Aplazo en política exterior

Entre otras materias bien críticas, el balance del primer año del Frente de Todos muestra también un considerable “rojo” en política exterior, un aplazo que se hace más evidente por las características del gobierno dual de Cristina y Alberto Fernández, en el que la primera es quien parece trazar la estrategia, mientras el segundo se las ingenia para ejecutarla. En ese sentido, la misión que se autoasignó el presidente de reinsertar a la Argentina en el mundo capitalista choca con los intereses de su vice, más propensa a darles prioridad a las amistades bolivarianas que a la necesidad del país de normalizarse para crecer.


Hubo en el año una sucesión de dificultades que debilitaron demasiado a la Cancillería, resorte estratégico que debería asegurar una relación fluida, pragmática y eficiente con todo el mundo que ayude, entre otras cosas, a recuperar reservas. No fue un año fácil y es verdad que la pandemia deja al mundo muy golpeado y que el flujo comercial o el de las inversiones internacionales apostó a lo seguro, pero también es cierto que la Argentina sigue siendo un país imprevisible y, por eso, queda siempre relegado a la hora de considerarlo confiable, por más que se esmeren los ministros Martín Guzmán y Felipe Solá.


La manifestación más evidente de lo errático del área ha sido el notorio abandono de la relación con Brasil, a partir de una cuestión ideológica que enfrenta a sus gobernantes. La tarea del embajador Daniel Scioli apunta a tratar de conseguir que la balanza comercial deje de ser deficitaria y que el vecino vuelva ser el principal socio del país, más allá de haber gestionado la primera charla de ambos presidentes.


Producto de la improvisación, ese mismo día hubo un episodio que marca el mal momento de la diplomacia argentina, ya que Solá llegó tarde a una comunicación con el presidente electo de los EE. UU., Joe Biden, y, como si hubiese estado presente, inventó dichos sobre el representante de ese país en el FMI. Hasta recibió un reto presidencial por ello.


En cuanto a Jair Bolsonaro, habrá que ver cuánto tiempo se sostiene el acercamiento, ya que está siempre en la mira del Instituto Patria por sus políticas de “derecha”, y el brasileño es a su vez crítico de la presencia argentina en el Grupo de Puebla. Este foro político y académico integrado por representantes de la “izquierda” iberoamericana, que contribuyó a fundar el presidente argentino, acaba de respaldar con una declaración de apoyo el resultado de las elecciones que convocó Nicolás Maduro el domingo pasado.

Solá llegó tarde a una comunicación con el presidente electo de los EE. UU., Joe Biden, y, como si hubiese estado presente, inventó dichos sobre el representante de ese país en el FMI. Hasta recibió un reto presidencial por ello.


Justamente, el caso Venezuela ha sido el eslabón más visible del doble comando del servicio exterior. Sobre la cuestión de los derechos humanos que denunció gravemente la ONU a través de Michelle Bachelet, la Argentina votó en octubre una declaración en la que instaba al régimen de Maduro a atender esas denuncias y eso desató una hecatombe interna. En protesta, la designada embajadora en Rusia y exrepresentante argentina en Venezuela, Alicia Castro, renunció a ocupar su nuevo destino diplomático porque “lamentaba mucho” la decisión del Gobierno de respaldar con su voto el informe de la socialista Bachelet.

El zigzagueo fue aún más notorio porque unos días antes el embajador argentino ante la OEA, Carlos Raimundi, se abstuvo de votar una condena y ahora, tras las elecciones de la semana pasada, la Argentina primero no emitió comunicación alguna sobre qué piensa el país de un acto eleccionario definido de “fraudulento” por los EE. UU., el grueso de la Unión Europea y 17 países de América latina y luego se abstuvo nuevamente en la OEA.


La Cancillería es un resorte vital para los países no sólo desde una diplomacia coherente y ordenada, sino también desde el comercio exterior, pues a través suyo se empuja la apertura y la ampliación de mercados, clave para promover y colocar productos, sobre todo los de las economías regionales.


Se suele decir que los países no tienen amigos ni enemigos, sino intereses que defender para generar crecimiento y desarrollo sostenido, y es eso justamente lo que ha dejado de lado la diversidad de ideologías que se entrecruzan dentro de un mismo gobierno como factor disruptivo que perfora la eficiencia de todo el servicio exterior.


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