El dopaje que nadie quiere mirar

Sustancias prohibidas son inyectadas o ingeridas sin control por ciclistas que corren en la región. Avidez por fuerza y oxígeno. La salud en grave riesgo.

Redacción

Por Redacción

Son capaces de sacrificar su vida por cultivar el músculo. Se admiten esclavos de un deporte tóxico que puede llevarlos incluso a la muerte. Eso sí, “preferimos morir sobre la bici”, confiesan sin compunción.

Son los llamados “zombis deportivos” del ciclismo de competición, émulos impensados de Lance Armstrong, Alberto Contador o Levi Leipheimer, entre tantos otros grandes que el dopaje desmoronó.

Nuestra región también cuenta con no pocos adictos compulsivos a sustancias que ilusionan con puntos extra al rendimiento y con el podio.

“Río Negro” pudo corroborar una realidad que el mundo del ciclismo conoce “de oídas” pero prefiere no mirar. Menos actuar.

El dopaje en esta disciplina de competición –también en el amateurismo– existe en el Alto Valle en una medida que ya enciende alarmas en médicos deportólogos, que intentan convencer a los protagonistas/víctimas de los peligros de las ayudas ergogénicas más duras y, por el contrario, de las bondades de un entrenamiento responsable en base a una buena nutrición y al conocimiento del propio cuerpo y sus alertas.

Pero es una lucha desigual y suele desembocar en peleas. El orgullo, la actitud casi enfermiza frente a sustancias adictivas (que se consiguen sin mucha dificultad vía internet, “mulas” desde el exterior y algunas farmacias cómplices), suelen imponerse a los criterios médicos que bregan por el deporte sano.

Un cóctel muy peligroso

Hoy el mercado marginal
–fuera de todo control– pone al alcance de los deportistas regionales un cóctel misceláneo de sustancias y herramientas, según pudo conocer en detalle este diario del testimonio directo de consumidores y de indagaciones en sitios de expendio:

• La EPO (eritropoyetina): hormona artificial inyectable o en pastillas que incrementa los glóbulos rojos para suministrar más oxigenación al organismo.

• La testosterona artificial, para reconstruir tejidos y desarrollar musculatura.

• La nandrolona, otra hormona que da fuerza y resistencia.

• La somatropina, reparadora de microdesgarros musculares.

• El Viagra, diluido en solución fisiológica, para mejorar la irrigación sanguínea y oxigenación.

• Las transfusiones de sangre propia o de terceros, para subir los niveles de hematocritos.

La inyección o ingesta de algunas de estas sustancias suele complementarse con otras, tanto sea para intentar obtener mejor capacidad aeróbica y emocional, cuanto para contrarrestar efectos nocivos, atenuar dolores, inducir al descanso o, directamente, eliminar rastros del dopaje. (Ver infografía)

La matemática obsesión por lograr mejores resultados en los niveles hemodinámicos con vistas a una competencia hace que el ciclista se ponga a medir con exactitud el momento de inyectarse la sustancia en el entrenamiento hasta obtener valores deseados, por lo general límites. Calculan al milímetro cada inoculación y la comparan con continuos análisis sanguíneos, deducen las pérdidas por pedaleo, para volver a inyectarse, volver a analizarse y así… hasta llegar la hora de la carrera anhelada.

El problema está en los límites. La potenciación muscular contra natura, violentando con artificios la propia capacidad aeróbica (genética) y de restauración natural del cuerpo, desconociendo el estado real del organismo, lleva con toda seguridad a riesgos severos para la salud.

Las crisis cardíacas y algunas muertes súbitas en ciclistas durante entrenamientos o carreras ya están ocurriendo en la región, según dan fe médicos consultados por este diario.

Están comprobados los efectos nocivos de la mayoría de las sustancias preferidas por los temerarios. Por algo las prohibió la Agencia Mundial Antidopaje (WAA, en inglés), la Organización Nacional Antidoping y la Federación Ciclística Argentina.

La EPO puede llevar a trombosis o infartos por su capacidad de espesar la sangre, la nandrolona puede dañar el hígado, la somatropina producir inflamaciones, vómitos y diarreas, la testosterona, insuficiencias renales y hepáticas; las transfusiones, alergias y transmisión de enfermedades.

Ni hablar de los peligros cuando el ciclista opta por componentes de uso veterinario –como sabemos que ocurre con la nandrolona–, y por dudosas procedencias en la obtención de las medicinas, menospreciando el estado de la cadena de frío (por las dudas, hay quienes compran la EPO sin cadena, que también está en el mercado aunque más cara).

De antidoping, ni hablar

¿Quién garantiza que todo esto no ocurra aquí? Nadie, ocurre sin control. ¿Hay inspecciones antidoping en competencias de alta exposición y prestigio, como la Vuelta al Valle? Hace 15 años que no se hacen. ¿Por qué y quiénes son los responsables? Por falta de fondos, pero más por desidia. Las autoridades ciclísticas locales y las federales se pasan el compromiso unos a otros.

La falta de control de dopaje estimula a algunos competidores a probar sin techo cuanta sustancia le aconseje un compañero.

En los circuitos profesionales donde sí hay antidoping, los “tramposos” saben cómo disimular. Fue impactante la prueba que realizó el periodista de la BBC, Mark Daly, para demostrar la ineficacia del pasaporte biológico. Él mismo se convirtió en un ciclista dopado, inyectándose EPO por siete semanas.

¿Dónde los consiguen?

En base a indagaciones reservadas, “Río Negro” pudo saber que los consumidores apelan a distintas vías de ingreso:

• De Colombia: los fármacos son traídos de contrabando a la región por emisarios o, a veces, amigos de deportistas. Nandrolona y somatropina se consiguen a buen precio y calidad.

• También hay productos que ingresan por Paraguay. Seis tipos de testosterona llegan a la Argentina y van luego a Chile.

• En farmacias: son contadas las que se arriesgan a suministrarlos a cambio de recetas médicas fraguadas. Este diario detectó dos, en Allen y en Roca.

• Veterinarias: algunos prueban inyectarse el tipo de sustancias que se suministra a caballos de carrera, pero con dosis menores. Estos fármacos tienen un proceso de purificación de menor calidad. Lo riesgos son mayores para la salud humana.

• Vía internet: este diario pudo comprobar que es sencillo realizar un pedido. Eso sí, la calidad y la procedencia son dudosas. Hay desde inyectables económicos de EPO de 15.000 UI (cinco dosis) provenientes de China sin cadena de frío a $ 272, hasta un kit de “mayor calidad” con 16 dosis por $ 7.024. La nondrolona es ofrecida por $ 1.250 las cinco ampollas. Asimismo, hay sitios de ciclismo con publicidad de sustancias no prohibidas, como “recuperadores post-entrenamiento”, “glutaminas que potencian el sistema inmunitario” y suplementos HMB (hidroximetilbutirato).

La cadena de complicidades puede llegar aún más lejos. Se conoce que, en la región, hay corredores que recurren a transfusiones sanguíneas, para las cuales se requiere el concurso de bioquímicos, laboratoristas, así como equipamiento, locales, materiales y reactivos. Una verdadera asociación al servicio de un fin extra humanitario.

Obsesión por fuerza y aire

“La velocidad se compra”, nos dijo sin ruborizarse un ciclista profesional. La frase resume el espíritu de los adictos al vértigo, dispuestos a gastar y a probar cualquier cosa para obtener dos preciados objetivos: fuerza y aire “para mover transmisión”.

¿Y cuánto cuesta un cóctel apreciable para lograr la gran diferencia que un entrenamiento sano probablemente no conseguiría? Entre 15.000 y 20.000 pesos para una Vuelta al Valle, ejemplifica un conocedor del paño.

La estadística demuestra que, a mayor experiencia, hay más probabilidad de consumo dentro del deporte tóxico. Así, la legión de pretendidos superhombres amenaza con crecer.

Sin controles antidoping a la vista y sin verdadera vocación y decisión política por instaurarlos, existe el riesgo de que los honestos también se conviertan en tramposos.

Doparse y evitarlo

Añares sin control antidopaje

No sólo no hay controles antidoping desde hace años en las principales competencias de la región. Las posibilidades de establecerlos son remotas.

En el país, las inspecciones se circunscriben a profesionales del deporte de primerísimo nivel. Por si fuera poco, no existen leyes nacionales que obliguen al antidoping en certámenes regionales o nacionales. La Federación Ciclística Argentina (FCA) hace fiscalizaciones selectivas de los deportistas monitoreados para integrar la selección nacional, por medio de un sistema de análisis de sangre que comenzó trimestralmente y paso a ser semestral.

“Realizar los controles en las competencias, si bien es interés de la Federación, es un costo que debe asumir el organizador”, señala a este diario Marcelo Lanzi, vicepresidente de la FCA.

No es lo que piensa la Comisión Central Organizadora (CCO) de la tradicional Vuelta al Valle. Uno de sus más activos miembros, Luis Viedma, sostiene: “La Federación nos exige que nosotros tengamos el control antidoping, pero la decisión es de ellos. Tendrían que venir con el equipamiento que corresponde”. Recuerda que “hace 15 años que no se hace un control antidoping”.

Viedma hace notar que la institución no tiene capacidad para afrontar los costos que implica el operativo, y que estima en 600.000 pesos.

Lanzi, por su parte, está lejos está de coincidir con esa cifra. “Hacer los controles en la Vuelta al Valle, considerando traslado de médico, honorarios, costo de análisis y envío de muestras, rondaría los 150.000 pesos”.

En la edición de mañana: un ciclista que se dopa se anima a hablar. Una médica avisa sobre los riesgos.

JUAN THOMES

Datos

20.000
pesos tiene que destinar un ciclista decidido a doparse con un cóctel de sustancias “de calidad” para una competencia.
150.000
pesos cuesta un antidoping para la Vuelta al Valle, según la Federación. Los organizadores locales hablan de $ 600.000.
En la edición de mañana: un ciclista que se dopa se anima a hablar. Una médica avisa sobre los riesgos.

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