentinas”. Sobre la base de este análisis Roca confecciona su Ley Nacional del Trabajo, favorable a los trabajadores, que envía al Parlamento y no es aprobada por la oposición de radicales y socialistas. Los primeros no olvidaban lo ocurrido en la Revolución del 90 y los segundos tenían presente a la Ley de Residencia. Pero los socialistas, menos rencorosos que los radicales, se arrepienten pronto del error cometido pues esa Ley podía haber sido de ellos, y en el futuro se convierten en entusiastas roquistas.

Roca no era de amilanarse y en 1904 envía al parlamento su 1ª Ley de Jubilaciones del Estado Nº 4349 (Caja nacional de Jubilaciones y Pensiones) la que es finalmente aprobada, dando así inicio real a la previsión social argentina.

En la memoria y en la historia de sus respectivos pueblos es donde vuelven a separarse los destinos de estos dos grandes hombres.

Napoleón muere prisionero de los ingleses en Santa Elena, una isla perdida en el Atlántico. Tienen que pasar veinte años para que sus restos puedan descansar en Los Inválidos, en París, majestuoso panteón convertido en el destino constante de millones de sus admiradores de todo el mundo. En su época hubo artistas famosos que se decepcionaron con su trayectoria, como Beethoven que primero le consagra su tercera sinfonía y luego borra su nombre de la dedicatoria por que su admirado paladín de la libertad se coronó emperador. O como Lord Byron que brama contra el francés en su Oda a Napoleón Bonaparte, por su megalomanía.

Otro inglés, no tan poético como Byron, triunfador del desierto como Roca y que hubiera podido enfrentarse con el Emperador de haber sido su contemporáneo, el Mariscal Montgomery, dijo de Napoleón:

“…teniendo en cuenta su genio, nada hubo de irrazonable hasta que perdió la cabeza con las victorias de Austerlitz y Jena, y emprendió la marcha por el engañoso sendero del dominio mundial,…” (2)

Pero en la actualidad a ningún intelectual o político galo se le ocurriría pedir que muevan de lugar el Panteón o que se envíe a la casa de algún pariente la estatua de Napoleón. Ni la policía francesa permitiría que el monumento a su prócer mayor fuera pintarrajeado, agredido con inscripciones insultantes o se intente derribarlo.

El gran Corso permanece admirado y respetado no obstante haber dado un golpe de Estado para encaramarse al poder, haber reprimido a cañonazos a sus connacionales en una plaza de París provocando una masacre y haber conducido a una ignominiosa derrota al mayor ejército que tuvo Francia, ocasionando la muerte a más de medio millón de soldados. Para esa época miles de madres francesas llamaban “monstruo” a Napoleón por ser el causante de la muerte de sus hijos.

La memoria de Roca no tuvo la suerte que gozó la del jefe galo. Su principal monumento en Buenos Aires es permanentemente agredido ante la indiferencia de las autoridades nacionales.

No obstante no haber perdido ninguna batalla ni fracasar en ninguna campaña; haber hecho una trascendente obra de gobierno, hacer posible que la República Argentina haga efectiva su soberanía en nuestro Sur y lograr posteriormente el reconocimiento internacional de esos derechos su imagen y su nombre están siendo borrados de avenidas y billetes. Y hasta su estatua ubicada en una zona (Bariloche) donde la figura de Roca debería tener mayor reconocimiento, fue atacada y estuvo a punto de ser derribada.

Su memoria es denostada -paradojas de la historia- por algunos de los descendientes de aquellos inmigrantes que se beneficiaron con la política educacional, de salud y habitacional implementada por Roca.

La acusación estereotipada de “genocidio” con la que se pretende injuriar, desde una sesgada visión ideológica, al que fuera el creador de la Argentina moderna por su exitosa Campaña al Desierto, tiene poco asidero con la realidad.

La reiteración y la inexactitud de la imputación que se le infiere a Roca, lo que logra es banalizar una de las acciones más terribles de la condición humana.

La Campaña del Desierto es la culminación de una lucha que comienza en el mismo momento que Pedro de Mendoza pisa –en realidad invade- la orilla occidental del Río de Plata y finaliza en 1885. ¡Tres siglos y medio de guerra!

Este enorme espacio temporal resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta que el poderoso Imperio Incaico es conquistado en sólo dos años por Pizarro.

En la llanura, el “oro” móvil.

Las características de la lucha en la llanura pampeano-patagónica fueron claramente diferentes a las habidas en el resto de América del Sur.

Aquí no había oro ni plata, solo pobreza y soledad violentamente interrumpida por el acoso del malón y la posterior expedición punitiva de los españoles. O, como solía ocurrir, los abusos de españoles y criollos contra los indígenas generaban un malón de castigo.

La riqueza se gestó sola en la Pampa. Al fracasar la primera fundación de Buenos Aires quedan en libertad, en la feraz llanura, unas pocas vacas y caballos que en algunos años se convierten en una enorme riqueza móvil.

Fueron los indígenas nómades los primeros en apreciar este inusitado regalo que le dejaron los españoles.

El caballo modificó la cultura de la pampa para siempre. Los equinos permitieron a los aborígenes dejar de cazar a pie y hacerlo a caballo, tarea que se transformó casi en un juego. Pudieron mejorar la capacidad guerrera, acrecentar su economía y convertir al yeguarizo en el alimento preferido. Incorporaron el montado a su religiosidad, usaron su cuero como mortaja y sacrificaron el caballo preferido del muerto en su tumba.

El indígena de la llanura logró una relación casi ”íntima” con el equino. Unos versos de Borges del poema Milonga del infiel, que integra su obra Los Conjurados, así la define:

“El y el caballo eran uno,

eran uno y no eran dos.

Montado en pelo lo guiaba

Con el silvido o la voz.”

Buenos Aires, que hizo del contrabando su primera “industria”, comenzó a cazar bovinos salvajes (vaquerías) y producir cueros y tasajo (charque) para exportarlos. Poco a poco la carne y el cuero se transformaron en componentes esenciales de la economía colonial y lo seguirían siendo hasta bien entrada la vida independiente argentina.

Los araucanos (no se llamaban mapuches, todavía) originarios de la Araucanía chilena, zona estrecha y pedregosa del sur trasandino, son un pueblo periódicamente azotado por terremotos, y por los consecuentes tsunamis que lo arrinconan aún más sobre los Andes. La propia mitología araucana así lo refleja.

En el imaginario mapuche la Patagonia es la Gran Araucanía, una especie de Lebensraum (espacio vital) y conquistarlo, el “Destino manifiesto” de un pueblo que se siente apretado entre el mar y la montaña.

La llanura argentina se convirtió para los araucanos (mapuches) en el ancho mundo que les permitía ejercer una libertad imposible de practicar en el estrecho lar originario.

Pero no era solo el espacio patagónico lo que tentaba a los oriundos de la Araucanía, la llanura les ofrecía el caballo, instrumento ideal para ejercer esa deseada libertad.

Pero había más y no poco, era el “oro” de la Pampa. Esa enorme masa móvil de bovinos y equinos -disparadora de la codicia mapuche- los hizo dejar de cazar guanacos y ñandúes para dedicarse a atrapar ganado, actividad mucho más rentable.

Pero había otra prebenda: la sal. El cloruro de sodio era sumamente apetecido en Chile, donde carecían de él. No solo se lo utilizaba como sazonador y conservador de alimentos era, además, un componente estratégico para nuestros vecinos. Para fabricar pólvora (carbón+sodio) los trasandinos dependían de la sal que los araucanos –y tribus araucanizadas como la pehuenche- extraían de este lado de los Andes.

Chile no tuvo sal hasta 1883, cuando en la Guerra del Pacífico le arrebata las salinas de altura a Bolivia y Perú.

En este escenario, la llanura pampeana se convierte en el teatro de operaciones donde los Toquis (jefes militares araucanos-mapuches) buscan riqueza y prestigio político. Al igual que los Legionarios y Cónsules del Imperio Romano los caciques araucanos usaban sus triunfos militares de este lado de los Andes para escalar posiciones políticas dentro de la sociedad trasandina.

El “oro” de la Pampa –el ganado bovino y equino- se transforma en el objeto de la lucha entre “blancos” e “indios”. Es una guerra intermitente, con espacios de paz relativa donde el comercio florece.

El conflicto se agudiza cuando merma la cantidad de ganado salvaje por la caza indiscriminada. Los españoles y luego los argentinos, ante la carencia de animales, comienzan a criar bovinos en las estancias. Esto origina que el malón araucano caiga sobre las haciendas matando a los hombres, devastando los pueblos, secuestrando mujeres y niños y arreando con caballos, vacas y ovejas.

Las cifras del pillaje de ganado realizado por los mapuches va creciendo hasta llegar a cifras descomunales: 200.000 (otras contabilidades hablan de 300.000) cabezas de ganado robadas en el llamado Malón Grande (1875). Resulta irónico que algunos intelectuales argentinos digan que ese gigantesco abigeato es perpetrado por los mapuches por que no tenían para comer.

Quien veía las cosas con más claridad fue el diputado chileno Francisco Puelma (1870) representante de la provincia de Maule, que declaró en el Congreso de su país:

“En cuanto al comercio, vemos que el de los animales, que es el que más se hace con los araucanos, proviene de animales robados en la República Argentina… y nosotros sabiendo que son robados los compramos sin escrúpulo alguno y luego decimos que los ladrones son los indios. ¿Nosotros que seremos?”.

Los jefes militares araucanos (mapuches) manejaban un negocio sumamente rentable. Obtenían su “mercadería” (ganado y sal) sin costo en la Argentina y la vendían al cautivo mercado chileno. La cotización de la hacienda en pie en el país trasandino dependía de la cantidad de animales robados en la Pampa argentina.

Este “pingüe negocio”, como lo calificaba el general Roca, generó gran riqueza a los jefes araucanos y produjo un empinado desnivel social en un pueblo tradicionalmente austero.

La riqueza tiende a ser exhibida, sobre todo si es de adquisición reciente, y en este sentido la conducta de los toquis araucanos no fue la excepción. La platería mapuche fue la expresión de esa fortuna. Cada comandante araucano destacado tenía un platero español, con cuya artesanía enjaezaba a sus caballos y enjoyaba a sus mujeres; así en ese orden de lucimiento.

Para entonces la relación entre araucanos e ibéricos era buena en Chile, a tal punto que los mapuches apoyaron a los realistas durante nuestra Guerra de la Independencia y dieron cobijo a las fuerzas españolas que huyeron luego de la batalla de Maipú. Varios de estos elementos integraron malones que atacaron a estancias argentinas. Es evidente que los mapuches se olvidaron de su gran Jefe Lautaro, el que cifró su fama en su exitosa lucha contra el Imperio español y dio su nombre a la Logia independentista.

Son varias las razones que determinaron que la lucha de españoles, y luego argentinos, contra las tribus araucanas en el Sur se prolongara durante tres siglos y medio. Las resumiremos:

1) Las características de la geografía. El vasto espacio abierto de la llanura pampeano-patagónica, transitado por tribus nómades, hizo imposible la aplicación de instrumentos de dominación poblacional como las Reducciones de Indios, creadas por los españoles en el mundo andino.

2) Las exigencias del Norte. Buenos Aires estuvo demandada por obligaciones, tensiones y conflictos que no le permitían proyectarse en plenitud hacia el Sur. Desde su fundación hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) Buenos Aires, junto con Tucumán, era una gobernación dependiente de Lima. A partir de ser designada cabecera del Virreinato, la ciudad porteña comienza a tener jurisdicción sobre un vasto territorio que comprendía las actuales repúblicas Argentina, de Bolivia, de Paraguay y del Uruguay lo que acrecentó la actividad, vinculación y exigencias del nuevo territorio. Luego de la Revolución de Mayo, las guerras de la Independencia, las luchas civiles y la guerra contra el Paraguay absorbieron las energías de la nueva Nación.

3) El complejo militar-comercial. El pillaje de ganado y sal realizado por los araucanos (mapuches) pudo sostenerse durante tanto tiempo por que contaba con un mercado proveedor gratuito, la Pampa argentina, un mercado comprador cautivo, la sociedad chilena y un eficaz aparato militar que ejecutaba la operatoria comercial sin demasiados inconvenientes.

En la última fase de la guerra del desierto, la que inicia y termina Roca, se produce un enfrentamiento al cual le cabe, como a todas las guerras, esa descarnada definición del Cómic y el Anime japonés:

“Una vez comenzada la lucha, ningún bando es bueno.”

Esto significa que iniciadas las hostilidades cada oponente trata de infringirle a su adversario la mayor cantidad de daño para imponerle su propia voluntad.

La Campaña del Desierto roquista encaja en esta definición pero también tiene su propia característica. La ofensiva del Ejército argentino configurada y llevada a cabo por partidas ligeras que caían sobre los toldos, fue mas bien una cacería. Se trataba de detener a los caciques principales: Pincén, Namuncurá, Sayhueque y otros, para lograr rendir a sus partidarios o expulsarlos a Chile.

No hubo órdenes de Roca, ni publicas ni reservadas, para que se mate a los prisioneros. Cuando comenzó a recibir los partes de Villegas que le informaban sobre la cantidad de cautivos tomados, Roca le ordena:

“Mándeme a ésta (Buenos Aires) inmediatamente y bien custodiados los prisioneros, que no conviene aglomeraciones de indios en las fronteras.

A éstos como a los que se tomen en adelante, los hemos de hacer marinos o agricultores en Entre Ríos o Tucumán.” (7)

Estas disposiciones son claramente diferentes, con respecto al trato de prisioneros indígenas, a las dadas por Juan Manuel de Rosas en su campaña al desierto de 1833. En carta del 2 de diciembre, el Restaurador ordena al coronel Pedro Ramos que:

“lo que debe u. hacer es luego qe. ya enteramente no los necesite para tomarles declaraciones, puede hacer al marchar un día quedar atrás una guardia vien instruida al Gefe encargado qe. me parece puede para esto ser bueno Valle, quien luego qe. ya no haya nadie en el campo, los puede ladear al monte, y allí fusilarlos”

En esta guerra no se produjeron grandes enfrentamientos, no obstante la cantidad de efectivos involucrados por ambas partes; hubo persecuciones. Los araucanos sabían, por elementos infiltrados entre los indígenas que merodeaban por fortines y cuarteles, que el ejército que se les venía encima no era el de siempre. Era una fuerza que había aprendido de su oponente y se abatía con rapidez y eficacia sobre las tolderías de su enemigo. Los araucanos comenzaron a probar la medicina que aplicaban a los pueblos de nuestra campaña.

Así definió este nuevo accionar del ejército expedicionario el historiador militar Alberto Scunio:

“Ahora el `malón blanco´ rugía en las paupérrimas habitaciones de sus iniciadores.” (8)

La capacidad militar araucana, templada históricamente en sus enfrentamientos contra el ejército incaico y el español, sabedora que solo se debe presentar batalla cuando –y donde- existe la posibilidad de ganarla, retira la mayor parte de sus efectivos a Chile, país desde donde invadieron la Argentina.

Tácito, el historiador romano, en su obra Germania estudia las costumbres de este pueblo. Al describir el accionar militar de los germanos señala que cuando se los presiona con insistencia consideran a la retirada como una táctica, no una cobardía. La misma apreciación puede hacerse de los araucanos.

El análisis de las cifras de muertos y prisioneros indígenas, revela que la gran cantidad de estos últimos son integrantes de la “chusma” (apoyo logístico al guerrero araucano compuesto por sus mujeres e hijos) en una proporción mayor a la habitual. Cifras que estarían indicando que los combatientes faltantes son los que se retiraron al otro lado de la cordillera.

Villegas, quién dio el último empujón al enemigo araucano, percibió esta situación y ante la posibilidad de que los expulsados regresen obra en consecuencia. En su informe del 5 de mayo al jefe del Estado Mayor, el general Viejobueno, y como complemento a su “Orden de Operaciones” del 20 de marzo de 1883, dice:

“He creído de suma necesidad trazar una línea de defensa paralela a la cordillera a fin de evitar que los salvajes que habían sido arrojados de nuestro territorio no volvieran a pasar a él”. (9)

El accionar del Ejército estaba dirigido contra las tribus araucanas no contra los Tehuelches, ancestrales habitantes patagónicos. No obstante en la “atropellada” es detenido y enviado a Buenos Aires, el cacique tehuelche Orkeke, junto a cincuenta de sus partidarios. Roca al enterarse del error ordena al comandante responsable de la detención que le cambie la condición de “detenido” por la de “invitado” del Gobierno Nacional. Y envía a Ramón Lista para que reciba al jefe tehuelche en el puerto de Buenos Aires y le presente las excusas de su Gobierno.

Posteriormente el presidente argentino los recibe en la Casa Rosada y les reitera las disculpas.

Los tehuelches fueron alojados en el regimiento 1 Patricios y son profusamente agasajados en restaurantes y teatros de Buenos Aires. Lamentablemente la neumonía logra lo que no pudieron hacer sus enemigos araucanos (mapuches) Orkeke muere en el Hospital Militar junto a diez y seis de sus partidarios.

Este incidente obliga a Roca a recordarle a Villegas, en carta del 28 de abril de 1883, que:

“Los pacíficos y hospitalarios patagones (tehuelches) de índole dulce y mansa, no necesitarán la represión de las armas para someterse al imperio de las leyes de la Nación.” (10)

La República Argentina tiene sobre la Patagonia los mismos derechos que detenta sobre las Islas Malvinas. La diferencia entre ambas realidades radica en que en el continente la soberanía del Estado Nacional se concretó gracias a Roca.

Los argentinos deberíamos dejar las diferencias de la historia en manos de los historiadores. Y nosotros entrar en ella, en nuestra historia, dentro de la cual Roca es ineludible, como sumergiéndonos en nuestros propios antecedentes. No como accediendo a una cantera en busca de piedras para arrojárnoslas en el presente sino para conocer mejor la “espalda” en donde nos recostamos.

Notas

1. Zeballos, Estanislao S.: CALLVUCURÁ y la Dinastía de los Piedra, Buenos Aires, Solar, 1994.

2. Montgomery, Mariscal: Historia del arte de la guerra, Madrid, Aguilar, 1969

3. Colón, Cristóbal: Diario de abordo, Madrid, Globus, 1994

4. y 6. Valcárcel, Luis E.: Historia del Perú antiguo, Lima, Mejía Baca, 1964

5. Toynbee, Arnold, J.: Estudio de la Historia, Vol. I, Buenos Aires, Emecé, 1951

7. 8. 9. y 10. Scunio, Alberto D. H.: Del Río IV al Lime Leuvú, Buenos Aires, Círculo

Militar, 1980.

Héctor Landolfi


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