¿A quién beneficia el Estado benefactor?

La inestabilidad crónica de la Argentina, a la que Laclau define como de “disgregación radical”, sugiere el mito de una sociedad ingobernable, sociedad que sólo puede ser entendida si se penetra con profundidad en las razones de índole política, económica y social que se han estructurado a partir de fines de la década del cincuenta.

En efecto, al igual que con la “década ganada” del kirchnerismo, el final del primer experimento nacionalista popular de Perón, de septiembre de 1955, habría de implicar en varios aspectos un fin de ciclo. Agotado el modelo de acumulación, iniciado en los años críticos del 30 y reforzado en los 40, quedaba atrás el patrón ampliado de distribución de la riqueza, modificado socialmente por el peronismo y puesto al servicio del líder político de su tiempo.

Como un simple encantamiento, antes y ahora, las crecientes contradicciones dejaron al desnudo las pretensiones mesiánicas de sus paladines, quienes adornaron con conjuros y rituales personalizados supuestas intenciones de igualdad social en favor de los más débiles; pero que, en realidad, utilizaban a sus seguidores mediante planteamientos emocionales, liderazgos carismáticos, imprevisibilidad económica, oportunismo y, sobre todo, en su reciente expresión, planes personales de enriquecimiento ilícito. Según el historiador católico y liberal y político inglés Lord Acton: “El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.

Aunque la matriz implementada resultara, retrospectivamente, harto sencilla y hasta evidente, la conformación íntima del personaje y su proceso de adaptación a las normas comunitarias hicieron que la argumentación fuera convincente. En sus bases, el relato impuso una situación objetivamente esquemática que exploró con agudeza en el plano psicológicamente conflictivo. Hasta cierto punto, podría decirse que sus implicancias dieron cuenta de una alegoría compleja.

Durante 10 años, varios fueron los observadores que adhirieron a ambos regímenes y sostuvieron que los mismos habían logrado dar expresión política coherente a una etapa de desarrollo de la sociedad argentina. Sin embargo, los fundamentos de la economía no son algo que los políticos ni los economistas puedan moldear a su antojo. Por desgracia para sus mentores, como solemos decir: todo tiene precio, y los yerros de política económica inexorablemente –tarde o temprano− deberán pagarse.

En los casos citados, el fracaso del paternalismo, o la tendencia a aplicar normas de autoridad o protección tradicionalmente asignadas al padre de familia y extrapoladas a las relaciones sociales, puso en evidencia la incapacidad de un sector para proyectar un orden político que los exprese y reproduzca sobre la sociedad en su conjunto.

Reiteradamente vanos son los esfuerzos por mostrar que la política de ingresos utilizada (más o menos explícitamente) da como resultado armonizar las alzas de salarios y beneficios. Más bien, estas medidas −que se dice intentan resolver los problemas derivados del crecimiento, reducir los desequilibrios entre la expansión de la demanda y el incremento de los recursos, y de atenuar la tensión entre las inversiones privadas que se orientan hacia la rentabilidad− son un atajo o distracción para ocultar con astucia o habilidad los mezquinos intereses de quienes detentan circunstancialmente las más altas esferas del poder.

(*) Doctor en Economía

Los fundamentos de la economía no son algo que los políticos ni los economistas puedan moldear a su antojo. Los yerros tarde o temprano se pagarán.

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Los fundamentos de la economía no son algo que los políticos ni los economistas puedan moldear a su antojo. Los yerros tarde o temprano se pagarán.

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