Comunicación: el gran desafío para padres e hijos

Cambian los tiempos y las generaciones, pero las relaciones siguen necesitando de ese condimento excepcional que es la posibilidad de decir, de emocionarse y de sentir. La psicopedagoga cipoleña hace un viaje en el tiempo para ver qué cambió y qé se puede hacer.

Laura Collavini
www.fundacionlauracollavini.org

Hacía mucho frío a la mañana…
Nos envolvían miles de telas entre camisetas, chalecos, camisa blanca, pulóver azul.
Las niñas deben usar polleras, así son buenas niñas. ¡Ellas llevan pollera azul tableada con medias y zapatos marrones, corbata roja al tono!
¡Pero disimulaban bien el insulto a la elegancia gracias a sus guardapolvos blancos! Era difícil ponerse el blazer con tanta ropa abajo, más complejos eran los movimientos.
¡Allá nos veían! De menor a mayor todas las niñas formadas en forma prolija ¿Tal vez para recordar que lo más importante son las cabezas que se ven? ¡Vaya a saber…no se podía preguntar mucho, lo mejor era estar calladitas y obedecer!
Tiempos raros, complejos, peligrosos. Esos fueron los tiempos de nuestra infancia.
Nadie nos inculcó la posibilidad de cuestionar. Recuerdo que en año 83 una docente nos invitó a preguntar, a cuestionar. Nos dijo que los momentos difíciles y de represión habían pasado y ahora éramos libres. Y el curso quedó en silencio. Ya no sabíamos qué cuestionar ni cómo se hacía. Esa lección no había estado en ningún libro.
Nuestras infancias habrán transcurrido entre murmullos extraños, sospechas y cosas que no debían decirse muy fuerte.
En medio de todo esto nuestras familias con sus realidades. Ni los niños y aún menos las niñas deben tener sensaciones sexuales ni hacer preguntas en relación al tema. No se decía, pero ni hacía falta. Las paredes transpiraban esa idea. La información circulaba en secreto y en reuniones de amigas donde la que traía la novedad era la más popular.
¡Pero por suerte la campana del recreo no dejaba de sonar! Eran 3 los momentos en la mañana donde el patio gigante y frío se llenaba de gritos y corridas.


Será que la distancia en el tiempo marca lo trascendente y lo coloca en un sitio admirado. Será que vemos con los ojos de madre la importancia invalorable de la infancia.
Será que necesitamos buscarnos para rescatar nuestra infancia, y rearmar una nueva para ellos. Para que puedan cuestionar con un poco más de libertad y con la posibilidad y certeza absoluta que todo esfuerzo vale la pena. Para que puedan diferenciar que la obediencia no es lo mismo que respeto; es un objetivo que no debimos rendir, no existía en los programas. Así es que tenemos que ser autodidactas para transmitirlo.

Y si recuerdo, y tengo que contestar si era consciente de las sensaciones que tenía, la verdad es que debo contestar que no. Que las emociones malas, las sencillas de peleas con compañeras las dejaba pasar y trataba de olvidar porque no sabía muy bien qué hacer con ellas. Lo fui aprendiendo de grande, pero recién llegada la adultez. Cómo es esto de sentir y poner en palabras lo que siento para que me ayude a mí y para no lastimar a nadie, o simplemente para ser clara con mi expresión.
Es que creemos que la tenemos clara comunicándonos y somos zoquetes que no resolvemos una oración coherente. No digo que somos todos ignorantes culturales, sino emocionales. Hago referencia a la forma tan compleja de mostrar las emociones. Damos vueltas con una gestualidad corporal que grita mientras nuestros labios no se mueven.

Playful boy and two girls skipping on elastic jumping rope in playground in park


Si le preguntamos a cualquiera: ¿Considerás que la comunicación entre padres e hijos es importante?, seguramente la respuesta va a ser sí. Si le preguntamos ¿Considerás que te comunicás con tus hijos? En su gran mayoría dirán sí. Si le preguntamos a los chic@s en relación a la comunicación con sus padres, la respuesta tal vez cambie… ¿Por qué? Porque los conceptos que tenemos son diferentes. Lo que suponemos que el otro necesita y lo que nosotros como adultos y padres necesitamos.
¿Qué nos preocupa como padres? Que estén bien, que no se metan en líos, que si tienen un problema puedan recurrir a nosotros para que los ayudemos;que puedan desenvolverse solos e independizarse cuando sea el momento. Más o menos podemos escuchar que a todos nos pasa esto.
La pregunta del millón es: ¿Cómo se logra? ¿Es suficiente?
Admito que amo cada generación nueva. Porque a diferencia de los que muchos consideran, no creo que los tiempos de antes hayan sido siempre mejores. De ninguna manera.


De mi infancia obviamente extraño la libertad de andar por la calle y poder jugar a cualquier hora, casi sin peligros. Aunque estaba el peligro del hombre de la bolsa, ese sr. Inexistente que ponía en la bolsa a los niñ@s que se portaban mal. Es decir, analicemos esta implicancia en la comunicación: El temor a que un extraño nos secuestre por ser niñ@s regía nuestra conducta. ¿Se entendió? El temor o miedo en muchos casos anulaba el razonamiento de la socialización.
Recuerdo cuántas veces me callaban y me decían al oído amorosamente: “Shhh, ahora no que están hablando los grandes”. Yo obedecía, pero mi rebeldía crecía por dentro. En ese momento se le decía rebeldía al hecho de no estar de acuerdo con las normas dadas a las que sólo podíamos obedecer. Todo el resto era rebeldía. Y mi “rebeldía” no era más que el simple “No estoy de acuerdo”. Pero claro, decir eso era casi un insulto. Obviamente cuando mi adolescencia avanzó llené de reproches y cuestionamientos a cada palabra que deseaban callarme y era cierto que contestaba mal, era cierto que jugaba con ironías.
Si cuento todo esto es porque sé que muchos tuvieron historias similares o simplemente todos y cada uno podemos aportar desde nuestra experiencia los modos de comunicación vivenciados que se transformaron en modos de vinculación y resolución de conflictos.
Decimos con frecuencia que nos comunicamos porque intercambiamos información diaria, porque tenemos acceso a la información por WhatsApp y videollamada. Eso no es necesariamente comunicación. Es control. Calma ansiedad.


Me gusta ver la comunicación como una danza fluida en la que podemos compartir momentos, palabras, silencios y que sin pensarlo charlamos de las emociones, sin preámbulos ni sofisticación. Con la naturaleza de sabernos humanos, con miradas diferentes de la vida. No quiero decir que debemos permitir cualquier cosa. No estoy de acuerdo con que padres e hijos sean amigos. No. No es posible. ¿Por qué? Porque las relaciones de amistad suponen una simetría. Los padres están para organizar y enmarcar (que no es marcar) y los hij@s con esa garantía pueden crecer. Si nos ponemos en el mismo lugar… ¿Quién los guía? Se quedan solos.
Confundimos buena relación con amistad. A un amigo no le vamos a decir qué hora vas a volver, ni le vamos a enseñar a hacer galletitas, ni les cambiamos los pañales.


La forma de comunicarnos cambia en relación al contexto que vivimos. Este tema sin duda es muy extenso y no podremos abordarlo con profundidad en unas pocas líneas. Pero bien vale el puntapié para pensarnos, re pensarnos, cuestionarnos y mirarnos constantemente. En aquello que decimos y hacemos, en nuestras coherencias e incoherencias. En lo dicho y supuesto. En lo dicho y lo secreto, en cada instancia hay una consecuencia. No es que sea necesariamente mala o buena. Solo debemos saber que hay consecuencias y que es un círculo que puede ser virtuoso si le ofrecemos la importancia que merece.


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