Un gran vacío

Para sorpresa de muchos, ya que la caída de las acciones gubernamentales no parece haber tocado fondo, la semana pasada el ministro de Planificación, Julio De Vido, procuró resucitar el tema de la re-reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Puede que lo único que haya buscado De Vido al hablar de la supuesta conveniencia de reformar la Constitución fuera congraciarse con su jefa, de tal modo anotándose algunos puntos en la interminable interna oficialista, pero así y todo sus palabras sólo sirvieron para intensificar el malestar que sienten amplios sectores peronistas que están convencidos de que la estrategia de “ir por todo” de Cristina y los militantes de La Cámpora, una organización que hace las veces de una guardia pretoriana de la presidenta, está empujando al país hacia una crisis política, económica e institucional sumamente grave. Hace un año, cuando merced al triunfo electoral de la presidenta la re-reelección era una alternativa factible, los más alarmados eran los opositores que temían que los kirchneristas aspiraran a hacer de la Argentina una semidictadura plebiscitaria. En la actualidad, no sólo los opositores sino también muchos peronistas alineados con el gobierno ven en el planteo de los ultras ya un manotón de ahogado, ya evidencia de la precariedad extrema del “proyecto político” al que aludía De Vido en un esfuerzo por defender su postura. Quienes dicen estar a favor de una “Cristina eterna” entienden muy bien que la fracción en la que militan depende por completo de una sola persona, que sin la presencia en la Casa Rosada de la mandataria actual se desintegraría de la noche a la mañana. Lo insinuó De Vido cuando dijo que la presidenta “es la única garante del modelo”. Por lo demás, los kirchneristas saben que en sus propias filas no hay nadie, con la hipotética, pero a esta altura incierta, excepción de Cristina, que estaría en condiciones de triunfar en las próximas elecciones presidenciales. Como si se propusieran llamar la atención a la pobreza realmente extraordinaria del kirchnerismo cuando de dirigentes respetados se trata, algunos han llegado al extremo ridículo de especular en torno a las eventuales dotes políticas de la cuñada de Cristina, Alicia Kirchner, y de su primogénito Máximo Kirchner. Aunque la falta de seriedad así supuesta debería ser más que suficiente como para descalificar “el proyecto” reivindicado por los oficialistas, la presidenta insiste en que nada la haría modificar el rumbo que ha elegido, acaso porque a su juicio cualquier síntoma de debilidad de su parte tendría consecuencias desafortunadas, lo que no sería el caso si el “proyecto” o “modelo” se basara en algo más que su propia voluntad. Tal y como están las cosas, para los kirchneristas sensatos la opción menos mala consistiría en reconocer que “el ciclo” que se inició en mayo del 2003 ya ha terminado y que por lo tanto sería de su interés intentar asegurar que el próximo gobierno esté dispuesto a ayudarlos a mantener a raya a quienes quisieran obligar a los miembros más destacados del gobierno de Cristina a rendir cuentas ante la Justicia. Por cierto, no pueden darse el lujo de permitir que el grueso del movimiento peronista decida que sean incorregibles para entonces abandonarlos a su suerte. Huelga decir que muchos kirchneristas, entre ellos De Vido, se niegan a escuchar las advertencias de quienes se han dado cuenta de que el país ha entrado en una fase en que la táctica habitual del oficialismo de “redoblar la apuesta” resultará contraproducente. Tampoco quieren reconocer que la ineptitud administrativa del gobierno, además de la soberbia que de acuerdo común es una de sus características principales, está creando una situación insostenible. Además de tener que soportar las manifestaciones de protesta multitudinarias que parecen destinadas a seguir repitiéndose y la hostilidad de una proporción creciente del sindicalismo peronista, el gobierno de Cristina es claramente incapaz de manejar una economía enferma de inflación, con recursos financieros que propenden a reducirse a una velocidad alarmante, o de responder con eficacia a los ataques de acreedores “buitre” que ya han logrado detener en un puerto africano el buque insignia de la Armada nacional y transformar al juez neoyorquino Thomas Griesa en un aliado valioso.


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