“Cuando nado, mis problemas quedan debajo del agua”, la historia de Micaela Mira

En sus cortos 22 años, esta joven de Bariloche atravesó situaciones adversas y varias cirugías por una enfermedad. Hoy integra el Seleccionado Rionegrino de Deporte Adaptado en su disciplina, la natación, y opta por el desafío de las aguas abiertas.

Micaela Mira tiene 22 años. Pero en solo dos décadas atravesó momentos de fuerte intensidad. El día en que nació se sometió a la primera intervención quirúrgica, a la que siguieron ocho más en cinco años. Hoy, cursa el tercer año del profesorado de inglés, nada desde que tiene memoria, integra el Seleccionado Rionegrino de Deporte Adaptado y tiene un novio que la cuida y la acompaña.

En la ecografía que permitiría confirmar si se trataba de un niño o niña, los padres de Micaela recibieron el peor diagnóstico: mielomeningocele. Una junta médica les sugirió un aborto terapéutico, pero la pareja decidió “hacer oídos sordos”, seguir adelante y enfrentar el desafío.

El mielomeningocele es una malformación genética que genera fallas en el cierre de los huesos de la columna, dejando desprotegida la médula y las raíces nerviosas. “Con esta enfermedad, la columna vertebral no cierra, sale la médula ósea y se producen lesiones. El día que Mica nació tuvieron que cerrarle el mielo y a los dos días, le pusieron una válvula de drenaje en la cabeza porque tuvo hidrocefalia. Por suerte, no tiene una lesión severa, pero necesita constante seguimiento médico”, detalla Soledad Zabala, su madre.

El compromiso urológico de Micaela la obligó a someterse a varias intervenciones renales. A los 5 años le agrandaron la vejiga y de esa forma, lograron estabilizarla -aunque debe orinar a través de sondas-. También la operaron para alinearle los pies (tenía pie bot orientado hacia adentro y no hacia adelante) y las caderas.

Micaela y su mamá Soledad Zabala relatan su historia y los nuevos desafíos. Foto: Chino Leiva

“Fueron años de fiebres y de virus. Nos íbamos de vacaciones y terminábamos conociendo más hospitales que playas porque al cambiarla de ambiente, se agarraba infecciones”, relata Soledad, con una sonrisa.

La indicación de los médicos fue clara: de por vida, Micaela debería practicar natación y someterse a kinesiología. Por eso, con solo tres meses de vida ingresó a una pileta por primera vez.

Siempre le gustó nadar, pero al ser tan friolenta, le costaba un poco más. El año pasado, su interés cambió por completo.


De Pehuenes a la Selección



Una mañana de octubre del 2021, su entrenador Ignacio Acuña le contó que el secretario de Deportes Adaptados de Río Negro, Javier Leiría, quería verla nadar. “Me fui al club en seguida. Entré apuradísima, tan contenta y emocionada que choqué a alguien, le pedí disculpas y me fui a cambiar para meterme en la pileta. En un momento, me di cuenta que la persona que me estaba observando y a la que había chocado era Leiría”, cuenta divertida.

Jamás imaginó que, dos días después, la llamarían para confirmarle que había ingresado en la Selección de Paranatación. “Fue hermoso”, recuerda.

Micaela entrena en la pileta del club Pehuenes, en el oeste de Bariloche. Gentileza

Un antes y un después. El entrenamiento se volvió más intensivo y ya no se limitó a dos veces por semana, el plan de alimentación cambió con la ayuda de un nutricionista y comenzaron los viajes y la posibilidad de conocer nuevos amigos que se convertirían, según dice, en una segunda familia.

La primera concentración de Micaela fue en Allen donde nadó 600 metros en el río. Nadar en aguas abiertas fue el primer un desafío que decidió enfrentar. Poco tiempo después, en El Cóndor optó por una prueba de 1.500 metros, pero en esa oportunidad el mar estaba “picado” y decidió quedarse con 1.100 metros. “Ese día, conocí mis límites porque pensé: ‘Hasta acá, llegue’. Y en realidad, está bueno reconocer hasta dónde a uno le da”, dice.

Más allá del bienestar físico, Micaela asegura que el agua logra equilibrarla. “Cuando nado, dejo mis problemas debajo del agua. Cuando estoy enojada o muy estresada, nado muy fuerte y pateo. Me descargo de esa manera. Otras veces, nado contenta”, describe la joven con una suavidad y una naturalidad que no pierde en ningún momento.

Mientras habla, su madre la contempla sin ocultar su orgullo. “En el agua se la ve libre. Son todos iguales, sin ninguna diferencia”, acota.

La joven recuerda que, de chica, al salir de la pileta y calzarse los zapatos ortopédicos que la ayudan a mantenerse derecha, nunca faltaba la pregunta de algún compañero: ‘¿y, para qué son?’. “Me cansó tener que explicar mi situación todo el tiempo”, admitió.


La competencia de aguas abiertas y el encuentro con el otro


Su madre aclara que Micaela nunca se había interesado por el deporte competitivo: “Le entusiasmó eso de viajar, el encuentro con otros, con alguna otra discapacidad o no. Pero también a partir de esa propuesta, su compromiso con la natación cambió”.

En pocos meses, las anécdotas son abundantes y Micaela subraya una en especial. En una carrera de postas, sintió que completaba su vuelta de nado con el último esfuerzo. Sin embargo, debía tocarle la mano a otro compañero de su equipo para que éste pudiera salir en bicicleta. “Otro deportista que había salido primero en natación, me sacó del agua, me subió a caballito y me llevó corriendo hasta mi compañero. Fue de onda. Ese gesto fue maravilloso. Quedé sorprendida y le dije que era un grande’”, recuerda emocionada.

Soledad cree que el deporte ayudó a crecer y enriqueció a Micaela por completo. “Es sano para chicos que tienen tanta carga emocional. Uno no tiene consciencia de lo que le pasa a una persona con discapacidad motora. Entonces, alcanzar estos espacios y encontrarse con personas que confían en uno hacen crecer mucho”, señala.

La próxima meta de Micaela es concretar el cruce a nado de la isla Huemul siguiendo los pasos de su entrenador. Al mencionarlo, sus ojos se abren más aún. «Es tan maravilloso -asegura- ese contacto con el exterior, con los sonidos, girás y ves la montaña. El cielo. Te enseña tus límites pero también tus fortalezas. Voy, avanzo, pero ¿hasta dónde?».

De todos modos, confía que su sueño va más allá del agua: «Hacer lo que me haga feliz. Siempre».


Desdramatizar la tragedia


Cuando supieron que Micaela tenía mielomeningocele, sus padres tenían tan solo 18 y 19 años. «Era el año 99 y no era un momento en que se hablara de la posibilidad del aborto. Está bueno tener la opción y que cada uno, con sus recursos y su situación, pueda tomar una decisión», considera Soledad.

«Me cuesta mucho decirlo -reconoce con total sinceridad-, pero no se qué hubiese pasado si tenía otro chico con mielomeningocele». Hoy, Micaela tiene tres hermanos de 2, 6 y 7 años.

«¿Qué hizo que en el momento del diagnóstico, supieran que querían seguir adelante?», preguntó RÍO NEGRO. «¡Que nos amábamos tanto! Nuestra historia de amor arrancó cuando Fabián tenía 15 y yo 14. No cabía dudas de que Micaela era nuestra. Ahí, decidimos tomar todo con naturalidad y frescura. Desdramatizar la tragedia», responde la mujer que hoy tiene 41 años y no logra contener las lágrimas.

Micaela la mira con un agradecimiento infinito. «La fuerza que tuvieron ellos hace que yo sea lo que soy. Siempre me rodearon de gente que me quiere y me cuida y nunca me dejaron sola», dice.


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