Desafíos estratégicos

Puesto que tanto las diversas facciones opositoras como el oficialismo están obsesionados desde hace años por los conflictos políticos internos, parecería que ningún dirigente de relevancia se siente demasiado preocupado por las cuestiones estratégicas que han sido planteadas por la evolución reciente de la economía internacional. Si bien muchos, encabezados por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, han procurado aprovechar políticamente la crisis actual imputándola a los norteamericanos o al «neoliberalismo» e insistiendo sobre la presunta necesidad de controlar más rigurosamente a los financistas y de ampliar el papel del Estado, a pocos se les ha ocurrido preguntarse lo que nos convendría hacer para enfrentar con éxito los desafíos que nos aguardarán en las próximas décadas. Aunque la mayoría de los especialistas nos informa, con razón o sin ella, que lo peor ya ha pasado y que las economías de casi todos los países reanudarán el crecimiento, esto no quiere decir que sólo haya sido cuestión de una pausa pasajera después de la que todo volverá a ser como antes. Es imposible pronosticar el futuro, pero siempre y cuando no ocurra ninguna catástrofe que cambie todo, parece evidente que el mundo tendrá que acostumbrarse a funcionar sin el motor norteamericano.

Desde 1979 y hasta hace muy poco la política económica de países como China se basó en su capacidad para satisfacer la voracidad del mercado de consumo de Estados Unidos, de lejos el más opulento del planeta, el que a su vez dependió de la voluntad de los demás, en primer lugar de los chinos, de prestarle dinero comprando cantidades ingentes de los bonos emitidos por el Tesoro norteamericano. Se prevé, pues, que además de procurar impulsar el consumo interno, China y sus vecinos intensificarán mucho sus esfuerzos exportadores en otras partes de Asia, África y, desde luego, América Latina, lo que supondrá un sinfín de dificultades para un país de tradiciones mercantilistas como el nuestro. Frente a la crisis provocada por el colapso financiero, el gobierno kirchnerista ha reaccionado tratando de obstaculizar las importaciones de bienes extranjeros, incluyendo los de tecnología avanzada que no estamos en condiciones de producir, sin inquietarse por el atraso resultante ni por el impacto en la calidad de vida de virtualmente todos sus compatriotas, pero la política así supuesta no será sostenible en el tiempo: además de las desventajas para los consumidores locales de ingresos reducidos de no poder acceder a bienes de alta calidad a precios razonables, de persistir el gobierno en el camino que ha elegido nos expondrá a las represalias de nuestros «socios estratégicos», empezando con Brasil y China, además de las impulsadas por la Organización Mundial del Comercio.

Mal que les pese a los muchos que imaginaron que el revés que a su juicio experimentó el neoliberalismo significaría el inicio de una época más benigna en que el Estado se las arreglaría para privar a los mercados de su poder, todo hace prever que la economía internacional poscrisis será mucho más competitiva que la que se frenó abruptamente a causa del terremoto financiero que tuvo su epicentro en Estados Unidos pero que, con rapidez fulminante, tuvo repercusiones dolorosas en el resto del planeta. Aun cuando los países ricos recuperen pronto el ingreso per cápita en términos de poder adquisitivo del que disfrutaron en el 2008, muchos de ellos se verán obligados a reducir drásticamente sus importaciones y a exportar mucho más. Así las cosas, ya parece evidente que el período de «viento de cola» que tanto nos ayudó entre el 2002 y el 2008 fue decididamente atípico y que el gobierno actual nunca se dio el trabajo de pensar en qué hacer en cuanto llegara a su fin. Si bien hay buenos motivos para suponer que los precios de los commodities se mantendrán altos, por cierto tiempo no podremos aprovechar plenamente los beneficios resultantes debido a la hostilidad insensata del gobierno kirchnerista hacia todo lo vinculado con el campo y a las consecuencias lógicas de una política energética increíblemente miope: si están en lo cierto los agoreros y nuestro país se ve constreñido a importar trigo, carne, petróleo y gas, la prevista recuperación de la economía mundial no nos ayudaría sino que, por el contrario, nos resultaría perjudicial.


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