«Un trauma tan devastador como la tortura»

NEUQUÉN (AN)- «El abuso es un trauma devastador, se equipara con las víctimas de la tortura», asegura Mónica Belli, pediatra del hospital Castro Rendón. Habla desde su vasta experiencia: no pasa una semana sin recibir por lo menos un nuevo caso de nenas o nenes sometidos a la terrible experiencia.

En su charla con «Río Negro» explica que la víctima «sufre angustia, no puede procesar lo que le está pasando. Se hace responsable de que algo suyo provoca que el abusador actúe así».

Algunos síntomas permiten detectar que un niño o niña está atravesando una situación de abuso: no puede aprender en la escuela; no puede hablar; aparecen trastornos en el lenguaje; se ve afectado todo lo que tiene que ver con la comunicación.

«Cuando el abuso empieza a padecerlo a los 6 o 7 años, aparecen conductas extremas: pasan de la risa al llanto», señala la especialista. «Tienen descargas de enojo y violencia en el colegio o con otros adultos, porque no lo pueden hacer con el abusador».

Algunos «cambian los hábitos de higiene, empiezan a afearse, se hacen caca o pis. Tuvimos un caso de un chico que nos dijo: cuando estoy cagado, él no me toca».

El niño o niña víctima de abuso padece una «fuerte disociación o fractura síquica. Viven dos vidas: una es la nena que va a la escuela todos los días, y otra es la nena cuyo abuelo o padrastro se le viene a la cama todas las noches».

En apariencia «están bien en la escuela, pero no pueden conectarse emocionalmente con las cosas que les pasan. Tienen mirada vacía, sin enojo, sin llanto. Se dicen a sí mismos: 'esto no tiene que ver conmigo'. Es que en el chico abusado hay una necesidad de sobrevivir. Se plantean: o enloquezco o sobrevivo. Y tienen que acomodarse a una tortura diaria», agrega la médica pediatra.

El chico «va matando los sentimientos; anulan la tristeza, la alegría. El abuso produce un arrasamiento psíquico. Deben sobrevivir a una persona que avasalla su cuerpo. Entonces, o se vuelve psicótica o niega lo que siente».

También se produce un fenómeno similar al que viven los secuestrados: «piensan: 'yo soy la mala y él no es tan peligroso'. Tratan de convencerse de que el otro no va a terminar con su vida».


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