Un país en busca de sentido

Viktor Frankl, neurólogo, psiquiatra y doctor en Filosofía, desarrolló una teoría psicoanalítica, la Logoterapia, que en los años de la posguerra de la Segunda Guerra Mundial se constituyó en la Tercera Escuela Vienesa de Psicología. Su libro “El hombre en busca de sentido” explica la génesis de su teoría. Después de vivir durísimas experiencias, propias y ajenas, en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, percibió que sólo lograban sobrevivir aquellas personas que tenían algo en sus vidas que estaba más allá del cruel presente. Podían proyectar y pensar que, aun en las peores situaciones, sus vidas debían ser conservadas y protegidas. Valía la pena soportar todos los sufrimientos por ese más allá que los aguardaba. A partir de esta observación, elaboró el concepto y lo transformó en teoría y con ella brindó una enorme ayuda a muchos prisioneros que habían perdido o no percibían el sentido de sus vidas. Haciendo una extrapolación de la idea individual al campo de un país y sus habitantes, podríamos decir que también una nación necesita darle sentido a su existencia, necesita la expectativa de un futuro atractivo, la esperanza que le dé sentido a la vida en comunidad, con principios y valores compartidos que los lleve a superar las dificultades con esperanza en un futuro mejor, posible y querido. Tiempo atrás escuchaba una entrevista; el entrevistado era un asistente social que había estado relevando las condiciones en que vive la gente que se encuentra en situación de pobreza y extrema pobreza. Cuando le preguntaron cuál era el pensamiento que más frecuentemente encontraba en esas personas respondió: “la desesperanza, la falta de un horizonte que les permita confiar en un futuro mejor”. Vino a mi mente el libro de Frankl, que pone en evidencia que la falta de horizonte le quita sentido a la vida, pues no hay una luz al final del túnel, una percepción positiva, un camino a seguir para cambiar el destino. Ampliando el espectro debemos incluir también a todos los demás habitantes de este país, los que están dentro del sistema, los empleados, profesionales, obreros, docentes, empresarios, artistas, etcétera, muchos de ellos en buena situación económica pero que también sufren las consecuencias de la desesperanza y sienten la impotencia de estar dejando a sus hijos un futuro incierto, cargado de amenazas y en estado de indefensión. No hay dinero que pague la inseguridad, el temor a que les hagan daño para sacarles lo que tienen; no hay dinero que pague la falta de trabajo, la percepción de que aun estudiando una carrera no será posible encontrar el espacio donde ejercerla. No hay dinero que pague la falta de horizonte. Como si esto fuera poco, vivimos en un país en el que el éxito no se considera una virtud, donde el que logra tener bienes o destacarse profesional o artísticamente en algo despierta sospechas de actos ilícitos. Ésta es una de las diferencias culturales que afectan y condicionan el progreso personal y distorsionan el valor de los logros. Una devaluación de los logros propios que nos separa de los países desarrollados, en los que el éxito es correspondido con consideración y admiración. En nuestro país hay una enorme cantidad de personas exitosas y honestas que han alcanzando un buen nivel de vida mediante el trabajo responsable, la creación de empresas y puestos de trabajo y el ejercicio profesional destacado. ¿Por qué no brindarles reconocimiento, tomarlos como ejemplo, aprender de sus aciertos y obrar en consecuencia? Los objetivos buenos y posibles le dan sentido a la vida. La Argentina necesita encontrar su sentido y ese sentido tiene que ver con la suma de los sentidos de la vida de todos sus habitantes. Hay sentidos en una nación que exceden los ámbitos individuales, tales como la soberanía, las relaciones internacionales, el comercio y el crédito entre países, entre otros, y son justamente esos sentidos, junto con los anhelos de la ciudadanía, los que permiten y hacen responsables a sus gobernantes de ofrecer algo más que una sociedad consumista como la que vivimos, en la que se exacerba el ansia de tener y se olvida el valor del ser. Cuando el éxito pasa por “tener algún objeto de consumo apreciado por los demás” es que se ha perdido el rumbo, falta ese horizonte de oportunidades y de valoración íntima y social que nos permita darle sentido a nuestra existencia. Para poder cambiar nuestro destino y hacer de nuestra Argentina un país respetado, pleno de oportunidades para nosotros, los argentinos, y para todos los hombres de buena voluntad que quieran habitarlo (como reza nuestra Constitución), deberemos tener la humildad de asumir que actualmente como país, en el concierto mundial de naciones, la Argentina no es nada, no tiene peso en las decisiones mundiales. Nuestros premios Nobel, nuestras estrellas del deporte mundial, nuestros grandes escritores y artistas tienen mucho valor personal pero no hacen mejor al resto de los argentinos, sólo son la excepción individual que confirma la regla. Asumamos que no estamos encaminados hacia darle sentido a la vida, sólo desde la comprensión de lo que no somos existe la posibilidad de construir y reconstruir un país serio y responsable. Las apelaciones al revanchismo y la división no conducen a nada útil, sólo siembran más rencor en las mentes que ya están desviadas en lugar de ofrecer un panorama que enseñe que los logros son posibles con trabajo, estudio, dedicación y espíritu constructivo. Creo que siendo conscientes y haciendo propio el concepto que Viktor Frankl nos legó podremos aspirar a un destino querido por todos los argentinos de buena voluntad. Desencallemos el barco, miremos los buenos ejemplos como el que nos deja Michelle Bachelet, la presidenta de Chile que acaba de culminar un extraordinario mandato. Tuvo razones para odiar pero no lo hizo, tuvo razones para alentar y ejercer venganzas y no lo hizo. Puso el bienestar de su país y sus habitantes por encima de sus heridas personales… y la gente entendió y sin olvidar el pasado lo utilizó para construir justicia y orden, no para vengar. Nosotros también podemos ser un ejemplo, pero para eso deberemos cambiar todos, desde la más alta dirigencia hasta el más humilde ciudadano, generando expectativas y objetivos de mejora, fijándonos horizontes de esperanza y marchando hacia ellos con nuestra mejor actitud, dándoles sentido a nuestras vidas y sabiendo que aun los objetivos más pequeños tienen grandeza si son bienintencionados. (*) Empresario. Consultor rmtaddeo@yahoo.com.ar

RICARDO MATíAS TADDEO (*)


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