Coronavirus: Una crisis centrífuga


Es tanto el miedo al Covid-19 que la metodología china para enfrentarlo ha sido adoptada por casi todos los países democráticos, a veces de mala gana pero en otras con entusiasmo.


Es paradójico. Tanto aquí como en el resto del planeta, dirigentes de todos los tintes políticos nos exhortan a cerrar filas y mantenernos unidos frente al coronavirus alejándonos de los demás porque cualquier vecino, aun cuando se trate de un pariente cercano, podría ser portador de la muerte. Por primera vez en la edad moderna, solidaridad supone la voluntad de aislarse. Instituciones antes respetadas, como la de la familia extendida que en países pobres ayuda a compensar por las deficiencias de los servicios públicos, son consideradas antisociales.

En el mundo entero, se ha puesto en marcha un gigantesco experimento de resultados inciertos. Algunos dicen que la irrupción de Covid-19, el más reciente de una serie de minúsculos asesinos que se burlan de la ciencia humana, mutando a cada rato para superar las defensas que se han erigido para acorralarlos, ha cambiado todo, que en adelante nada será igual.

Otros lo dudan; al fin y al cabo, la especie ha sobrevivido a catástrofes mucho más graves que la prevista sin modificar demasiado su comportamiento. Acaso con optimismo, prevén que la “nueva normalidad” se asemeje bastante a la de antes.

Por ahora cuando menos, los optimistas no incluyen a quienes creían que la globalización serviría para que los distintos pueblos superaran sus diferencias para formar una auténtica comunidad mundial. Como no pudo ser de otra manera, se sienten consternados por la reacción inmediata de los gobiernos que, con contadas excepciones, ordenaron el cierre de las fronteras.

No vacilaron en hacerlo los países que conforman la Unión Europea, asestando así un golpe durísimo a la idea de que en adelante sus miembros debieran acostumbrarse a prestar más atención a las órdenes emitidas desde Bruselas que a las de sus propios gobiernos nacionales. Para sorpresa de nadie, líderes políticos habitualmente calificados de “ultraderechistas”, personajes como el italiano Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán y los españoles de Vox, que quieren “repatriar la soberanía” cedida a Bruselas por los creyentes en “más Europa”, están frotándose las manos con la expectativa de conseguir aún más apoyo de lo que ya tenían antes de la llegada del virus.

En Estados Unidos está celebrándose un debate vigoroso entre los que culpan al régimen chino por el desastre y los impresionados por los métodos drásticos que finalmente adoptó para contenerlo.

Además de practicar los distintos países su propia forma de “distanciamiento social”, en muchos, entre ellos la Argentina, están haciendo lo mismo provincias y municipalidades. Aquí algunas, como Ezeiza, se defienden contra los de afuera con barreras físicas, otras, como las de la costa bonaerense, lo hacen con retenes policiales. Para inmovilizar a la población como quieren el gobierno, el grueso de la oposición y, según parece, una amplia mayoría ciudadana, tales medidas tienen cierta lógica, pero las actitudes que reflejan, como la falta de confianza de los intendentes en las autoridades provinciales y éstas en las nacionales, no carecen de connotaciones inquietantes. Por desgracia, ante una emergencia como la que nos ha tocado, la autarquía no es una solución.

En Estados Unidos, está celebrándose un debate vigoroso entre los que culpan al régimen chino por el desastre por haber tratado de ocultar lo que sucedía en Wuhan, de tal modo permitiendo que el virus proliferara, y los impresionados por los métodos drásticos que finalmente adoptó para contenerlo.

Aquéllos comparan lo ocurrido con Chernobyl, la catástrofe nuclear que, al mostrar lo que podría suceder cuando un régimen se niega tozudamente a decir la verdad, terminó desprestigiando tanto al régimen comunista que, algunos años más tarde, la Unión Soviética se desintegró. Éstos señalan que, si bien una dictadura, sobre todo una como la china que ha construido un aparato de control que hubieran envidiado Stalin, Hitler y muchos otros tiranos totalitarios, puede cometer errores gruesos, a la hora de actuar resultará ser mucho más eficaz que un gobierno que tiene que preocuparse por los derechos individuales.

Es tanto el miedo provocado por el Covid-19 que la metodología china para enfrentarlo ha sido adoptada por casi todos los países democráticos, a veces de mala gana pero en ciertas localidades con entusiasmo evidente.

Pues bien; en China ya es rutinario que el Estado vigile minuciosamente a la gente para que obedezca las reglas y, como suele suceder en sociedades autoritarias, aproveche las denuncias formuladas por vecinos que en ocasiones sólo querrán saldar cuentas personales.

Puede que no sea cuestión de más que una fase relativamente breve, pero al instalarse el temor a que en cualquier momento un virus aún más letal pudiera ponerse en circulación, muchos gobiernos se sentirán constreñidos a mejorar los sistemas de control que han improvisado, acercándose así al modelo chino.


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