Acuerdo Mercosur-UE: la apertura tan temida

Para el país en su conjunto, el aislacionismo económico imperante ha sido catastrófico, pero con cada año que pasa salir de él se hace más difícil.


Para algunos, entre ellos el presidente Mauricio Macri y quienes lo rodean, el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea que hace una semana se firmó en Bruselas es un triunfo histórico que nos colmará de beneficios al permitir que la Argentina se integre a las zonas más productivas y ricas del planeta. Para otros, que incluyen a los que esperan regresar al poder antes del fin del año, es un desastre descomunal que solo traerá más miseria a un país en que ya sobra.

Tanto los unos como los otros podrían tener razón. No cabe duda de que, siempre y cuando se lo instrumente, el tratado de libre comercio con la UE tendrá un impacto fuerte en la economía local, pero nadie sabe si resultará ser tan positivo como prevén los optimistas.

En principio, la euforia del oficialismo puede justificarse. Escasean los sinceramente convencidos de que el proteccionismo extremo estimula el desarrollo de los países pobres; por el contrario, al privilegiar a los empresarios mediocres contribuye a frenarlo. Con todo, si bien los economistas serios coinciden en que la competencia es buena porque estimula la innovación y la eficiencia, entienden muy bien que sería poco razonable exigirle a una pyme del conurbano bonaerense que apenas logra llegar a fin de mes medirse ya contra las empresas de América del Norte, Europa y Asia oriental.

Para aprovechar las oportunidades que brindaría el mercado de 800 millones de personas que está gestándose, un fabricante modesto necesitará mucho tiempo, tal vez más de los diez o quince años de los que se habla, en que adaptarse, además de dinero, aportes técnicos y la posibilidad de contratar a trabajadores adecuadamente preparados. Intentar hacerlo de golpe sería suicida.

El dilema así supuesto dista de ser nuevo. A través de las décadas, muchos gobiernos han probado suerte ordenando aperturas comerciales limitadas con la esperanza de que las empresas locales reaccionaran modernizándose con la rapidez debida, pero luego de ser acusados de “industricidio” y ver aumentar el desempleo en muchas ciudades, ellos o sus sucesores tuvieron que abandonarlas. Para el país en su conjunto, el aislacionismo económico resultante ha sido catastrófico, pero con cada año que pasa salir de él se hace más difícil.

No es que la Argentina carezca de sectores que son mundialmente competitivos. El campo es tan productivo que asusta a los agricultores franceses que siempre han actuado como aliados de los proteccionistas locales, contribuyendo de tal modo a la depauperación progresiva del país.

También estarían en condiciones de prosperar sin barreras tarifarias la minería y, gracias a Vaca Muerte, las empresas vinculadas con el petróleo y el gas, mientras que los jefes de algunas de servicios se creen capaces de conquistar mercados en el exterior.

Para un país de las dimensiones de la Argentina el modelo proteccionista no funciona. Según el Banco Mundial, a partir de mediados del siglo pasado su desempeño económico ha sido el peor de todos los países no marxistas con la eventual excepción del Congo.

En cambio, a menos que cambien pronto, casi todas las empresas industriales correrían peligro de terminar aplastadas o tragadas por rivales extranjeras.

Una vez más, pues, los encargados de los destinos nacionales tienen que elegir entre el largo plazo y el corto, entre hacer frente ya a los desafíos planteados por la globalización por un lado y, por el otro, continuar tratando de eludirlos. Aunque la segunda opción, la de vivir con lo nuestro sin importar “ni un clavo”, como en una ocasión recomendó Cristina, puede servir para mantener por un rato cierta tranquilidad social, a la larga significaría resignarse a la pobreza cada vez más generalizada, como en efecto ha ocurrido.

Mal que a muchos les pese, para un país de las dimensiones de la Argentina el modelo proteccionista no funciona. Según el Banco Mundial, a partir de mediados del siglo pasado su desempeño económico ha sido el peor de todos los países no marxistas con la eventual excepción del Congo.

El que en dicho período se haya contado entre los más cerrados en términos comerciales no es meramente anecdótico, es a una vez una causa y un síntoma del atraso que ha sufrido.

Desde el punto de vista de una minoría que propende a achicarse cada vez más, seguir administrando la decadencia socioeconómica puede tomarse por una alternativa válida. A muchos políticos, empresarios y otros no les ha ido nada mal y es por lo tanto natural que se opongan a los decididos a emprender reformas estructurales disruptivas.

Desde aquel de la mayoría, empero, el modelo corporativo al que buena parte del país se aferra ha sido nefasto, pero muchos están tan acostumbrados al orden existente que preferirían mantenerlo a arriesgarse en otro muy distinto, razón por la que quienes ofrecen más de lo mismo cuentan con el apoyo de una multitud de pobres que, de haberles tocado vivir en una sociedad más competitiva, disfrutarían de un nivel de vida mucho más alto.


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