Benjamin Rumford: El traidor que se hizo conde
Nacido en Massachusetts, Estados Unidos, su vida fue digna de una novela de intrigas. Como científico produjo resultados sólidos y confiables e, incluso, instauró una medalla con su nombre y que aún hoy se da a investigaciones sobre la luz o el calor, los temas que más le interesaban.
Los hombres de ciencia suelen ser personas con vidas privadas aburridas y tranquilas, con alguna pequeña excentricidad a lo sumo, pero raramente con historias de pasión, ambición y traiciones como es común en las biografías de Reyes, Emperadores o Revolucionarios. El conde Rumford es la excepción que confirma la regla. Rumford no recibió su título de Conde por herencia. Había nacido en la colonia de Massachusetts, cuando este territorio norteamericano todavía era dominio inglés y fue bautizado Benjamín Thompson. Sus padres eran granjeros y su condición económica era modesta, pero Benjamín la mejoró casándose con una rica viuda, y pudo dedicarse a mejorar su educación, ya que era una persona inteligente y curiosa. Cuando estalló la guerra de Independencia norteamericana, Thompson se enroló con los rebeldes, pero actuaba como espía del rey inglés. Siendo hombre lúcido adivinó bien el desenlace de la guerra y antes de la derrota británica consiguió huir a Inglaterra. Gozó del favor real por algunos años, se dedicó a la ciencia y también trabajó en los polvorines reales. La industria armamentista empezaba a ser generosa para la ciencia en esa época. Pero el idilio inglés de Thompson no duró. De nuevo entró la traición en su vida, y fue acusado de vender secretos navales a los franceses. No quedó clara su posición y Thompson prefirió poner distancia y se las arregló para ser contratado en Baviera, que en ese momento todavía era un Reino independiente. Allí parece que nuevamente pasaba información secreta a los ingleses. Le fue bien con su nuevo empleo. Se ocupó de crear un hermoso parque en la capital del reino, Munich, que todavía existe. También se puso a organizar eficientemente el ejército y trabajó en otras ramas de la industria de guerra como la fabricación de cañones. Una de sus brillantes ideas fue la de reclutar a la fuerza a todos los mendigos que había en Munich y ponerlos a fabricar uniformes para el ejército. Los mendigos estaban auto-organizados en una agrupación bastante poderosa, por lo que Thompson complementó la coerción con buenas condiciones de trabajo en las fábricas y recompensa económica adecuada por el trabajo. En esto unía lo práctico con sus ideales de orden y eficiencia, ideales que también nutrían su interés por la ciencia. La fábrica de uniformes fue tan exitosa que pronto consiguió contratos para equipar a ejércitos en otros países. En agradecimiento, el rey de Baviera le dio título de nobleza y Thompson eligió llamarse Conde Rumford. Traidor a los independentistas de su patria, adoptó nostálgicamente el nombre de la aldea de Rumford en Massachusetts, donde había vivido de joven. Era una personalidad compleja sin duda. Político oportunista y muy poco de fiar, sin embargo como científico produjo resultados sólidos y confiables. Se le deben una serie de invenciones, en iluminación, estufas eficientes y cocinas mejoradas. Fue pionero en diseñar cocinas cerradas, con tapa de hierro y horno incorporado que funcionaban a leña por supuesto. Nuestras abuelas la llamaban la “cocina económica”. Hoy lo vemos como un diseño obsoleto, pero antes de eso se cocinaba en fuegos abiertos, los hornos para pan eran aparte, como los de barro del folklore y con eso se gastaba mucho más combustible. Mejorar estos aparatos del hogar usando principios científicos estaba de moda. Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, contemporáneo y compatriota de Rumford también fabricó estufas y hogares a leña más eficientes. Compartían el interés por la ciencia, aunque ideológicamente el republicano Franklin era lo opuesto del aristocratizado Conde Rumford. Rumford fue pionero en proponer que el calor es una forma de energía. Se pensaba que el calor era una substancia de tipo material llamada calórico, pero Rumford se persuadió de lo contrario en sus trabajos para el rey de Baviera cuando vio que se producía calor ilimitado al fabricar cañones. En este proceso se fundía un gran cilindro de bronce, que después se perforaba con un enorme torno movido por caballos. La fricción del aparato generaba tanto calor que había que enfriar el cañón con mucha agua, lo cual llevó a Rumford a pensar que el trabajo se convertía en calor. Observó que mientras trabajaban los caballos, se generaba calor sin límite y dejaba de generarse si los caballos se detenían. Por eso asoció el calor con la energía suministrada. Este resultado es correcto, y puede decirse que con Rumford comenzó la muerte del calórico. Fue necesario más trabajo para confirmar al calor como forma de energía, pero esta contribución pionera fue un aporte científico de enorme importancia para la incipiente ciencia básica de la termodinámica. De Baviera el conde volvió a Inglaterra, y con la fortuna obtenida de su estancia en Munich aportó cinco mil libras, una buena suma en la época, para que se instaurara la medalla Rumford. Este premio se da cada dos años a trabajos científicos sobre la luz o el calor, los temas que más interesaban al mecenas. El premio tiene una sección inglesa y una norteamericana, y se sigue dando. A lo largo de su historia ha tenido ganadores verdaderamente ilustres. Otra contribución de Rumford al progreso de la ciencia fue participar en la fundación de la Royal Institution de Londres, la primera organización dedicada puramente a la investigación científica. En 1804 Rumford abandonó Londres para siempre y se afincó en París. Allí reanudó una amistad con Anne Marie Lavoisier, viuda del químico Antoine Lavoisier que había sido guillotinado en la Revolución Francesa. Anne Marie había acompañado a su marido Antoine entusiastamente en el estudio de la química, y estaba redactando un compendio del trabajo que habían realizado juntos y no habían alcanzado a publicar. También realizaba reuniones en su casa, a las que acudían personalidades científicas o literarias. Un visitante inglés resaltaba “la belleza de la anfitriona, la buena mesa pero sobre todo la brillante conversación de Mme. Lavoisier”. Coincidían en su afición científica, y después de un cortejo largo, se casaron. Anne Marie no quiso abandonar su anterior apellido, y Rumford aceptó que su nombre fuera Anne Marie Lavoisier de Rumford. No eran jovencitos y los dos tenían inteligencia sobrada y amplia experiencia del mundo pero eso no alcanzó para que el matrimonio funcionara. Así como Anne Marie era sociable y reunía gente en su casa, Rumford era solitario y prefería trabajar solo. Nunca llegaron a formar equipo, Anne Marie nunca trabajó con Rumford como había hecho con Lavoisier. Luego de una tormentosa relación, y de común acuerdo, decidieron separarse. Después de esto, Rumford se mudó a las afueras de París, y vivió sus últimos años junto a su hija norteamericana. Desde que huyó a Londres nunca volvió a ver a su primera mujer, que quedó en las ex-colonias. Fue recién después de quedar viudo que se acordó de la hija de ambos, llamándola a su lado en Europa. En realidad, nunca se atrevió a volver a su tierra natal, por si alguien desenterraba su pasado como espía del Rey. Sinvergüenza político, espía inglés, trepador y autoritario, así era Benjamín Thompson, conde de Rumford. Pensador original, fundador de instituciones científicas, inventor y científico brillante, así era el conde Rumford, Benjamín Thompson. Ambas personalidades se apagaron un día de 1814 en su casa cercana a París, y en su testamento el científico legó la fortuna que había ganado el político a la Royal Institution. (*) Doctor en Física, trabaja en el Centro Atómico Bariloche y es profesor en el Instituto Balseiro
javier luzuriaga (*)
Retrato de Benjamin Thompson, conde de Rumford.
Arriba, cocina de leña con fuego abierto, lo normal en la epoca. Abajo, diseño de Rumford, que se usó hasta que quedó obsoleto por el gas y la electricidad.
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