Acorralado… tiempo de cuarentena

El otoño había pintado de ocre al impaciente calendario y las tardes se decoraban cada vez más temprano de color plomizo. Lo bueno fue que ese día el brillante Sol de la siesta fue justo y necesario. También la partida de esa siesta fue realmente justa y necesaria.

Un cuarto para las cuatro de la tarde y te observaba pensando qué vendrá ahora. Mirábamos nuestras pupilas y la tarde pasaba. Ninguno de los dos comentaba algo. Ninguno de los dos se movía. Creo que el mundo no se movía.

Tanto silencio era cortado por algún tema de conversación fuera de lugar como: “Veo tu pelo muy largo” -yo mismo me preguntaba a quién le importa el pelo en este momento-. Te queda mejor más corto”.

La idea era buscar la distracción, buscar la equivocación. Avanzar despacio. Respecto a nosotros, canalizar la tensión mientras pasaba el tiempo, tenía que ver con rascarse la cabeza, mover las manos, morderse las uñas. No era cuestión de tiempo, había que terminar con algo.

El vidrio de la ventana se opacaba con la poca luminosidad de la avanzada tarde y a esa instancia todo lo que me rodeaba no era importante.

Pero la partida, esa situación vivida, no dependía de las cosas que nos rodeaban, sino de nosotros, de nuestra forma de pensar, de nuestra rivalidad.

Los minutos encontraron la noche y mientras miré a través del negro cristal los pocos años que llevas a mi lado pasaron tan rápido como el viento del otoño. Exactamente doce años de imágenes muy claras, muy lindas, con muchos afectos y muchos caprichos. Entonces extendiste tu mano, me miraste fijamente y me lo dijiste: “Papá… ¡jaque mate!”.

Fabricio Fernández

DNI 23.832.218

Neuquén


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