A 230 años de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
Martín Lozada*

El día 27 de agosto de 1789, en Francia, los recién designados diputados aprobaron 17 artículos con el título de Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Sin mencionar ni una sola vez al rey, a la nobleza o a la iglesia, declararon que los “derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre” eran el fundamento de toda forma de gobierno.
Inauguraban así una época en donde el fundamento del poder político ya no estaría más ligado a la voluntad de Dios.
Todo ello fue consecuencia de profundas transformaciones operadas durante los siglos previos, desde el Renacimiento a la revolución científica, y por supuesto, movimiento filosófico de la Ilustración mediante.
Confirieron así la soberanía al pueblo, en vez de al rey, y declararon que todos los hombres -varones y mujeres- eran iguales ante la ley. De ese modo, concedieron oportunidades al talento y al mérito y eliminaron implícitamente todos los privilegios basados en la cuna.
Quedaron entonces plasmadas las tres cualidades de los nuevos derechos: naturales, en tanto inherentes a los seres humanos; iguales, en cuanto idénticos para todos; y universales, válidos en todas partes.
Esa universalidad y naturalidad de los derechos, en realidad, habían adquirido expresión política directa unos años antes, en ocasión de la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776.
Claro está que la universalidad proclamada no lo era tanto. Tan es así que ni los niños, los locos, los presos o los extranjeros fueron, como hoy en día, considerados como incapaces de participar plenamente en los procesos políticos.
Pero también se excluyó a quienes no tenían propiedades, a los esclavos, a los negros libres, a las minorías religiosas en algunos casos y, siempre y en todas partes, a las mujeres.
La historiadora Lynn Hunt, en un formidable libro titulado “La invención de los derechos humanos”, invita a no olvidar las restricciones impuestas a los derechos por determinados hombres del siglo XVIII.
Sin embargo, se encarga de destacar que detenernos ahí y felicitarnos por nuestros progresos relativos significaría no haber entendido lo más importante.
¿Cómo aquellos hombres, que vivían en sociedades edificadas sobre la esclavitud, la subordinación y la sumisión aparentemente natural, pudieron en algún momento considerar como iguales a otros hombres que no se les parecían en nada y, en algunos casos, incluso a las mujeres?
Hace 230 años atrás, en ocasión de la Revolución Francesa, se inauguró una época marcada por la creación de derechos que luego cristalizarían en constituciones nacionales, a la vez que en pactos y tratados internacionales.
A partir de entonces, y hasta el presente, no cesan los activismos tendientes a ampliar y dar vida a esos derechos.
* Doctor en Derecho (UBA) – Profesor titular de la Universidad Nacional Río Negro (UNRN) . Fiscal Jefe de la III Circunscripción judicial.
Martín Lozada*
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