«¿Qué debemos hacer para colaborar ante un accidente en la ruta?»

Enero del 2009. A mi regreso de vacaciones en familia, entre San Antonio Oeste y Sierra Grande fuimos testigos de una tragedia automovilística y pudimos ver, sentir y padecer todos los aspectos de una situación límite, donde se ven las bondades y miserias humanas.

Pasado el mediodía nos sobrepasó un Peugeot 504. Siendo mi velocidad de 80 km/h, noté que lo hacía a una velocidad no muy distante de la mía. A no más de 400 metros, llegando a una elevación observé que un gran camión que venía por la mano contraria hacía intensos cambios de luces y simultáneamente vi que un vehículo de mi mano salía hacia el costado levantando muchísima tierra y daba un tumbo sobre su lado. Coloqué balizas y sobrepasé el lugar. Mi hija entró en llanto al ver una criatura tirada al costado del auto volcado. Me detuve y corrí a colaborar.

El cuadro fue terrible, el papá ya estaba afuera del auto y gritaba junto a su hijito; la hija, con la cabeza apretada debajo del parante delantero, movía las piernas y los brazos tratando de zafar. Éramos ya varias personas, todas paralizadas por la situación, ante lo que decidí intentar organizar lo que podíamos hacer. Así que levantamos el auto y sacamos a la nena; la inmovilicé, le tomé el pulso, verifiqué la movilidad de sus extremidades y permanecí con ella y con mi hija mientras mi hijo y la mamá buscaban agua y un botiquín. El dramatismo se incrementó con la llegada de más autos que se detenían. Paralelamente vimos al papá con su hijito en brazos correr desesperado pidiendo por favor que lo llevaran hasta Sierra Grande. Ningún auto respondió al pedido. Quedará en mi mente por siempre la actitud particular del conductor de un Falcon blanco cargado de cosas de vacaciones en su portaequipaje que ante el pedido entre llantos y gritos del padre -«Llevame, hermano, vos que sos pobre como yo… mi hijo se me muere, llevame»- cerró la puerta y se fue sin mediar respuesta. Yo estaba abocado a la nena, a calmarla y contener su constante pedido por su hermanito y su papá, angustiada y dolorida por las heridas.

Llegaron unos médicos que pasaban y comenzaron a atender al nene, a efectuarle tareas de reanimación. Uno se acercó a donde estábamos con la nena y la evaluó y controló. A la llegada de la ambulancia los médicos ya habían agotado todo lo posible de hacer por el nene y comenzaron a retirarse, con lágrimas y gestos de impotencia. Pudimos ver el ahínco y profesionalismo desplegados por esos médicos para tratar de salvar a esa criatura.

La policía llegó a la media hora y con personal de Prefectura que estaba colaborando desde apenas sucedido el accidente comenzó a ordenar el movimiento del lugar. Subimos a la nena y al padre a la ambulancia que los llevó al hospital de Sierra Grande. Hasta que llegaron familiares de las víctimas me quedé de testigo junto a otras personas, mientras la policía efectuaba el peritaje. Luego fuimos al hospital para ver la evolución de la nena y del papá y sobre todo para hablar con la familia y brindarle mi testimonio a fin de que se pudiera diferenciar lo que ante nuestra vista y razonar fue una tragedia que provocó un accidente y terminó en una desgracia… con el atenuante de un milagro sucedido con la nena, ya que era imposible que estuviera viva dado el lugar de donde la habíamos sacado. Acoto que sólo creo en Dios, en la buena gente y sus buenas acciones; los que estuvimos, creo que vimos su mano extenderse en medio de tremendo dolor.

Lo que nos preguntamos es cómo accionar ante una situación similar, cómo colaborar. ¿Hay que detener la marcha o seguir? ¿Se puede cargar a un herido ante la ausencia de respuesta, en un tiempo lógico, de una ambulancia o asistencia profesional en el lugar?

Ésta ha sido una experiencia dolorosísima pero, más allá de las miserias humanas puestas de manifiesto por algunas personas, rescatamos el amor y la solidaridad de mucha gente que se acercó y colaboró en todo lo que pudo. El «nunca nos va a pasar» no existe y el pasar al lado como si nada no tiene perdón.

Hugo Bensi, DNI 16.926.206

Río Grande (Tierra del Fuego)


Enero del 2009. A mi regreso de vacaciones en familia, entre San Antonio Oeste y Sierra Grande fuimos testigos de una tragedia automovilística y pudimos ver, sentir y padecer todos los aspectos de una situación límite, donde se ven las bondades y miserias humanas.

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