El viaje como búsqueda

Aniko tenía un sueño: viajar y contarlo. Hace ocho años que lo hace y acaba de publicar su segundo libro tras recorrer 40 países.

Aniko Villalba (Buenos Aires, 1985) siempre había soñado con vivir viajando para descubrir cómo viven las personas en los diferentes rincones del mundo: qué hacen, qué piensan, cómo se visten, qué comen. Quería verlo y contarlo.

El 28 de enero de 2008, terminada la carrera de Comunicación Social, ignoró como pudo a quienes le decían que estaba loca, que era peligroso y que no se podía andar por el planeta así nomas –mucho menos siendo mujer–.

Ocho años después ya visitó 40 países, recorrió unos 100.000 kilómetros, recolectó cientos de anécdotas y, con una esmerada autogestión –ella es su propia empresa– publicó dos libros:

• “Días de viaje. Relatos en primera persona” (2013), y

• “El síndrome de París” (2016), que recientemente presentó ante unas 300 personas en el activo Centro Cultural Matienzo de Buenos Aires –luego lo hizo en Rosario, Santa Fe y Montevideo–.

Podría decirse que viajar forma parte del ADN de Villalba.

Su mamá –arquitecta, artista plástica y pintora– es hija de padres húngaros pero nació en Alemania, de donde se exilió cuando tenía tres años. “El de ella fue un viaje más traumático y de otro estilo”, comenta en una entrevista con “Río Negro” en Buenos Aires.

En su infancia, Villalba viajaba con su familia. Siempre eran tres: mamá, papá y ella. “Íbamos mucho a Brasil, Uruguay… Casi siempre playa, era lo que les gustaba a ellos. Me acuerdo que siempre lo hacíamos por nuestra cuenta, en auto propio o alquilado. Recorríamos mucho y nos poníamos en contacto con gente del lugar”, dice.

Así fue tejiendo relaciones que luego seguía por carta.

“Para mí eran momentos muy lindos. Durante lo que durara el viaje era como tener otra vida, ¿no? Creo que me quedó un poco el bichito de viajar desde esa época. Como a los 16 años me pregunté por qué no escribir de viajes, pero no me parecía posible. Cuando lo contaba, me decían: ‘Obvio, ¿quién no sueña con ir a dar la vuelta al mundo y dedicarse a eso?’. Era un sueño re común pero supuestamente imposible”, recuerda.

Al empezar la universidad ya no le parecía tan inalcanzable. “Hay gente que lo hace: cronistas de viaje, alguien que escribe para la National Geographic, hay fotógrafos y documentalistas que viajan… ¿Por qué yo no iba a poder?”, se planteó.

Entonces, un año antes de terminar la carrera, hizo uno de los clásicos viajes iniciáticos de los mochileros argentinos: se fue al norte con un grupo de amigos. En un momento ellos decidieron volverse y Villalba siguió sola porque quería conocer el Salar de Uyuni.

Se subió a un tren para cruzar hacia Villazón, una de las puertas de entrada a Bolivia desde Argentina. Y, a los 21 años, tuvo una suerte de confirmación sobre lo que sería su futuro.

Esa noche hizo mucho frío y no tenía ropa suficiente. Le costó pero igual logró quedarse dormida. Cuando se despertó –ya había salido el sol– se encontró con la sonrisa de una boliviana que estaba sentada enfrente suyo. “Temblabas de frío y te tapé”, le dijo.

Lo que la boliviana –de su misma edad– no le explicó –pero Villalba enseguida notó– fue que para cubrirla había usado la manta con la que arropaba a su bebé y a su hija de cinco años.

“Con ese gesto desinteresado y humano, con su declaración tan simple y obvia, me convenció: el mundo estaba repleto de gente como ella, la hospitalidad era algo que ocurría todos los días en todas partes. Estaba cansada de escuchar que el mundo era un lugar malo, que viajar era un peligro, que la hospitalidad era una utopía”, escribió en su primer libro, que lleva vendidos más de 5.000 ejemplares.

Al año siguiente dio el salto. “Dije ‘bueno, voy a probar’. Terminé la carrera y me compré un pasaje de ida a Bolivia en colectivo”, rememora.

Empezó a escribir un blog en el diario La Nación, artículos para revistas de viaje y luego llegó su propio blog (viajandoporahi.com), donde se mantiene activa con relatos y fotos de sus recorridos por Sudáfrica, Marruecos, Malasia, Vietnam, Indonesia, Filipinas, China, Laos, Croacia, Hungría y Serbia, entre otros de los 40 países que lleva visitados.

“Me doy cuenta de que quiero viajar distinto. Cuando empecé tenía mucha energía y cada tres días me movía, armaba y desarmaba la mochila. En un mes me recorría un país entero capaz. Ahora quiero estar más quieta en un lugar”, dice Villalba, que habla y escribe en inglés, y está aprendiendo francés.

Los miedos del comienzo –soledad, peligros, dinero– fueron quedando atrás. Pero con el tiempo aparecieron otros.

“Van cambiando los temores, siempre aparece uno nuevo. Sé que puedo vivir de esto y que el mundo es un lugar bueno, no tengo el miedo de qué me va a pasar si me voy a tal lado. Pero sí el miedo de si podré viajar en familia cuando tenga hijos, por más que sé que hay gente que lo hace y que educa a los hijos a distancia”, confiesa.

Con el paso de los años, Villalba se fue consolidando como “la viajera que escribe”. En las redes sociales –entre Instagram, Facebook y Twitter– tiene más de 85.000 seguidores que todos los días comentan sus publicaciones, le piden consejos o le dejan invitaciones para hospedarse cuando visite tal o cual ciudad. El reconocimiento llegó a generarle presión. Sobre todo cuando sufrió por la muerte de una gran amiga y lo único que quería era que se la tragara la tierra. Al final, fue una crisis para reinventarse.

“Me pesaba. Ahora ya quizá no me importa tanto. La gente que me conocía era por los viajes. Estaba haciendo lo que mucha gente sueña. De golpe, se me fueron las ganas, no quería hacer nada. Pero sentía la presión.

Decís: ‘Tengo que viajar porque soy la viajera, tengo que escribir, qué voy a hacer con el blog. Es mi trabajo, ¿qué hago si no viajo?’ Después me di cuenta de que puedo escribir de otras cosas, que me gusta. Eso me tranquilizó. Quiero que me conozcan por lo que escribo más que por lo que viajo”, dice.

Ese proceso, que fue doloroso, le dejó un aprendizaje personal. “Quería escaparme de una situación que me dolía, pero uno lleva el duelo adentro. Un viaje no te cura aunque te pude ayudar a sanar. El viaje para mí es más una búsqueda que un escape”, reflexiona.

El primero es el libro de la emoción, de sí se puede. Comprobó que es posible vivir así. Para la viajera es una libertad, le encanta poder trabajar desde su casa o en la otra punta del mundo con sus horarios.

En números

800

ejemplares lleva vendido de “El síndrome de París”, segundo libro publicado en abril.

100.000

kilómetros recorridos desde el 2008.

10

dólares por día era su presupuesto en el sudeste asiático.

Datos

El primero es el libro de la emoción, de sí se puede. Comprobó que es posible vivir así. Para la viajera es una libertad, le encanta poder trabajar desde su casa o en la otra punta del mundo con sus horarios.
“No estoy en contra de los tours pero a veces no te dejan lugar para que te pasen cosas lindas fuera del plan”,
admite Aniko, quien no usa este sistema para viajar.
“Me robaron la cámara y la computadora mientras dormía en un tren en Indonesia. Pero la policía lo encontró y me devolvieron todo. Increíble”.

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