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La historia del único habitante de una playa de Río Negro

Sergio Méndez dejó su Rosario natal, para radicarse en Punta Mejillón. Vive solo durante todo el año y de tanto en tanto, recibe turistas y paleontólogos que recorren el área protegida.

“Vivía en una vorágine de trabajo y ciudad donde todo se maneja con dinero y los principios ya no existen. Aprendí a repensar la naturaleza y entendí que el dinero no es el fin”. Cinco años atrás, Sergio Méndez tomaba la decisión de renunciar a su vida citadina en Rosario para convertirse en el único habitante de Punta Mejillón -también conocido como Pozo Solado- en el Departamento Adolfo Alsina, al este de Río Negro.

De golpe, su vida dio un giro inesperado. Hoy, transcurre la mayor parte del tiempo en soledad en contacto con la naturaleza, pero a la vez, se ha transformado en el anfitrión de aquellos que desembarcan para descubrir la magia de esa área natural protegida que abarca 5 kilómetros de playas, de pendientes suaves y arena fina, con mareas que se extienden alrededor de 700 metros.

Méndez descubrió también, junto a uno de los guardas ambientales de la zona, que ese sector es un rico yacimiento paleontológico que hoy concentra la mirada de biólogos, paleontólogos y geólogos.

“Un día viajé a Las Grutas para dar una charla invitado por una empresa de medicina prepaga y un artesano me habló de Punta Mejillón, a 120 kilómetros de Viedma y otros 120 kilómetros de Las Grutas. Me advirtió: ‘Es un lugar hermoso, pero no hay nada´. Supe que tenía que conocerlo”, contó Méndez a RÍO NEGRO.

No solo concretó su deseo sino que a partir de 2007, todos los años, empezó a vacacionar en Punta Mejillón. Acampaba hasta que adquirió una casa rodante. Finalmente, logró comprar la única casa que estaba disponible en ese desértico rincón rionegrino.

Tiene 61 años. En 2007 empezó a vacacionar en Punta Mejillón. Foto: gentileza

“Por decisiones de la vida, renuncié a mi cargo de gerente financiero y comercial de un sanatorio en 2010, me puse una empresa constructora y en 2019, dejé todo y me quedé en Pozo Solado. No me fui más. Me quedé solo en total comunión con la naturaleza”, relató el hombre de 61 años.

La pandemia de Covid-19 lo sorprendió en Punta Mejillón. En esa oportunidad, aprovechó para escribir un libro sobre su historia, “Una vida un relato. De nada a casi todo”, pensando en sus hijos como los principales destinatarios. “Es como un escrito de superación donde planteo que no hay que bajar los brazos”, reconoció.

Quisiera devolverle a Pozo Solado todo lo que me da. Sentir la naturaleza como la siento y recibir la gente que recibo, no se paga con nada”,

Sergio Mendez, rosarino de 61 años que vive en Punta Mejillón.

Atravesó toda la pandemia sin ver a nadie. “Compré no perecederos, acopié agua y leña. En alguna situaciones me sentía como un delincuente porque al no tener el domicilio en la provincia, no podía circular: entonces, le hacía un pedido a un amigo de Viedma por radio -porque no tenía wifi en casa- y él me dejaba la comida en un poste. A la vez, yo dejaba plata atada en una bolsa para que no se volara con el viento”, recordó.

Méndez es un apasionado del lugar donde vive. “Es una maravilla por donde se lo mire, con sus tres accidentes geográficos” y enumera la Caleta de Los Loros, las playas (con mareas de 500 a 700 metros) y acantilados.

Tiene 61 años. En 2007 empezó a vacacionar en Punta Mejillón. Foto: gentileza

“Además, en los suelos hay rastros de animales prehistóricos de la época del Mioceno, entre 8 y 25 millones de años. Hay aves, gliptodontes, megaterios y hasta se encontraron huellas del fororraco (Aves del Terror). Se les dio el nombre Rionegrina Pozosaladensis porque son las únicas huellas encontradas de este animal a nivel mundial”, remarcó Méndez.

En marzo del año pasado, un equipo de paleontólogos, biólogos, geólogos y profesores de historia participó de la extracción de los restos de un megaterio. Si bien ya se habían encontrado varios ejemplares, en este caso se halló el esqueleto completo, “único en el mundo” y en excelente estado de conservación.

“A medida que pasa el tiempo, el sedimento del lecho del mar se va moviendo y van apareciendo nuevos rastros de diferentes especies de animales del Mioceno. Ahora se han descubierto losas con otras huellas, con pisadas de bandadas de aves muy pequeñas que existían en esa época”, describió Méndez y puso como ejemplo el parque Ischigualasto, en San Juan.

“En ese parque se encuentran muchos fósiles mucho más antiguos, pero no se encuentran los rastros. En Pozo Solado, en cambio, hay fósiles y rastros. Es un combo importante para la ciencia. Con esos datos, se puede estudiar más a fondo y conocer cómo se desarrollaba la vida”, indicó.

Punta Mejillón está ubicada a 120 kilómetros de Viedma y a otros 120 kilómetros de Las Grutas. Foto: gentileza

Proyecto turístico

Apenas Méndez se radicó en Punta Mejillón, su casa comenzó a funcionar como “dormis” para la gente que visitaba el lugar y no tenía dónde parar. En un primer momento, no les cobraba hasta que se dio cuenta que la estadía generaba gastos. En ese momento, la casa se transformó en un hostel llamado Los Alpatacos y Méndez decidió ampliarla. 

El hombre aclara que no recibe “turistas convencionales” sino “gente de ocasión” que simplemente pasa por el lugar y no tiene dónde quedarse. “La gente queda encantada. Los amantes de la naturaleza vienen a ver amaneceres, atardeceres, a fotografiar aves, ballenas. También vienen pescadores. Es un lugar realmente virgen, no está contaminado por nada: no hay contaminación visual, no hay cables, sirenas, ni ladrones. Es un lugar tranquilo y natural. Tengo un balcón al que bautizamos el quitapenas: mucha gente se pone a mirar el mar y me ha dicho que sanó en Pozo Solado”, describió.

Méndez fue reacondicionando su casa hasta convertirla en un hostel. Foto: gentileza

Su vecino más próximo vive a 22 kilómetros; mientras que Bahía Creek está ubicada a 28 kilómetros. A unos pocos metros de su casa se ubica el puesto de los guardas ambientales que rotan cada 15 días. Pero en muchas ocasiones, no están y Méndez permanece solo en la reserva durante días y días.

“Me siento bien a donde estoy aunque la palmada en la espalda siempre hace falta. Las comodidades son escasas: tengo energía solar, tengo que cortar leña para calefaccionarme, tengo que calentar agua para bañarme hay que bajar las garrafas caminando. No todos están preparados para aceptar esta realidad. Estamos acostumbrados al shopping”, puntualizó.

Pero asegura que no necesita más para vivir. “Mis hijos están en Rosario y tengo un contacto fluído con ellos. Ahora viene la temporada de científicos, personas que vienen hacer avistajes. Este lugar cambió mi vida”, remarcó.

Méndez fue reacondicionando su casa hasta convertirla en un hostel. Foto: gentileza

Médanos que dificultan el acceso

Méndez recuerda que tiempo atrás, se podía acceder a la playa con cualquier vehículo. “Ahora -contó-, muchos compatriotas no pueden ingresar porque hay médanos que obstruyen el camino. Si ocurriera un accidente, la ambulancia no podría acceder a la playa”.

En enero del año pasado, una lancha de pescadores se hundió en el mar. Lograron rescatar solo a tres hombres; mientras que otro desapareció. “Tuvimos que improvisar una cadena de camionetas para llevarlos al hospital porque no podía entrar ninguna ambulancia”, señaló.

Pidió que Vialidad Rionegrina o el Departamento Provincial de Aguas extraigan el médano de unos 5 metros. “Hace cinco años que no pasan las máquinas para limpiar. No es justo que los argentinos deban tener una 4×4 para disfrutar de su propio país”, dijo.


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