La rionegrina que fue a buscar sus orígenes a los pueblos forestales de Santa Fe

Natalia Grossenbacher viaja al norte de Santa Fe a tratar de entender qué pasó con su familia cuando esas tierras eran de la compañía británica La Forestal, "un estado dentro del estado". El resultado es un libro: “Santa Fe era una bota”.

Cuando la rionegrina Natalia Grossenbacher descubrió la historia de La Forestal, no solo encontró un episodio poco transitado de la historia argentina: encontró su propia genealogía. Su libro, “Santa Fe era una bota” es una crónica íntima y documental que reconstruye el pasado de su familia en los pueblos forestales que, durante más de medio siglo, fueron propiedad de una empresa británica. “Es la historia de un silenciamiento”, dice.


La Forestal fue una compañía de origen británico que operó entre fines del siglo XIX y mediados del XX en el norte de Santa Fe y el sur del Chaco argentino. Su actividad principal fue la explotación del quebracho colorado, un árbol valioso por su madera y su alto contenido de tanino, utilizado en la industria del cuero. Fundó cerca de 40 pueblos, con ferrocarriles propios (más de 400 km de vías) y unas 30 fábricas de tanino. Funcionaba como un “estado dentro del Estado”: acuñó su propia moneda, que los trabajadores debían usar en almacenes de la empresa, organizó la vida social y económica. La historia incluye las luchas obreras, que después de la gran huelga de 1919 fueron aplastadas por el lock-out patronal (1920) y la Gendarmería Volante (una rama del ejército financiada por la empresa) que tras un enfrentamiento armado con un grupo de trabajadores persiguió y mató a unos 600 huelguistas en la espesura del monte en 1921.

Natalia Grossenbacher, escritora y periodista.


Grossenbacher vive en Roca, Río Negro, a más de 1300 kilómetros de los “pueblos forestales”. Pero su historia familiar está profundamente ligada a aquella región. El disparador fue la lectura de “La Forestal: tragedia del quebracho colorado”, un ensayo publicado en 1965 por el escritor y periodista santafesino Gastón Gori, cuando la empresa aún ocupaba territorio argentino. “Encontré ahí lo que se contaba en mi familia, aunque nunca, en los relatos familiares, había escuchado hablar de La Forestal”, cuenta Grossenbacher.


“Santa Fe era una bota” su libro (editado por Bex Patagonia), es una crónica íntima y documental que reconstruye ese pasado silenciado. “Siempre se analiza la historia del Estado, pero ahí no existía el Estado. Gori lo llamó feudo. Un feudo que duró más de medio siglo en nuestro país.”

Tapa y contratapa del libro editado por Bex Patagonia.


El libro nació de un impulso: el deseo de comprender una historia familiar que parecía fragmentada, dispersa. Grossenbacher emprendió sola un recorrido por los pueblos forestales -La Gallareta, Tartagal, Villa Ana y Villa Guillermina-, cargada de libros, cuadernos y cámara de fotos. “Necesitaba visitar ese escenario”, dice. En el camino, los relatos heredados comenzaron a adquirir forma. “Empecé a atar los relatos familiares con esa historia. Y me impactó también la poca consciencia que tenían de esa historia que los trascendía.”


La Forestal se retiró en los años 60, dejando pueblos desmantelados, desertificación y un legado de silencios.

Una de las fábricas abandonadas en La Gallareta (gentileza Natalia Grossenbacher)


“Encontré mucho, pero los grandes agujeros de esta historia te limitan también”, reflexiona Grossenbacher. Es que la empresa destruyó documentos, vías férreas, registros médicos. “Mi tío había sido abandonado por el sistema de salud y los médicos, pero me llevé una gran sorpresa cuando vi que ese hospital era de La Forestal y que el médico era empleado de la empresa. La otra sorpresa fue saber que mi familia no había migrado, como decisión individual, sino que fue parte de un éxodo masivo”, dice.
“Fue muy fuerte saber que mi historia venía de ese contexto, porque los entornos en los que nos desarrollamos, incluso sus espacios físicos, nos constituyen, dan forma a nuestra identidad y a la subjetividad. Empecé a atar los relatos familiares con esa historia. Empecé a hablar con mi familia de La Forestal. Empecé a entender un montón de cosas de nosotros como familia”.

Me resultó muy claro cómo nuestra historia familiar explicaba algo más global, incluso algo más que este fragmento de la historia argentina”

Grossenbacher.


La pregunta que atraviesa el texto -¿qué nos pasa cuando no tenemos palabras o datos para contar nuestra historia?- se vuelve eje de una reflexión sobre la memoria colectiva. “Pude ubicar en su escenario los relatos familiares, de mi padre, tíos y abuelos. Eso me conmovió mucho. Me encontré con parecidos entre la historia de estos pueblos y la de mi familia. Por ejemplo, en mi familia el encuentro se celebra. La posibilidad de estar juntos es sagrada, se respeta. Ese apego lo vi también allá porque la gente se tuvo que desparramar en muchos puntos del país luego de salir de los dominios de La Forestal. Allá también el reencuentro se añora muchísimo”, cuenta.

Natalia, de pie ante la enorme chimenea de la fábrica de Villa Ana.


Uno de los temas centrales del libro es el éxodo silencioso que siguió al colapso del modelo forestal. “Mis familiares nunca hablaron de éxodo, pero me contaban que todos los días salía alguna familia con un carro cargado de cosas.” Grossenbacher señala que los estudios sobre La Forestal suelen centrarse en los pueblos que quedaron, pero hay miles de testimonios dispersos en todo el país.

Libreta que usaban los empleados para retirar comida de los almacenes de La Forestal.


Grossenbacher no elude la complejidad del relato. “Hay gente que vivió bien con La Forestal, porque tenían cierta jerarquía en la empresa. Era un número muy bajo en relación con los hacheros del monte y los obreros de baja categoría. Y en una época, después de las masacres que se dieron entre el 19 y el 21, la empresa llevó adelante muchas políticas de bienestar social, creó escuelas, clubes sociales, eventos sociales para las familias que vivían en los pueblos, tenían servicios que no eran comunes en los pueblos del interior, como cloacas, teléfono. Esa porción de la población defiende a la empresa y recuerda muy bien su niñez de aquellas épocas. Entonces hay una puja. Porque después está la otra parte: el trabajo cuasi esclavo y la ciudadanía sin ningún tipo de derechos, la desaparición de gente, las masacres, la pobreza extrema, los que no accedían a ninguno de esos servicios, como mi familia”, dice.


“Santa Fe era una bota” se puede leer como un ensayo, como una biografía, como una crónica de viaje. También como un viaje silenciado al que ahora se le pone palabras.


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Cuando la rionegrina Natalia Grossenbacher descubrió la historia de La Forestal, no solo encontró un episodio poco transitado de la historia argentina: encontró su propia genealogía. Su libro, “Santa Fe era una bota” es una crónica íntima y documental que reconstruye el pasado de su familia en los pueblos forestales que, durante más de medio siglo, fueron propiedad de una empresa británica. “Es la historia de un silenciamiento”, dice.

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