Por qué observan más a los abejorros y a las vaquitas de San Antonio

Son iniciativas de ciencia ciudadana en Bariloche. Las organizaron investigadoras de un instituto del Conicet y la Universidad Nacional del Comahue. La gente participa a través del envío de fotos de los insectos que observa desde toda la Argentina

El trabajo de hacer ciencia y generar nuevos conocimiento ya no solo un campo de las científicas y los científicos profesionales. La comunidad también puede colaborar, y desde Bariloche se llevan a cabo iniciativas de “ciencia ciudadana” en las que participan personas desde todos los rincones de la Argentina. Están ayudando a saber dónde viven abejorros y vaquitas de San Antonio.

Cada vez más investigadores apelan a la herramienta de “ciencia ciudadana” para “abrir el juego” e integrar a personas comunes que tienen curiosidad e interés en la observación. Se suman como voluntarios en la fase de recolección de datos y en definitiva en la producción de conocimiento. Según lo demande el diseño del proyecto, los colaboradores espontáneos se integran a través de una red cuyo tamaño y distribución geográfica les sería imposible de cubrir a los propios investigadores.

La doctora en biología Marina Arbetman trabaja en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medioambiente (INIBIOMA), del Conicet y la Universidad Nacional del Comahue. Impulsó el proyecto “Ví un abejorro”, que en menos de un año recibió más de 600 reportes de todo el país, con descripciones y fotos de avistajes.

Se busca monitorear el retroceso del abejorro nativo de la Patagonia, más conocido como mangangá. Este insecto perdió presencia de manera visible en las últimas dos décadas al ser amenazado por la expansión de abejorros europeos que fueron introducidos para promover la polinización de cultivos en el territorio argentino.

En una página web de atractivo diseño (https://www.abejorros.ar/) es posible encontrar detalles de la iniciativa de ciencia ciudadana sobre el abejorro, un formulario estandarizado para los reportes y las vías a las que pueden apelar los interesados para informar sobre avistajes en cualquier punto del país. La recomendación para los informantes es que incluyan fecha, hora y lugar con coordenadas, y muchos agregan fotos tomadas con celular. Las nuevas tecnologías y la familiaridad en el uso de las redes sociales fueron obviamente el disparador principal para las iniciativas de ciencia ciudadana, contó Arbetman.

“Pensamos que iba a haber menos interés, pero la respuesta fue muy buena -dijo la investigadora a RIO NEGRO- Y justamente por ser tan masivo hay algunos reportes que se desvían del objeto, nos mandan fotos de abejas, avispas, moscas, un poco de todo. No todo bicho peludo es un abejorro. Pero aun así sirve mucho para el ida y vuelta de preguntas. La gente quiere saber qué vamos a hacer con los datos y cómo van los mapeos”.

Mientras tanto, otro proyecto similar está enfocado en la popular y abundante vaquita de San Antonio. Está encabezado por Victoria Werenkraut, también doctora en biología de la UNCo y del instituto INIBIOMA. Su propósito es estudiar la diversidad y distribución de las vaquitas. Existen más de 200 especies en la Argentina. La idea es comprobar hasta qué punto las vaquitas están amenazadas por la deforestación, los “cambios de uso de la tierra”, y el avance de una variedad introducida (la vaquita asiática multicolor), que amenaza la biodiversidad nativa.

En la página en Internet (proyectovaquitas.com.ar), se explica que las vaquitas de San Antonio sirven como un control natural de los pulgones y otras plagas. Con los voluntarios que se suman al proyecto, se intenta conocer con precisión la distribución geográfica y las tendencias de “pérdida/aumento” de población. Todo servirá para desarrollar programas de conservación.

Werenkraut detalló que la convocatoria centrada en las vaquitas de San Antonio tuvo mucho eco y el equipo de investigación puso un énfasis especial en ofrecer “distintas vías para que la gente se entere y se sume, con notas de difusión, mensajes por redes, por mail, el envío de ´flyers´, abrir contactos con la mayor amplitud posible”.

Puso como ejemplo el envío reciente de material a la Universidad Nacional de Tucumán para que conozca el proyecto Vaquitas y lo difunda por todos los ámbitos a su alcance. La idea es fomentarlo allí donde han surgido menos registros hasta ahora, como Formosa, Chaco, Santiago del Estero o La Rioja”.

La investigadora dijo que “la repercusión funcionó” y reciben entre 25 y 50 registros por semana, y hasta 3.000 por año. “La interacción con la gente es muy fuerte -aseguró-. Hay participantes de todas las edades”.

Las posibilidades de la ciencia ciudadana son amplísimas y se pueden adaptar “a un montón de preguntas, de distinto diseño”, subrayó Arbetman. “Saber dónde la gente está observando sirve de mucho” y los investigadores encuentran “un plus interesante en la cuestión educativa: que haya más personas en condiciones de distinguir una especie, en reconocer una diversidad que hasta ahora no estaba mirando”.

Werenkraut trabaja desde 2018 con ciencia ciudadana. Aclaró que “hay un debate con el nombre, algunos proponen llamarla ciencia participativa o comunitaria”, aunque el concepto es el mismo: involucrar a personas ajenas al mundo científico en investigaciones que necesitan trabajos de campo a gran escala. En los Estados Unidos se produjo el impulso inicial, hace al menos una década. En la Argentina existen no menos de 200 proyectos que emplean la ciencia participativa, en distintas modalidades.

Arbetman dijo que a nivel local no existe discusión sobre el nombre, pero sí en Estados Unidos, porque hay cierta polémica con el concepto de “ciudadano”, que es limitativo y deja afuera a quienes son habitantes “sin papeles”.


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