Se llamaba Emiliano

La aparición del cuerpo de Emiliano Sala en el fondo del Canal de la Mancha, es la lacerante respuesta que da la vida a tanta contradicción humana.

Una historia que mezcla morbo e hipocresía, cuyo involuntario protagonista es un joven futbolista de pueblo devenido en mártir.

¿Quién conocía a Emiliano Sala antes de que desapareciera el Piper PA-46 Malibú de su último viaje? Había que ser un erudito del fútbol para saber de este santafesino nacido en Cululú, quien con tan solo 14 años partió a probar suerte en el viejo continente.

Como Sala, habrá tantos otros muchachos boyando por el mundo, a la espera de que un pase o una temporada exitosa cambie definitivamente su suerte. Un derrotero no exento de riesgos, intermediarios improvisados y clubes urgidos por las necesidades.

Por esas aguas transitaba el Cardiff FC cuando decidió adquirir el pase del goleador del Nantes, con la ilusión de mantener así la categoría. Para ello no hesitó en concretar la transferencia más costosa de su historia por 17 millones de euros.

Es allí donde aparece la primera paradoja. Si estamos en presencia de la inversión más importante en la vida de la institución galesa ¿cómo no se va a velar por la integridad física del jugador, verificando la manera de que llegue sano y salvo a casa?

Si por otra parte el Nantes ha quedado tan satisfecho con los servicios y con la persona de su ex futbolista ¿cómo no lo va a asistir en su despedida?

Hoy lejos de tales interrogantes, ambos clubes se preparan para una ardua batalla legal.

Al mismo tiempo ¿qué clase de representante acepta que su asistido realice un vuelo en una aeronave vetusta, de noche, con un piloto de dudosa reputación y en condiciones climáticas tan adversas?

La muerte absurda de Sala habla mucho de la improvisación y de la urgencia, pero también denuncia con crudeza, al hombre de hoy.

Da la impresión que todos los nombrados se ocuparon más del negocio, que del ser humano. El pase de Sala y sus millones, primaron más que Emiliano.

Un error propio de estos tiempos, donde el deportista salvo que sea una megaestrella, pasa a ser una mercancía de la que hay que sacar provecho mientras dure su corta vida productiva.

La segunda contradicción pasa por el tratamiento de primera plana dada a la noticia, explotando el morbo que las circunstancias del hecho generaron. Nuevamente prevaleció allí la exposición al recato. Daba pena ver el asedio al que era sometido el consternado padre de Sala, en las puertas de su humilde hogar.

El tercer contrasentido, es que a pesar de semejante repercusión, la Agencia de investigaciones británica decidió al tercer día, la suspensión definitiva de la búsqueda del avión y de los cuerpos.

Un temperamento del que solo se desistió por la presión diplomática y por una colecta pública -a la que contribuyeron muchos futbolistas- que reencausó la investigación.

Causa escozor, saber que agotados dichos fondos, no hay interés oficial por seguir insistiendo con el rastreo del cuerpo del piloto inglés David Ibbotson.

La cuarta cuestión, pasa por lo escalofriante que resulta que por obra y gracia de los medios tecnológicos con los que hoy se dispone, alguien pueda ser autofilmado o grabado en los últimos segundos de su vida. Una suerte de selfie de la propia muerte.

La desgrabación de las últimas palabras de Sala a un amigo, minutos antes de su desaparición, son las de un joven que ve venir la catástrofe y pide se acuerden de él.

Un mensaje que quedó sepultado en el fondo del mar. Mientras aún se celebraba el pase millonario de Sala, esa noche, nadie se acordó de Emiliano.

*Abogado. Prof. Nac. De Educacion Física. Docente Universitario. angrimanmarcelo gmail.com


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