Chirac, vacilante y sin receta

por: HANNS-JOCHEN KAFFSCK

Se mostró inquieto, cansado y estresado. Antes de la duodécima noche consecutiva de disturbios con imágenes similares a las de una guerra civil dando la vuelta al mundo, Jacques Chirac, de 72 años, salió de la reserva, al menos un poco. Su largo silencio respecto a los disturbios provocados por jóvenes vándalos en los suburbios había irritado a sus correligionarios y vino de maravillas a sus adversarios políticos.

Cuando el presidente finalmente tomó la palabra el domingo por la noche, después de recibir presiones desde muchos lados, se esforzó por realizar una comparecencia decidida. Sin embargo, no presentó una receta para combatir el caos.

«El restablecimiento de la seguridad y el orden público» es la absoluta prioridad, intentó dejar claro el presidente.

Sólo entonces se podría hablar sobre el respeto a cada individuo, la justicia y la igualdad de oportunidades. «La ley debe tener la última palabra. Aquellos que quieren sembrar la violencia y el miedo serán arrestados, llevados ante el juez y castigados». Es decir, no una de cal y una de arena, como es habitual, sino primero la calma en el país y luego -quizás- una compensación social.

La oposición socialista califico la aparición en televisión de «malgasto de tiempo» plagado de tópicos, mientras el país necesita aún actuaciones urgentes. Para los comunistas, el políticamente debilitado Chirac sencillamente no reconoce los signos de los tiempos actuales. «¿Quién es el capitán a bordo y qué rumbo toma en la grave crisis?» Esta pregunta fue formulada incluso por el diputado conservador Nicolas Dupont-Aignan hace unos días, cuando Chirac permanecía «extrañamente mudo». «¿A qué espera el presidente, por qué no viene aquí donde estamos?»

Jóvenes y comprometidos trabajadores sociales y también sindicalistas como Mustafa de Blanc Mesnil quieren ver al jefe de Estado en los amenazados barrios conflictivos. «Aquí necesitaríamos a un Charles de Gaulle, pero todo esto le quedó grande a Chirac».

El Estado hace demasiadas promesas que no son cumplidas, opina Mustafa. Y a ello hay que sumar todos los discursos autocomplacientes. Después de que Chirac no les diera motivos de esperanza, vuelven a esperar otra vez, quizás, a lo que el primer ministro Dominque de Villepin quería repartir como «tranquilizantes» sociales. Al fin y al cabo, desde que se desencadenara la dramática crisis, el presidente habla cada día diez o doce veces con su fiel jefe de gobierno con el fin de encontrar una salida a este desastre. Un año y medio antes de las elecciones presidenciales, Chirac está a punto de caer en un peligroso remolino de problemas sociales. Las consecuencias políticas podrían ser enormes. (DPA)

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