Suspensión del amistoso: de la improvisación al “Lio” diplomático

Análisis del trasfondo político tras la cancelación del partido

AP

Con la improvisada organización y la todavía más precipitada cancelación del partido entre nuestra selección y la de Israel, la dirigencia del fútbol argentino ha metido en un gigantesco lío diplomático no sólo al equipo que se prepara para jugar en el Mundial de Rusia, sino que además complicó al gobierno argentino, porque a estas alturas el tema ya es político.

Es inconcebible la falta de sentido común que anima a la dirigencia futbolera. Se sabía por lo menos desde diciembre pasado que un partido en Israel podría resultar complejo. Seguramente habrá pesado en los dirigentes la cábala de jugar el último encuentro con una selección que fue el último “sparring” del equipo nacional tanto antes de México ‘86 como en Italia ‘90.

No hay objeciones en la selección de Israel como rival. Su equipo nacional compite regularmente en el ámbito internacional sin más protestas que la habituales para un país que es protagonista en el conflicto general de Medio Oriente. Sin embargo, resulta de una torpeza infinita que tanto la AFA como la diplomacia argentina no hubieran calculado los problemas de elegir a Jerusalén como sede del encuentro. No es una elección inocente.

La ciudad está desde hace años, y particularmente desde diciembre pasado, en el centro del conflicto entre palestinos a israelíes. Jerusalén es un sitio sagrado para cristianos, judíos y musulmanes. Para Israel es la “capital indivisible” e histórica de su Estado. Para los cristianos, la ciudad donde Jesucristo vivió su pasión, muerte y resurrección. Para los musulmanes, es el sitio desde donde Mahoma ascendió a los cielos y, su sector oriental, debería ser la capital de un Estado Palestino independiente.

Desde que se decidió la partición de palestina en 1948, estaba previsto que Jerusalén mantuviera un estatus internacional bajo administración de la ONU. En ese mismo año, en la primera guerra contra los países árabes Israel ocupó el sector occidental de la ciudad y tras la Guerra de los Seis Días, en 1967 (cuyo aniversario fue ayer, 5 de junio) anexó la parte oriental. En 1980 la declaró su capital, reemplazando a Tel Aviv. Desde entonces, sólo EE.UU. y un puñado de países reconocieron la situación, rechazada por el mundo árabe, la ONU, la mayoría de los estados Europeos, China, Rusia y de Latinoamérica. Desde fines de los 90, diversos sectores políticos de la derecha israelí promueven una intensa ocupación de los barrios árabes de la ciudad por parte de colonos judíos, que desplazan a los palestinos.

La crisis se agravó en diciembre del año pasado, con una nueva ola de protestas de palestinos contra las restricciones que impuso Israel, aduciendo razones de seguridad, en los sectores sagrados musulmanes de la ciudad, particularmente la Explanada de las Mezquitas. La tensión llegó a su máximo el 14 de mayo (aniversario de los 70 años de la creación de Israel y día de la Nakba o “Gran catástrofe” para los palestinos), cuando el presidente de EE.UU., Donald Trump, decidió trasladar la embajada de su país desde Tel Aviv a Jerusalén, una medida que habían evitado sus antecesores George Bush y Barack Obama. Fue un polémico gesto al intenso lobby de organizaciones ultraconservadoras proisraelíes que lo apoyaron en su campaña electoral.

Desde entonces, se ha sucedido un levantamiento con protestas, atentados y represión, especialmente en la Franja de Gaza. Se calcula que desde marzo han muerto más de 120 palestinos y unos 12.000 han resultado heridos. Israel acusa al grupo terrorista Hamas de impulsar y estar detrás de estos ataques.

En medio de esta escalada, pensar que un partido internacional fuese definido en Jerusalén y no en Tel Aviv o Haifa, donde hay sedes disponibles para un encuentro de este tipo, resultaba poco menos que un apoyo implícito a la postura israelí, y así lo entendieron diversos movimientos palestinos e islamitas que realizaron fuertes protestas contra la selección y los jugadores argentinos, que incluyeron la amenaza de “quemar cientos de camisetas argentinas e imágenes de Messi” y manifestaciones en las afueras de la concentración argentina en Barcelona. El tironeo político incluyó llamados del premier israelí, Benjamin Netnyahu, al presidente Mauricio Macri para que la AFA revierta su decisión de suspender el encuentro.

No resulta sorprendente que los dirigentes de la AFA, que dieron como principal polémicos

consejos a los viajeros a Rusia el “cómo dirigirse a las mujeres” de ese país, ignoraran aspectos mínimos del conflicto en el cual la selección se estaba involucrando con su decisión.

Sí que desde la diplomacia argentina no se advirtiera que la elección de este último partido de preparación del representativo nacional en un sitio que ese eje de uno de los conflictos internacionales más importantes del mundo podría derivar en un problema político para el país.

El deporte, y particularmente el fútbol de selecciones, el evento deportivo más importante del planeta, ha tenido connotaciones políticas a lo largo de toda la historia reciente. Y tanto la AFA como el gobierno debieron haberlo tenido en cuenta a la hora de definir un encuentro como éste.


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