Un creciente «no te creo» rodea a Michelle Bachelet

La presidenta de Chile, la socialista Michelle Bachelet, está perdiendo aceleradamente la confianza de su gente.

COLUMNISTAS

Su segunda gestión de gobierno, a medida que avanza, se enfrenta con un porcentaje de desaprobación creciente que se ubica ahora en un importante 62% de respuestas que se manifiestan abiertamente desilusionadas con ella.

Desde que comenzó su gobierno, la desaprobación creció 41 puntos porcentuales. En lo que va del año, a su vez, se esfumaron 28 puntos. Por eso Bachelet necesitaba que de pronto Chile se hiciera de la Copa América, a cuyos partidos asistió con las cámaras de la televisión de su país prolijamente distribuidas en torno a ella, de modo de registrar constantemente sus emociones y reacciones con toda candidez, aparentemente. O no.

Los hombres y los estudiantes en general son, según la encuestadora Cadem, quienes peor califican su administración. Quienes mayor desilusión acumulan, entonces.

Son ellos quienes más enfatizan que Bachelet no cumple lo que promete; esto es, engaña con sus discursos. Incómodo, por lo menos para la mandataria trasandina. Pero lo cierto es que no ha satisfecho las expectativas que generó su reelección. Chile está flotando, perdiendo dinamismo, y su gente, menos optimista con lo que esperaba de su nuevo mandato, le achaca falta de liderazgo y ausencia de autoridad. No es poco, particularmente cuando la encuesta sugiere que ella está dedicada a lo que hace, bien o mal.

Una pena por Chile, ciertamente. Pero también por la región, desde que ese país ha sido en las dos últimas décadas el que ha liderado muy claramente los procesos de modernización económica y social en América Latina mejorando sensiblemente los niveles de vida de su pueblo y generando la mayor cuota de esperanza en el futuro entre sus ciudadanos.

Los cambios de hombres y mujeres producidos en su entorno no parecen haber modificado las cosas.

La imagen de la presidenta sigue siendo mala. Insulsa. Las sospechas de corrupción en su derredor inmediato le han hecho daño. Quizás cuando sus políticas produzcan resultados concretos este ambiente, francamente deprimente, pueda empezar a cambiar. O, alternativamente, se profundice.

(*) Exembajador de la República Argentina ante las Naciones Unidas

emilio j. cárdenas (*)


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