“Tengo esta idea de ya no querer dedicarme al oficio de actor”

Pablo Echarri habló en exclusiva con “Río Negro”, antes del estreno de “Al final del túnel”, donde cumple el doble rol de actor y productor.

CINE

Joaquín (Leonardo Sbaraglia) es un hombre triste y solitario que está en silla de ruedas. No sale mucho de su casa y su única ocupación es reparar equipos electrónicos en el sótano. Tiene una casa enorme, muy venida a menos, y está atravesando problemas económicos, es por eso que pone a alquilar una de las habitaciones.

Y a ese anuncio responde Berta, una bailarina de striptease que tiene una hija pequeña llamada Betty (Uma Salduende) que por alguna extraña razón un día decidió dejar de hablar. La presencia de madre e hija de a poco va transformando la vida de Joaquín y alegrando su existencia.

Pero una noche, mientras trabaja en su sótano, escucha un ruido casi imperceptible. Curioso de lo que pueda ser, pone la oreja contra la pared y se da cuenta de que un grupo de ladrones, liderado por un tal Galereto (Pablo Echarri), está construyendo un túnel que pasa bajo su casa para robar el banco vecino. Lo primero a lo que atina Joaquín es a avisar a la policía, pero de repente se le ocurre otro idea y comienza a vigilar a los ladrones, tomar notas y conocer al detalle el plan del robo. Pronto, comienza a ejecutar un plan contrarreloj con el fin de intentar frustrar los propósitos de Galereto y su banda.

***

–¿Cómo te involucraste en el proyecto?

–Con Rodrigo (Grande) filmamos Cuestión de Principios (2009) en Rosario yo le hablé de mi inquietud de producir. Cuando se va a vivir a Buenos Aires también se muda con esa idea. Me presenta el guión para ver qué me parecía, lo leo y quedo maravillado, y la verdad es que me dio una intención grande de querer producirlo. Cuando empecé a tener la idea de producir siempre intenté darle a la película o al material que tenga la mayor capacidad de proyección. Tenía un personaje que me encantaba pero siempre pensamos en la posibilidad de que lo encarne Leo inmediatamente porque iba a hacer que el film creciera mucho más.

–¿No te veías vos también actuando en la película?

–Nunca lo pensé. Mi idea era tener un buen título, de buena calidad y muy bien desarrollado porque sé que para llegar a un buen puerto con una película hay partir de un gran guión. Y acá lo teníamos. Sumarlo a Leo nos iba a dar la posibilidad de generar socios mucho más interesantes. Dicho y hecho, se logró eso y una mejoría grandiosa para la película. Siempre pensé en esos términos. Él venía con deseos de quedarse en Buenos Aires y remamos mucho con esta película, estuvimos varios años porque al principio intentábamos producirla solos. Creía, en mi inexperiencia, que esta película era chica. Cuando hicimos el primer presupuesto nos dimos cuenta lo grande que era, y ahí fue en donde abrí el juego y nos encontramos con los demás socios y comenzó a crecer. Por suerte se transformó en un hecho porque ya se nos estaba encallando.

–Éste es tu primer largometraje como productor en cine. ¿Qué diferencias encontrás con producir en televisión?

–Hoy la televisión en nuestro país está relacionada con dos canales que producen algún tipo de contenido, ya cada vez de forma más acotada ante la llegada o la posibilidad que tienen de comprar latas del exterior que les miden bien y les cumplen con el negocio. Eso hace que la televisión esté bastante más inviable. El cine te da una posibilidad de independencia. Si bien necesitás asociarte con los mejores para que tu película trascienda o crezca lo más posible, podés decidir no hacerlo e igualmente llevarla a cabo y que esté buena. Eso te da una independencia bastante más grande que lo que te puede dar producir para televisión. Distinto es, como sucedió estos últimos años, donde había subsidios o fomentos a la televisión digital y adonde se construyeron algunos buenos títulos, que algunos viajaron a otros países e incluso ganaron premios. Eso también te permitía tener cierta independencia. Luego se conseguía alguna pantalla para que salgan en primera ventana como para concretar el tema de la exhibición. El Incaa también había producido un espacio como para poder vender todo ese material afuera y se había generado un circuito de producción que te sacaba de Canal 13 o Telefe. Para mí el cine se constituye cada vez más en una salida a la hora de producción en una búsqueda casi obligada. Hasta que en la Argentina no exista una ley de promoción o que genere una puesta en marcha de la industria, ésta va a ir sufriendo el vaivén coyuntural de los gobiernos. Unos invierten más y otros menos, y siempre vamos a estar un poco supeditados a esa realidad.

–¿En el futuro te ves más como productor o como actor?

–Tengo esta idea de ya no querer dedicarme al oficio del actor. Me siento grande para la televisión. En el género en esta última vuelta me vi ya casi desfasado. o quiero hacerlo más y pretendo correrme definitivamente. Puedo hacer de un villano hasta que me dé el cuero. El género me divierte mucho y hay un terreno muy fértil, además de que lo sé hacer, actuar y producir, sé a quién llamar y qué equipo tengo que tener. Lo que pasa es que esta búsqueda de producción y no regodearme en mi propio rol de actor me hace buscar siempre posibilidades de producción autosustentables. Creo que cuando empecé a actuar inmediatamente tenía muchos deseos de producir y de hacer cine, porque había algo ahí que me cuadraba perfectamente por el espesor del relato, por el tamaño del cuento, por esa historia que comenzaba y terminaba, por el documento que se generaba a la hora de hacer una película, muy diferente al estilo pasatista de un programa de televisión. La película, buena o mala, se transforma en un documento que años más adelante va a ser visto como algo único, irrepetible que de hecho tiene un valor en sí mismo. Siempre entendí que ese era el lugar en donde mejor representado me podía llegar a sentir.

–¿Qué decisiones tomabas como productor?

–Con un director como Rodrigo el trabajo se circunscribe a una conformación del equipo que va a llevar adelante la posibilidad de la producción de la película. A él le he dado vastas devoluciones, y presta atención y escucha porque sabe que tengo oficio para ver algunas cosas. Y porque las opiniones que le he dado siempre han ido en pos de crecimiento y de desprenderse de lo que no corresponde. Nunca me meto en decisiones que me exceden. Al contrario, siempre cuidé el lugar de Rodrigo como artista para que en el corte final termine prevaleciendo esa idea. A la vez en los momentos en los que necesitaba que escuchase más a mis socios y a mí, y como lo quiero y es mi amigo, tenía la posibilidad de decirle cuándo parar y que abra los ojos y los oídos. Siempre trataba de asesorarlo, por decirlo de alguna manera. Pero diría que cuando tenés un gran guión y director, tu rol como productor debe ser bastante bien acotado, como predisponer ese hecho artístico, guiar, dar tu opinión, pero no condicionar.

–La película arranca tranquila y en un momento es como que aprieta el acelerador.

–Lo que se veía de la mera lectura del guión era eso: que parecía un paseo por el parque y al final es un cohete que no sabés en dónde termina. Eso está bueno, me parece que en ese sentido impacta, que no deja respiro.

–Puede ser que el tema que propone no sea muy novedoso, pero no se ha retratado tanto en el cine nacional.

–Creo que hay un prejuicio grande que surge cuando creen que te querés parecer al cine norteamericano, como si eso en sí mismo fuera un antivalor. En la construcción del género, sobre todo, son los número uno. Hay otras cosas suyas que no me gustan, pero no justamente su cine. Me encanta en realidad. Me parece que tienen mucho para enseñarnos. Es la clase de película que quiero ver y también la que me gusta producir. Es un cine que, a través del género, decide contar una historia y utiliza una gran cantidad de recursos para atraer al espectador casi como para “comprometerlo” al final. Y me parece que para construir una gran película hay que saber mucho de género, de estructura, y después tratar de romperla de la forma en que se pueda. Tal vez no en sí la estructura, pero sí la conformación de los personajes.

–Por ejemplo, el de Leonardo Sbaraglia, que no es un héroe clásico.

–Exacto. Ahí no rompés la estructura pero a través del lineamiento del personaje descolocás al espectador. Para lo que es el “cine blanco” o lo que podría haber sido esta película hace veinte años atrás, se hubiese elegido a un héroe bastante más transparente. Este es un tipo que perdió a su familia, que no se lo ve con expectativas de vida o cosas que le disparen deseos de mirar hacia adelante… De golpe ante la aparición de alguien que quiere alquilar una habitación de su casa para tratar de sustentar esa vida económica que viene cada vez más malograda, ve un paralelismo muy claro con la vida que acaba de perder. Su condición de paralítico casi que para el general de la gente lo corre de todas las posibilidades de transformarse en un héroe, y contra todos los pronósticos lo hace. Y sobre todo con una gran verosimilitud.

–El filme tiene bastantes vueltas de tuerca que no te dejan respirar ni por un segundo.

–En el cine de este tipo de género muchas veces el recurso de vuelta de tuerca, o de tomar el atajo impredecible, es un valor en sí mismo. Creo que el director lo hace con maestría, de verdad. No tenía libertad para escribir todo lo que se le ocurriese. Entonces me parece que logra un muy buen resultado dentro de las posibilidades que se tenían. En el resultado final hay una muy buena utilización de esos recursos.

–El villano que encarnás realmente es muy interesante. No muchas veces has hecho de uno.

–De alguna forma uno como actor sublima características internas que le son, al menos, cercanas. Desde que empecé a trabajar que estoy identificado como el héroe o el galán, y me aburren soberanamente. Por eso cuando interpreto a alguno en las novelas que produzco están más cerca de un villano que de un galán. Me parece infinitamente más atractivo para realizar, me representa mejor y creo que tiene que ver con un nivel de oscuridad personal que, gracias a Dios, no desarrollé. Tal vez viene del lugar en donde nací, tal vez porque en algún momento tuve cierta fascinación por el costado oscuro, por lo políticamente incorrecto, por el patear el tablero, por alejarse del deber ser. Entonces todo eso se acerca a los villanos. Ellos no tienen ningún tipo de pudor, o carecen de nobleza, no tienen contradicciones y ejercen el mal con absoluta despreocupación. Y eso me resultó siempre atractivo como actor, y como persona fantasear con un ser humano así me provocaba placer. Por supuesto siempre en la ficción. Gracias a Dios encontré este oficio que me ayudó a canalizar una gran cantidad de cosas que de otra forma hubiese sido un poquito “más complicado”. Siempre encontré mucha fascinación en el costado oscuro, el que sea.

–De todas maneras, Galereto tiene un costado vulnerable y que en un momento lo expone en su totalidad.

–Y es el momento en el que más armado necesita estar. La extrema inteligencia de Joaquín, que creo también que es uno de los puntos de clímax de la película, que la va demostrando y lo deja expuesto. No sabemos si es capaz de cumplir paso a paso, de no claudicar en esa inteligencia que es necesaria para poder llegar a buen puerto. En cuanto a mi personaje, cuando vos tenés uno tan delineado en su maldad, todo lo que logres incluirle de humanidad, y si tenés oportunidad de representarla lo más despojado posible, aporta muchísimo a la construcción final del espectador. Eso fue deliberado, lo charlamos con Rodrigo y de hecho fue una directiva suya. Arranqué en las charlas con él con un trazo más grueso, y me lo iba desestimando de a poco. Había algo en el personaje que estaba implícito y era que no había necesidad de parecer malo. Al contrario, lo más interesante era que parezca un buen compañero de trabajo, que se vea cómo se trata con sus secuaces, de la cuestión del horóscopo, de la relación con el hermano, de ser casi un amigo. Y es muy simple el mecanismo: demostrar la antítesis de lo que acto seguido va a suceder. Ha sido uno de los personajes más fáciles que me ha tocado en todo mi trayecto. Lo difícil fue lo que construyó Leo, o Clara que tuvo que hacer un acento distinto al propio y lo hizo en un tiempo récord. Me coloqué el traje más fácil de todos. Yo comencé a elegir los villanos porque me cansé de que en todas mis novelas los actores que han trabajado conmigo de malos se hayan lucido.

Tercera vez que actuás con Sbaraglia. ¿Cómo cambió trabajar con él a través de los años?

–Los dos somos otro. Creo que una versión mejorada de cada uno. Con los años nos ha ido bien en nuestro oficio y hemos tenido buenas vidas, entonces se supone que fue para mejor. Con respecto al trabajo en concreto, logramos un nivel mucho más grande de conexión, de amistad dentro del set, aunque no somos amigos de la vida porque no nos frecuentamos, no nos vemos con la familia, ni mucho menos, pero sí logramos una empatía muy profunda dentro del set. Por Leo siento una admiración muy profunda a nivel actoral. A mí me parece que es uno de los dos mejores actores de nuestra generación, entonces hay algo que parte de la admiración. En las películas siempre disfruté mucho de propiciar un buen clima de trabajo. Él es un constructor obsesivo de su personaje y yo soy bastante más visceral, menos investigador. Cuando laburamos juntos me gusta observarlo, verlo cómo trabaja, y hacer que esté cómodo, y creo que eso lo hace sentir bien. Como una película es esa escena, ese fotograma, único e irrepetible y hay que lograr lo mejor, cuando uno logra tener ese vínculo con el compañero, seguramente el resultado va a ser mejor. Cuando entra en juego la generosidad o el buen clima, se traspasa la pantalla. En mi deseo de producir, si es por mí lo llamo siempre que tenga un personaje que le cuadre en la edad y en el physique du rôle. Y ojalá que en el oficio me sigan llamando para trabajar con él, porque esa ya va a ser condición para que yo diga que sí y creo que a él también le va a parecer un buen plan.

–¿Qué es lo que se viene en tu futuro?

–Hay muchos proyectos desde que tengo en mi cabeza la idea de producir. Objetivamente, de cine tengo dos guiones que estoy leyendo para actuar y tengo dos más pero en el rol de productor. Tres son de Rodrigo, que están muy avanzados artísticamente, y después otro que está en proceso de lectura. Hay también un proyecto de teatro que tiene un guión muy atractivo que podría hacer que vuelva las tablas. Lo que pasa es que hay que elegir bien a qué decir que sí porque el formato a veces te impide poder hacer cosas que tenés ganas. Por ejemplo, yo quisiera seguir esta película, su estreno en otros países. O tal vez firmar en septiembre alguna cosa que aparezca, y si agarro el teatro hoy me condeno esas posibilidades. Me parece que estoy muy enfocado como actor en darle curso a alguno de los dos guiones que tengo entre manos para poder filmar en el transcurso del año. Y después el hecho de producir ocupa todo el tiempo restante, porque uno está activo mentalmente, siempre intentando ver cuál es la mejor manera. Cuando empecé a trabajar en esto no conocía el paquete que iba a traer la exposición y me empezó a nacer un sentimiento muy particular que tiene que ver con ir corriéndome de a poco del foco. Y eso, evidentemente, está sucediendo de forma natural. A través del rol de productor lo puedo concretar sin ir en desmedro de cómo sostener mi vida familiar.

“Cuando actúa, uno sublima características que les son cercanas”, revela Echarri.

“‘Al final del túnel’ me encanta como género, es el tipo de película que iría a ver”, dice.


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