Crónica de tres días de aventura entre Glaciares, ¡animate!

La expedición más novedosa del Parque Nahuel Huapi: el cruce de refugios en el Monte Tronador, desde el Meilling hasta el Agostino Rocca en Paso de las Nubes, con sus variantes de salida hacia Puerto Frías o de regreso a Pampa Linda. Crónica de tres días de aventura entre glaciares.

Cruce de Refugios

Gonzalo Sánchez

gonzalodanielsanchez@gmail.com

Es probable que ese paso entre las nubes, embarrado y apto para una veranada, haya sido muy utilizado muchos años atrás para conectar a los habitantes de la región del río Manso con el valle del glaciar Frías y, una vez en la zona, facilitarles un empalme directo hacía Chile por vía lacustre. O regresar a Bariloche, a través del lago Frías primero, y finalmente embarcando desde Puerto Blest, un recodo secreto y sumamente bello del inmenso Nahuel Huapi. Paraísos, sin dudas, paraísos con historias propias. No hay lugares sin pasado. Ni existen sitios ni destinos vírgenes de relato. El caminante que avanza, en la soledad de las quebradas, no lo hace de manera inerte, sino confrontando cada escenario con su capacidad de asombro renovada por el impacto. De ese cruce suelen surgir las historias.

La inauguración del Refugio Rocca, en el histórico Paso de las Nubes, cambió drásticamente las posibilidades de travesía en esta zona del Parque Nacional Nahuel Huapi. Años atrás, el paso era justamente eso: una transición hacia mejores paisajes, pero nunca un lugar de acampe o destino. Un refugio, sin embargo, lo cambia todo. Y genera las posibilidades para un nuevo circuito de trekking que ahora es moda por la novedad, pero que parece haber nacido para convertirse en clásico: el cruce de refugios Meilling-Rocca, con sus variantes de salida hacia Puerto Frías o de regreso a Pampa Linda.

Este último punto es donde comienzan todas las caminatas del sistema de sendas que rodean al Tronador, la gran montaña de esta parte de la Argentina. Pampa Linda es lo que se denomina campamento base en la jerga de los trekkers, pero es, antes que eso, un verdadero mirador desde donde contemplar esa montaña cubierta de glaciares que aún resisten –aunque retroceden– a la amenaza del cambio climático. Lugar al que siempre volvemos, cada verano, y nunca parece el mismo.

El cruce de refugios requiere de tres días, un equipamiento mínimo, cierto estado físico, tener más de 12 años y la contratación de un guía para la segunda jornada, la del cruce propiamente dicho, a través del mar de grietas del glaciar Alerce. Pero el día 1 es como todos: habrá que acudir a la Cabaña de Informes del Club Andino Bariloche, donde se comercializan los tickets de micro para viajar hasta Pampa Linda, pequeña comarca de ranchos de madera ubicada a 90 kilómetros de San Carlos. El servicio es diario durante el verano. Y las partidas son desde la mañana, pero siempre es bueno consultar con anticipación.

PUNTO DE ARRANQUE

Ese mismo día comenzamos a caminar después de concretar los trámites de rigor en el puesto del guardaparques. Una cuestión de seguridad y prevención: que alguien sepa, cada vez que emprendemos un viaje hacia la inmensidad, que estaremos justamente algunos días allí adentro. Ese alguien debe ser el guardaparque.

El camino a Meilling, a 2.400 metros sobre el nivel del mar, comienza por un bosque de maravillas y cohiues, al que se accede después de atravesar el río Castaño Overo. Allí los pájaros ensayan un concierto diferente cada día. Rápidamente se puede ver el empalme hacia el río Alerce y el refugio Paso de las Nubes, pero nuestra elección consiste en un viaje circular. Ascenderemos hasta el Meilling para encontrarnos con los montañeros de siempre y pasar una noche con servicios de hotelería que nada tienen para envidiarle a una propuesta del llano.

Meilling es un relojito. Puede estar más o menos colmado de visitantes, pero los estándares de atención son elevados. Llegamos cansados, después de cinco horas de marcha, amena, soplada por una brisa que se enfría a medida que ganamos altura. El tirabuzón se acaba en un sitio conocido como La Almohadilla, justamente donde también finaliza el recorrido para los que eligen contratar caballos. De ahí en adelante es a pie. El paisaje adquiere la fisonomía de la alta montaña. La senda continúa por una explanada de piedras, a veces salpicada por manchones de nieve; y el clima cambia, se vuelve áspero, pero tratándose de una trepada de verano no hay que temer (igual, siempre se debe chequear el clima en internet antes de salir). Al cabo de un rato, justo cuando se necesita un refresco, aparece el glorioso Meilling, con sus paredes descascaradas, enclavado entre los glaciares Alerce y Castaño Overo, en contraste con los tres hermosos picos del Tronador: el internacional, el argentino y el chileno.

NOCHE Y ARRIBA

Muchos lo saben, pero la gran mayoría no. Pasar la noche en un refugio de montaña es adentrarse en una dimensión mágica. Desde luego que se trata de algo frecuente para unos pocos privilegiados que han consagrado su vida a estas actividades, pero en el caso de los bichos de ciudad, esos que llegamos a la naturaleza para despojarnos del tedio de lo citadino, la magia de los refugios puede adquirir formatos descomunales. Ruidos de puertas que crujen, luz de velas, un disco de viejo rock melódico o de música diseñada en computadoras, una botella de vino, algarabías expresadas en diferentes idiomas y una compañía de rugidos de viento que cada tanto nos recuerda dónde estamos. El cansancio es certidumbre. Mientras disfrutamos de ese momento único, el cuerpo nos habla. La musculatura pide permiso para relajarse y es así como se avecina el sueño, después de la última copa.

Se amanece por encima de las nubes y la expectativa crece. La jornada que comienza no puede hacerse sin guía. Es la persona que nos conducirá a través del desierto blanco. Para los novatos, habrá una pequeña clase de seguridad antes de la partida. Y luego sí, el viaje ingresa en nuevo nivel de paisaje. Ni mejor ni peor, pero sin dudas potente y desconocido. Nos colocamos arneses y grampones y nos encordamos con una cuerda de seguridad antes de pisar el hielo. Avanzamos robóticamente, medios torpes, entre las piedras y finalmente se modifican los sonidos. El “crach, crach, crach” de dar un paso primero y otro después. Un escenario antártico que se calienta por insistencia solar.

Lo fascinante de este tipo de caminatas es también el encuentro con uno mismo, pero no a nivel espiritual, sino orgánico. Sentir el cuerpo como herramienta. Pensar cada tracción, racionalizar cada espacio en donde pondremos el pie. La planicie va ganando declive y se empina. Uno tiene la sensación de estar caminando por un inmenso tobogán de plástico blanco. Pero se trata de la naturaleza en sus máximos niveles de expresión y la continuidad helada no es para nada minimalista. El camino sigue. Hay que tensar cuerda. Y concentrarse para no patinar. Quizás el momento más dramático sea el de la salida de la lengua de hielo del Alerce, al cabo de dos horas y media o tres de marcha.

Las piedras, un lugar de descanso. Misión cumplida. Hemos salido del hielo sin caídas ni rasguños. Pero ya sentimos nostalgia por la experiencia. Lo que resta, es una extensa bajada hacia el Paso de las Nubes, donde nos espera la palidez de lugar nuevo: el Refugio Rocca.

BRINDIS EN LA MONTAÑA

El refugio Rocca está instalado en una especie de balcón desde el que es posible contemplar la totalidad del valle del río Alerce, una quebrada repleta de matices, como pintados a propósito por alguien. Lo primero para destacar, apenas se ingresa en el caserón alpino de dos pisos es esa ventana de vidrio, estilo pecera, que enmarca –si es posible contener esa inmensidad– la mejor vista hacia el valle. Pero hay muchos más: anfitriones excepcionales, buenos servicios, posibilidad de ducha caliente, habitación calefaccionada, un evidente olor a nuevo, visitantes cosmopolitas de ocasión que convergen, con sus mundos a cuestas, desde diferentes direcciones. Están los que vienen desde Puerto Frías, remontado el río Frías, que nace en el ventisquero del mismo nombre. Y los que vienen desde Pampa Linda, haciendo el camino inverso. Por último, nosotros, los audaces que acabamos de cruzar el hielo en una inédita experiencia circular.

El trabajo del guía concluye en el Rocca. Ahora seguimos solos. Pero esta noche, una segunda noche en la montaña, posee el valor de una conquista. Se hizo el esfuerzo máximo. Ocho horas de caminata, jadeos, transpiración y acá estamos, otra vez, distensionando la musculatura y disfrutando de unas galletas con tomate y palta. En poco tiempo va a desplomarse el sol sobre las lengas y será la hora de abrir un vino, uno de los rituales más complementarios para cualquier travesía. La celebración que nos espera al final de cualquier camino. Como hacía Hemingway al regresar de la cacería: tres litros de vino para saciar su sed y empachar su espíritu. Nosotros, más modestos, brindaremos con esta botella y nos iremos a descansar después de las clásicas charlas que surgen en las noches de refugio. Recuerdos de lo que hacemos, algún tema de actualidad que logró por pura prepotencia llegar hasta acá arriba, datos sobre una nueva travesía para el próximo verano. Hora de dormir.

REGRESO A PAMPA LINDA

Queda una bajada mansa, bordeando el río Alerce hasta el empalme con los caracoles que trepamos al principio.

Luego el camino que bordea el arroyo Castaño Overo y el desemboque en Pampa Linda, ese lugar que cobija varias de nuestras historias pasadas. Otra vez contemplamos al amo y señor de esta región, el Tronador, dios pagano, lugar inmenso. Agradecemos por haber completado la travesía, y ya nos seduce la idea de la urbanidad en una Bariloche que se insinúa cercana.

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