Elogio de la oscuridad: Vicente Monroy y una defensa de las salas de cine en la era del streaming

El español Vicente Monroy no sólo escribe una defensa de las salas de cine. En un presente de pantallas múltiples, “Breve historia de la oscuridad” reivindica –sin nostalgia– esos sitios en los que los espectadores comparten esperanzas y angustias, sueños y pesadillas.

La idea es inquietante. Y es así: el cine está hecho para crear memoria mientras que de las miles de imágenes que vemos a diario, scrolleando durante horas la pantalla del celular, no recordamos nada. Más es significativamente menos.


En un tiempo en el que la transparencia se ha convertido en mandato y la luz en una presencia ineludible (incluso en las pantallas del celular que nos acompañan hasta en la cama), “Breve historia de la oscuridad” propone una defensa apasionada de la penumbra.
El español Vicente Monroy, autor del pequeño pero sustancioso libro publicado en la colección Nuevos cuadernos de Anagrama (2025) es arquitecto, escritor, cinéfilo y programador de la Cineteca de Madrid.

En la ecuación de su currículum, que sea arquitecto es fundamental. Porque el libro no es sólo un rescate de los cines en la era del streaming, sino más bien una historia de cómo se pensaron esos espacios en los que la falta de luz produce la magia necesaria para ver y dejarse atrapar por completo por una película. Y es también una historia del espectador, ese ingrediente fundamental y necesario que surge en el espacio compartido, y no en la soledad de los hogares, de cara a las pantallas pequeñas de los celulares o del televisor.


“Frente a la historia de la arquitectura moderna, que ha sido una historia de la arquitectura del cristal, de la arquitectura transparente, de la luz, escribí una historia de los espacios oscuros, en particular las salas de cine, que son muy peculiares porque mientras las ciudades modernas se iban iluminando, los cines eran unos espacios de resistencia, que además estaban en el centro mismo de las ciudades. Era una oscuridad alrededor de la cual se generaban muchas historias, muchos pensamientos”, dice Monroy desde el otro lado de la pantalla de la computadora, y desde la tarde de Madrid. Lo dice sonriendo. No hay nostalgia en su comentario. Es un hombre optimista.


La oscuridad no es ausencia de brillo, dice, sino condición de posibilidad. “Los individuos modernos, las sociedades modernas occidentales sobre todo, hemos estructurado nuestra idea del mundo alrededor de la metáfora de la transparencia: los gobiernos nos hablan de transparencia, estamos obsesionados con la luz de la razón, todo son metáforas de la claridad, y hemos abandonado un poco ese lado oscuro, que es fundamental. Necesitamos mantener ese vínculo con nuestras partes de oscuridad”, dice.

-En el libro, escribís que el cine está hecho para crear memoria, mientras que el scrolleo de imágenes no genera recuerdos.

-Tradicionalmente, ir al cine era introducirte en un espacio de oscuridad, en un espacio donde las imágenes eran más grandes que tú y de alguna manera esas imágenes se sobreponían, te abrazaban, te cubrían. Ahora, las vemos en pantallas mucho más pequeñas, tenemos un control simbólico sobre las imágenes y lo hacemos de una manera muy peculiar: pasamos reels con el dedo para ver imágenes, imágenes, imágenes, imágenes. Podemos pasarnos horas, todos los días, mirando, pero a última hora de la noche, si pensamos cuántas de esas imágenes se han quedado en nuestra memoria, probablemente tengamos que responder que ninguna. Consumimos más flujo visual que nunca, pero creo que menos imágenes que nunca, precisamente porque las imágenes son esas cosas significativas que dialogan con nosotros, que se introducen en nuestra memoria y nos transforman. Eso es lo que ha hecho siempre el cine. El cine ha sido un espacio para la generación de recuerdos, de maneras de estar en el mundo y creo que lo que vemos ahora mismo en las pequeñas pantallas tiende más bien a lo contrario. Son clichés, son fórmulas repetidas, gestos que todos los influencers repiten alrededor del mundo, frente a esa singularidad que tenía la imagen cinematográfica. Creo que el cine ha sido uno de los espacios donde más memoria íntima, más memoria sentimental se ha producido en el mundo a lo largo del siglo XX. Eso ha ocurrido en el interior de las salas de cine.


-En el libro planteás que lo oscuro no es necesariamente lo contrario de lo luminoso, es también una oportunidad de tantas cosas…
-Sí, desde luego ya estamos viendo a dónde nos ha llevado la obsesión por la transparencia, ¿no? Vosotros lo estáis viviendo allí en Argentina. Creo que es evidente que lo hemos jugado todo a unas cartas que quizás no eran las mejores y ahora nos damos cuenta de que tenemos que recuperar ciertos vínculos con nuestros instintos, con una manera de ser más apegada a la tierra, más alejada de lo racional. Quizás eso es lo que tiene que ver, creo, con la oscuridad. Eso es lo que dice la cita que abre el libro, de (el cineasta chileno) Raúl Ruiz dice que tenemos que volver a las cavernas, quizás tenemos que hacer ese ejercicio de sabiendo lo que sabemos, ahora dar un paso atrás hacia la oscuridad y replantearnos muchas cosas de nuestra vida y de nuestro mundo.

El cine ha sido un espacio para la generación de recuerdos, de maneras de estar en el mundo. Lo que vemos ahora en las pequeñas pantallas tiende a lo contrario. Son clichés, fórmulas repetidas”.

Vicente Monroy


-Hay un capítulo del libro, titulado La revancha de Edison que sostiene que, en el contraste entre ver cine en las salas o ver películas en el celular, Thomas Edison le ganó a los hermanos Lumière, que en su momento intuyeron el potencial cultural de las salas de cine como espacios de congregación.
-Claro. En la misma época que los Lumière trabajaban en eso, Edison diseñó el kinetoscopio, que estaba pensado para ser mirado de forma individual, pero se echó para atrás pensando que no le iba a poder sacar suficiente rédito económico, algo muy de Edison. Pero, llegados a este punto de la historia actual, nos tenemos que plantear si realmente no estamos viviendo una revancha de Edison, ¿no? Si realmente nuestra manera de consumir imágenes ahora en pequeñas pantallas, incluso en el celular, donde estamos condenados a ver las películas o las series o los contenidos de manera individual, no se parece mucho más al kinetoscopio que al cinematógrafo de los Lumière. Creo que esto tiene mucha importancia y encierra muchos peligros porque nos estamos encerrando en formas de visionado cada vez más solipsistas, en rutinas cada vez más solitarias que nos exponen a situaciones peligrosas. Porque cuando estamos solos, somos más vulnerables a las fake news, somos más vulnerables a la publicidad. En cierta manera, lo que estamos viviendo ahora mismo también es que el cine se está convirtiendo cada vez más en una forma publicitaria. Precisamente porque la estamos viendo cada vez más solos, en pantallas cada vez más pequeñas, donde tiene que primar lo publicitario y donde las imágenes del cine se mezclan con otras que vienen de otros modelos de consumo.
Lo que hemos vivido en estos años ha sido como una especie de euforia por los medios digitales, pero no hay otro espacio que se parezca a lo que puede ofrecer un cine. Ahora mismo, la industria cinematográfica tiene muchos problemas económicos, tiene muchos problemas de muchos tipos, pero es verdad que Internet, los medios digitales, no han conseguido ofrecernos una experiencia a la altura de la cinematográfica.
Nunca, ver una serie de Netflix va a estar a la altura emocional, sensorial, casi catártica, que puede ofrecer una película en una sala de cine. Entonces, yo creo que siempre va a quedar un espacio para la sala de cine. ¿En qué condiciones? Eso es lo que tendremos que negociar.


-Además, ¿no nos estamos volviendo mucho menos curiosos al tener acceso tan rápido a las cosas?
-Para ir al cine en una sala te tenías que vestir, te tenías que duchar y tenías que ir hasta la sala y tenías que, de atún modo, dejar tu mundo aparte, durante una hora y media o dos horas y concentrarte, ofrecerle amorosamente a la pantalla del cine tu tiempo, tu atención y tu manera de pensar y de vivir. Tenías que dejar durante un rato aparte todo lo que eras y todo lo que sentías y ese ejercicio de amor creaba imágenes amorosas como respuesta. El cine nos ofrecía también una forma de amor y yo creo que es muy difícil que Netflix nos ofrezca imágenes amorosas.

-Tenemos la sensación, por ejemplo, de que existe una continuidad estricta entre el cine, cuando lo veíamos en las salas y el cine que se produce para plataformas.
-Pero no. Lo que hemos perdido es un elemento esencial de la historia del cine, que es la sala de cine. O sea, ¿qué hacemos con ese objeto, ese espacio que nos envolvía, esa manera que tenía de envolvernos, de abrazarnos, de hacernos ver las cosas de una determinada manera? Creo que lo importante del cine es que nos hace ver las cosas de una determinada manera. Y no es lo mismo verlas tirado en tu sofá después de pegarte una paliza de ocho horas en el trabajo, en una pequeña pantalla, que hacer el esfuerzo de ir a una sala de cine y recuperar esa magia. Me voy a atrever a decir esa palabra: magia.

Vicente Monroy – Escritor y Programador en Cineteca. Foto Berta Delgado. YANMAG


-No tenés una mirada nostálgica o melancólica sobre este cambio. Pero sí me gustaría preguntarte ¿qué sentís que se perdió o qué sentís que se pierde al perder esa sensación de comunidad?
-Sí, pues mira, yo soy programador de un cine, de la Cineteca en Madrid, y para mí no hay nada más bonito que una sesión donde hay gente en la sala y se cree una sensación de comunidad que además se extrapola al coloquio posterior, a las presentaciones, a los encuentros con los directores. Esta sensación de haber hecho que el cine se convierta en algo más, en un motivo de diálogo, en un motivo de intercambio, en una manera de estar juntos. Yo creo que eso, así de sencillo y así de complejo, es lo hermoso de la sala de cine y lo que es irrepetible en nuestros hogares, que como digo, nos encierra.
Las rutinas actuales de visionados nos encierran cada vez en modos de ver más solitarios, tenemos menos capacidad de compartir lo que hemos visto de manera compleja, generar discursos complejos alrededor, encuentros, formas de encuentros. Entonces, creo que mi mirada no es nostálgica porque yo no echo de menos ese mito del cine de los años 30, del gran palacio, de los sueños, no se trata de eso para mí, se trata de que el cine es un espacio de oportunidad, es un espacio de oportunidad para encontrarnos, para compartir cosas, para generar memoria sentimental, memoria política. Y para mí la sala de cine es un espacio perfecto para catalizar formas de encuentro, para catalizar situaciones en las que compartimos ideas, compartimos sentimientos, compartimos emociones.


La idea es inquietante. Y es así: el cine está hecho para crear memoria mientras que de las miles de imágenes que vemos a diario, scrolleando durante horas la pantalla del celular, no recordamos nada. Más es significativamente menos.

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