Sísifo y lo efímero de la felicidad
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Si se ha de creer a Homero, Sísifo era el más sabio y prudente de los mortales. Dentro de la mitología griega, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y cargar perpetuamente una roca gigante montaña arriba hasta la cima sólo para que ésta cayera rodando al valle y volver así indefinidamente a recorrer la marcha. Los dioses habían pensado, con algún fundamento, que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza. Sobre el análisis del mito de Sísifo, el fantástico Albert Camus desarrolla la idea del “hombre absurdo”, que es aquel que se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida. Aquel que, incapaz de entender el mundo, se enfrenta en todo momento a esta incompren- sión. En su ensayo, Camus afirma que Sísifo experimenta su libertad durante un breve instante, que es cuando ha llegado a la cima y terminado de empujar la roca y aún no tiene que comenzar de nuevo hacia abajo. En ese punto Camus sentía que Sísifo, a pesar de ser ciego, sabía que las vistas del paisaje estaban ahí y debía haberlo encontrado edificante: “Uno debe imaginar feliz a Sísifo”, dice el filósofo en su obra, lo que aparentemente lo salva de su destino suicida. Si Homero y Camus estuviesen presentes en nuestros días y analizaran el escenario que atraviesan los pequeños productores del Valle, varios paralelismos encontrarían en relación con sus históricos escritos sobre el mito de Sísifo. El pequeño productor es aquel que no tiene forma de salir del sistema, no puede negociar precios en góndola, está imposibilitado de acceder al crédito bancario para poder desarrollarse y ni siquiera pone condiciones sobre lo que produce. Está atado a la tierra y ésa es su única satisfacción. Cada temporada que finaliza comienza la siguiente, con empeño y orgullo a realizar las labores culturales de su chacra para llegar a la cosecha de la mejor manera. Cada febrero, con gran satisfacción, observa las manzanas que está a punto de cosechar. Es el punto de mayor felicidad del productor de fruta, donde se resume el esfuerzo de todo un año de trabajo. En ese instante sutil vuelve sobre su vida, como Sísifo hacia su roca. Pero éste es sólo un momento efímero. Semanas después –ya sea por el granizo, por los mercados, por la mayor cosecha mundial o por el modelo popular y nacional que no lo deja ser competitivo– la roca vuelve a rodar desde lo más alto de la montaña. Sísifo baja y la carga sobre sus hombros para recorrer nuevamente la marcha y asumir así su condena perpetua. Camus analiza la conducta de Sísifo con dureza, trasladándole toda la responsabilidad sobre sus actos: “Si este mito es trágico, lo es porque su protagonista tiene conciencia de lo que está haciendo”.
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