Memoria, recetas y legado: la filósofa rosarina que encuentra sabiduría y poemas en las cosas cotidianas
Belén Campero es poeta, filósofa, investigadora. Pero sobre todo es poeta. Mejor dicho, ve poesía allí donde dirige su mirada. A través de la editorial Serapis, rosarina como ella, acaba de publicar “La sabiduría de las bestias”, que podría leerse como un homenaje a las mujeres de su vida.
Del otro lado de la pantalla, Belén Campero tiene el pelo atado en un rodete alto, la boca pintada de rojo, una sonrisa. Habla sin apuro. Habla de filosofía -que es lo que estudió y lo que ejerce-, de poesía, que la define tanto como el título que tiene, del doctorado en Humanidades y Artes con mención en Filosofía, que obtuvo en la Universidad Nacional de Rosario, del post doctorado en Filosofía de la biología y de lo que hace hoy: un proyecto que se llama Ciencia Maravilla, con el que diseñó propuestas para enseñar microbiología primero para niños de sala cinco y ahora en un jardín de sala múltiple, con niños de cuatro, de tres, y hasta bebés.
En todo eso, la ciencia, la filosofía, la educación, lo más cotidiano, Belén Campero ve poesía.
La sonrisa la acompaña toda la entrevista. A ella, que en el libro que acaba de publicar “La sabiduría de las bestias” (Serapis, 2025), le rinde homenaje a las mujeres que la acompañaron en su vida, muchas de las cuales ya no están. La muerte también trae sabiduría, recuerdos, legado y memoria. De todo eso está hecho su nuevo libro, un poemario conmovedor, repleto de escenas tan cotidianas como las recetas que se transmiten de abuela a nieta, de experiencias compartidas, de espacios habitados no sólo por las mujeres que la acompañaron antes, sino también por las de ahora, como su hija. Su poesía vive en lo cotidiano

A su abuela, por ejemplo, le dedica un poema que termina así: “Si pudiera elegir un mapa/para despedirme del mundo/ seguiría el de sus manos”. O este otro, para Mercedes, que termina así: “Cada vez que quiero/un verano/busco tu casa”.
Su largo currículum incluye datos que parecen ajenos a todo, pero no. Por ejemplo esto: tiene una colección descatalogada de ramas, hojas, piedras, frutos y caracoles que junta de la calle o trae de sus viajes. Todo eso está detrás, en el escritorio desde el que habla con Lecton. Ahí también vive la poesía.
“Creo que la poesía aparece más fuerte con mi experiencia de maternidad. En ese momento me cayó esa ficha que se necesita para escribir. Entendí que se vive con la herida, con el dolor, y que tenemos recursos para vivir con ese dolor. No es que la poesía aparece en un sentido terapéutico, sino que la poesía aparece para mí como forma o como herramienta para recoger esos brillos, esas brillantinas que tiene la vida para que nosotras soportemos los dolores. Mi poesía intenta hacer esa colección de brillos que hacen que podamos sobrevivir. Y también, en general, pienso que todos tenemos de manera invisible una maleta de recursos amorosos, de recuerdos, de olores, de sensaciones. Voy en busca de eso. Hay que poder reconocerlo, abrir un campo perceptivo a través de la poesía, que te permita también reconocer en cualquier circunstancia esos matices que tiene la vida.
“La poesía aparece para mí como herramienta para recoger esos brillos, esas brillantinas que tiene la vida”.
Belén Campero
-Cada poema, excepto uno, está dedicado a mujeres de tu vida. Hay memoria, legado, y mucha cotidianidad también: poesía en las recetas, en un caracol. ¿Cómo fuiste armando esa sabiduría de las bestias, con ese mundo?
-Por un lado, yo tengo una meta muy presente: volver la filosofía parte de una escena cotidiana. La poesía y la filosofía, en ese sentido, no tienen mucha separación, porque la filosofía aparece para mí donde aparece la pregunta, y busco la pregunta en las escenas de lo cotidiano. Me gusta mirar lo que está cerca. Pero también es una estrategia: el tiempo para escribir es el tiempo de mirar lo que tengo cerca. Hacerle un lugar en cada momento, sin esperar el momento ideal. Aunque sí, tengo un archivo abierto todo el tiempo, y cuando puedo me meto ahí. A veces me encierro tres horas a corregir y salgo feliz. Pero la escritura es todo el tiempo.
-Los poemas hablan del legado, ¿cómo lo pensaste, como parte de la memoria?
—Sí, lo pienso más como memoria. La poesía es ese instrumento que deja que la memoria, el legado, esa receta, le dé un color distinto a la propia historia. Que logre conmover. Poner lo bello en un lugar especial es poder ponerlo en ese lugar donde pasan cosas que querríamos que no pasaran.
-La mayoría de los poemas están dedicados a tu abuela, a tu mamá, a tus hermanas. Pero hay uno dedicado a tu papá.
-Sí, es así, uno solo. Mi papá, que ya murió, era el único varón en una familia de mujeres. El poema surge de una visita al cementerio con mi hija, que me preguntaba por qué no íbamos más seguido. El lugar donde está enterrado es hermoso, con un naranjo al lado.
Yo había dejado de mirar hacia la rama paterna de mi familia. Pero antes de que muriera le hice muchas entrevistas, preguntas. Y así recuperé ese lado de mi historia que nunca me había detenido a contar. Y él siempre estuvo rodeado de mujeres: nosotros somos seis hijas, y él estaba feliz de eso, entonces me pareció que era lindo hacerle un homenaje a él.
—Hay mucho apego a lugares en tu libro. Más que lugares, pienso en la casa. En un poema decís: “Cada vez que quiero un verano, busco tu casa”. ¿Qué significa ese apego?
—Es el lugar seguro. La casa como refugio. Para que nazca la poesía tiene que darse eso: saber que hay un lugar a donde ir. O, si se quiere, la poesía es ese lugar. Es la casa, el caparazón del caracol que queda ahí para cuando lo necesitemos.
Hay memoria, hay legado, y hay duelos que atraviesan la escritura de Campero. El orden de los poemas del libro no es casual. Abre con “Relámpagos de lo invisible”, que describe a una madre que pierde la memoria, que dice, en la cuarta estrofa: “Los médicos dicen: lo perdido nunca/ se recupera”. Y el libro cierra con el poema “Y sin embargo un punto” que lleva un epígrafe de la poeta Chantal Maliard: “Todo se olvida, dicen/ No es cierto”.
Y no, no es cierto. Tiene razón la poeta.
Del otro lado de la pantalla, Belén Campero tiene el pelo atado en un rodete alto, la boca pintada de rojo, una sonrisa. Habla sin apuro. Habla de filosofía -que es lo que estudió y lo que ejerce-, de poesía, que la define tanto como el título que tiene, del doctorado en Humanidades y Artes con mención en Filosofía, que obtuvo en la Universidad Nacional de Rosario, del post doctorado en Filosofía de la biología y de lo que hace hoy: un proyecto que se llama Ciencia Maravilla, con el que diseñó propuestas para enseñar microbiología primero para niños de sala cinco y ahora en un jardín de sala múltiple, con niños de cuatro, de tres, y hasta bebés.
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