Diego Golombek: “Somos un cerebro con patas”

De visita en Neuquén, presentó, junto a Nora Bär, “Neurociencias para presidentes”, en el marco de la Feria Internacional del Libro. Antes, se entrevistó con “Río Negro” para hablar de la obra en cuestión y explicar en qué consisten las neurociencias.

Y no tener más sobre mi corazón una cabeza”, reclama el verso final de “Cuándo vendrán”, un clásico de La Renga. Diego Golombek no parece tener buenas noticias al respecto: “Somos un cerebro con patas”, afirma el biólogo y uno de los más prestigiosos divulgadores de las neurociencias en Argentina.

De visita en Neuquén, Golombek participó de la Feria Internacional del Libro, donde presentó, junto a la periodista científica Nora Bär, “Neurociencias para presidentes”, del que ambos son compiladores. Antes, atendió a “Río Negro” para hablar del libro en cuestión y también del boom de las neurociencias y de por qué deberíamos saber nosotros sobre ellas.

P- ¿Por qué en la actualidad el término neurociencia está tan presente en la agenda pública, por qué se habla de neurociencias donde antes no se hablaba?

R- Efectivamente, hay una especie de boom de las neurociencias en los medios, en la tele, en los libros y me parece que se da por una situación bastante lógica y es que en las últimas décadas avanzamos mucho en nuestro conocimiento del cerebro porque la tecnología avanzó muchísimo, porque las preguntas que nos pudimos hace son más atinadas y eso llevó a que todo ese nuevo conocimiento se derrame en más divulgación, más popularización. Lo cual por otro lado tiene cierta ventaja porque hablar del cerebro es hablar de nosotros mismos. Ahora bien, con este aumento tan grande divulgación que tiene que ver con el cerebro también se genera una línea tenue entre ciencia y “neurochantada”.

P- Más allá del desarrollo del conocimiento, por qué las neurociencias decidieron abrirse, por así decirlo, y divulgar su conocimiento por fuera de lo académico? ¿Por qué comenzó a ser del interés de las neurociencias dar a conocer sus avances?

R- Eso debiera ocurrir con todas las ciencias. La ciencia tiene una vocación de contar, primero a los colegas y luego al público en general, qué hacemos, por qué lo hacemos y con qué resultados. Con las neurociencias se está dando una especie de neuro-todo como el prefijo está de moda y me parece que tiene mucho que ver con que al hablar de neurociencias para todo público le estás dando respuestas a la gente de preguntas que se hace. No estás hablando de cuestiones subatómicas, cosmológicas, que son maravillosas pero no son cosas que la gente se pregunta normalmente. En cambio, si hablás de la memoria, las emociones, la toma de decisiones, de la atención o del sueño, son claramente cuestiones que la gente se pregunta todo el tiempo. Entonces tenemos esa cierta ventaja cuando contamos neurociencias para el público porque tenemos del otro lado oídos que están más que dispuestos a escuchar sobre esto.

P- ¿También se está dando una generación de científicos interesados en la divulgación, que entiendan los medios de comunicación?

R- Por supuesto que sí. De hecho, esto de publicar lo que hacemos sea parte de lo que hacemos, es decir sea parte de nuestro trabajo, es algo reciente entre los científicos. Nuestros próceres de la ciencia sí pensaban que era necesario contar, pero no divulgar, quiero decir contar públicamente el trabajo científico. Las nuevas generaciones de científicos son mucho más conscientes de que es necesario contar lo que hacemos. Incluso ahora contamos con periodistas científicos profesionales, algo muy raro en otros tiempos. Y por otra parte, el público también quiere saber de qué se trata. Entonces, hoy tenemos las tres tapas de la divulgación: científicos con ganas de contar, periodistas o divulgadores que tienen las herramientas para contar y un público que está interesado en que le cuenten. Esto explica en parte el boom de la divulgación en las neurociencias.

P- En una parte del prólogo a “Neurociencias para presidentes”, usted se pregunta, acaso retóricamente, por qué los presidentes deberían saber de neurociencias. ¿Y por qué las personas comunes deberíamos interesarnos en neurociencias? ¿Qué de todo ese saber científico nos puede resultar interesante para nuestras vidas?

R- De manera un poco exagerada, decimos que somos nuestro cerebro, somos un cerebro con patas. Ahí está todo: nuestras emociones, nuestra memoria, nuestras acciones, el sueño… lo que fuera. Entonces, lógicamente, si uno quiere conocerse haciendo caso a lo que era el oráculo de Delfos de los griegos es un poco conocer el cerebro. No es lo único, también está el ambiente, la cultura, la sociedad, pero cerebro es el origen de muchas de las cosas que hacemos y no sabemos muy bien por qué.

P- También se refiere en el libro a un concepto interesante, el de “alfabetización científica”, ¿cree que está mucho de eso para nuestra vida cotidiana?

R- No tengas dudas de que es así. Nos falta esa bisagra, esa interface entre la educación tal cual se da hoy y el conocimiento científico. Pero más aún, de lo que se trata es de poder transmitir el pensamiento científico y como eso puede ayudarnos a ser mejores personas, mejores ciudadanos, menos prejuiciosos y no depender tanto del principio de autoridad.

P- El libro ubica al cerebro como el centro de operaciones en la toma de decisiones, sin embargo los dirigentes políticos suelen apelar a las emociones y la empatía para conectar con los ciudadanos. ¿Coincide?

R- La razón y la emoción son las dos fuerzas que nos dominan y tenemos que conocer esas dos campanas. Y a veces sí tomamos decisiones absolutamente irracionales en segundos sin darnos cuenta y por ahí conviene parar un poco la pelota, considerar opciones y pensar por qué llegamos hasta ahí.

P- “Neurociencias para presidentes” aparece como un manual al respecto, incluso bastante didáctico en cuanto a cuestiones tan complejas como las neurociencias.

R- Sí, es un poco así. Al cerebro lo van a usar siempre, para bien o para mal (risas). Incluso las emociones también dependen del cerebro. Las decisiones de los líderes, cualquiera sean ellos, influyen sobre mucha gente. Entonces podemos hablar de una ciencia al estilo Hombre Araña en el sentido que “grandes poderes conllevan grandes responsabilidades”. Por eso no puede ser que un líder del siglo XXI no sepa en qué está la neurociencia contemporánea, cuáles son sus preguntas, sus grandes avances y sus misterios. El cerebro es posiblemente el órgano más complejo del universo, con lo cual nos falta mucho para encaminarlo. También para saber cuáles son los límites de la neurociencia. Hay que apoyar a la ciencia y apoyarse en la ciencia para resolver problemas.

P- ¿También la neurociencia sale a buscar respuestas y explicaciones donde antes no lo hacía, como la conciencia, la emoción?

R- La neurociencia es un claro ejemplo de interdisciplina, no existe el neurocientífico puro. Ahí convergen la medicina, la biología, la física, la filosofía, las matemáticas, incluso las ciencias sociales, con lo cual está todo metido ahí dentro. En este sentido, sí, es cierto, nuestro estudio del cerebro nos permitió llevar algunos conceptos a disciplinas que no estaban relacionadas con el campo neurocientífico como la economía, la educación, la ética. El conocimiento un poco más profundo de cómo funciona el cerebro nos ha permitido puntos de contacto, intersecciones y aplicaciones con otros ámbitos y conceptos. Pero hay que tener cuidado porque a veces esa intersección es un poco forzada porque no es que todo sea neuro sino que es una parte de nuestro comportamiento.

P- Un viejo profesor universitario nos decía que para entrenar nuestro cerebro teníamos que estudiar matemáticas y latín, ¿coincidís?

R- Hay muchos mitos alrededor del cerebro. Uno de ellos es el de la gimnasia mental. Profundizar en el latín, para seguir con el ejemplo, te hará seguramente un excelente “latinólogo” (risas), pero no necesariamente eso se va a derramar a otras funciones del cerebro. Es cierto que funciona esa gimnasia del cerebro sobre todo cuando es en grupo y está bien guiada, pero lo único que está demostrado que detiene el deterioro cognitivo, sobre todo el relacionado con la edad, es el ejercicio físico moderado. Lo mismo que te dice un cardiólogo para que esté bien tu corazón te lo tiene que decir el neurólogo para que esté bien tu cerebro.

P- Le hago una pregunta en la que vengo pensando hace tiempo. ¿por qué no cambiamos de equipo de fútbol? ¿Por qué, aunque suframos, nos vaya mal, el equipo no nos dé nada, seguimos ahí? ¿Podría las neurociencias dar una explicación al respecto?

R- (risas) Podríamos hacer una neuroteoría del hincha de fútbol. Es importante decir que somos dos cosas: lo que traemos de fábrica, el cableado del cerebro, nuestras neuronas… y lo que somos a partir de lo que hacemos con todo eso, lo que podríamos llamar cultura. La cultura tiene un peso muy grande sobre nuestro comportamiento. Salvo que haya un mandato familiar muy grande, los chicos muy chiquitos un día son de un equipo y otro día lo son de otro hasta que en algún momento esa ventana por la cual vos pudiste elegir se acaba y vos elegiste uno y te casás con ese club para todo la vida. Me parece que no tendríamos que analizarlo desde el punto de vista neurocientífico sino más cultural que otra cosa.

P- ¿Siempre se está pensando?

R- Es una pregunta difícil porque el pensamiento sigue siendo uno de los grandes misterios de las neurociencias.

“Hoy coinciden científicos con ganas de contar, periodistas que tienen las herramientas para contar y un público que está interesado en que le cuenten”.

“El pensamiento sigue siendo uno de los grandes misterios de las neurociencias”,

afirma Diego Golombek.

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“Hoy coinciden científicos con ganas de contar, periodistas que tienen las herramientas para contar y un público que está interesado en que le cuenten”.
“El pensamiento sigue siendo uno de los grandes misterios de las neurociencias”,

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