Escapar a la pobreza es cada vez más difícil en Argentina

Una familia necesita $95.000 para no ser pobre. Los datos muestran que en los últimos cinco años se agravó la situación y el piso a perforar es cada vez más alto.

Carencias. La dificultad para satisfacer necesidades básicas es estructural y va mucho más allá de la ausencia de ingresos.

Poder captar de la manera más exacta posible lo que sucede a nivel social, es una de las principales cualidades que debiera tener cualquier persona que se adentre en la función pública.
Comprender lo que le sucede a la gente de a pie es esencial. En el momento en que quienes toman las decisiones pierden ese pulso, quedan automáticamente desconectados de la base de sustentación política que es fundamento de cualquier gestión de gobierno.


Ese termómetro es el que hoy señala que el conjunto de los ingresos en pesos, se muestra cada vez más impotente para satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de los argentinos.
El síntoma quedo a la vista una vez más esta semana al conocerse la “Valorización mensual de la canasta básica alimentaria (CBA) y de la canasta básica total (CBT)” publicada por Indec. La primera es la que se conoce como “línea de la indigencia” y la segunda como “línea de la pobreza”.


Según la estadística oficial, una familia de cuatro integrantes necesita de $95.260 por mes para no caer en la pobreza (CBT), mientras que esa misma familia necesita de $42.527 para no caer en la indigencia (CBA).
Realizar el contraste resulta bien sencillo, tomar decisiones que logren torcer el rumbo parece ser bastante más complejo.

Estructural. La pobreza en Argentina es un flagelo que trasciende las gestiones de gobierno y golpea a millones de personas.


Como respuesta a un proyecto de ley del Diputado Máximo Kirchner, el gobierno anunció la semana pasada el adelanto del aumento del Salario Mínimo Vital y Móvil (SMVM). El monto salarial mínimo se ubica hoy en $38.940. Según el decreto presidencial, el mismo pasará a ser de $45.540 en junio y de $47.850 en agosto.
La conclusión es sencilla: una familia que percibe un solo salario mínimo, hoy es indigente, es decir no reúne lo que necesita para poder comer cada mes.


Un segundo contraste surge con las jubilaciones. El haber mínimo se ubica hoy en $32.630,40 y aumentará hasta los $37.524,96 desde junio. Significa que la familia de un jubilado que cobra la mínima ni siquiera podría escapar a la indigencia con el aumento del mes de junio.

El acostumbramiento y el valor de la estadística


Existe un momento en que la repetición de una situación y el hecho de convivir bajo determinadas condiciones por un extenso lapso de tiempo, generan cierto acostumbramiento.
Se pierde lentamente la capacidad de sorpresa, y más tarde el tenor de gravedad de ciertos datos de la realidad.


Algo por el estilo es lo que sucede en nuestro país con la pobreza. El hecho de que cuatro de cada diez argentinos no logre satisfacer sus necesidades básicas, lentamente se ha naturalizado.
Es evidente que el haber sostenido altísimos niveles de pobreza e indigencia durante décadas, ha hecho de las carencias un problema estructural con el que se convive. Lejos de generar mecanismos para erradicar la pobreza, la clase dirigente ha dedicado años a gestionarla.


La sociedad en su conjunto, parece haber aceptado el escenario, y lejos está de revelarse al statu quo que impone carencias sistémicas.
Los números en tanto, no dejan lugar a dudas. Pueden quizá ser materia de interpretación respecto al origen político y contextual. Pero son elocuentes en cuanto a la evolución de los agregados: la pobreza se incrementó entre un 10% y un 15% en los últimos 5 años.


Contar con estadísticas certeras y confiables es un elemento crucial como punto de partida si lo que se busca es hallar una verdadera solución.
En el año 2007 el Indec comenzó a manipular la estadística de precios, la consecuencia inmediata fue la sub estimación del valor de la CBA y la CBT, lo que como corolario tuvo la sub estimación de la pobreza. Cuando eso no alcanzó para tapar el sol con la mano, en el año 2013 el organismo directamente suspendió la publicación de las estadísticas de pobreza e indigencia.

Lejos de generar mecanismos para erradicar definitivamente la pobreza, la clase dirigente ha dedicado años a gestionarla.


Durante todo ese periodo entre 2007 y 2016, año en que regresaron las estadísticas oficiales, el relevamiento realizado por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), fue el indicador de pobreza más confiable, tal vez el único.


Los críticos señalan que la canasta utilizada por la UCA para cuantificar la pobreza es más cara que la utilizada por Indec. Ello arroja niveles de pobreza más altos. No obstante, el hecho de haber sostenido la misma lógica de medición a lo largo del tiempo, convierte a la medición de UCA en más estable y comparable.


Eso además de la concepción multidimensional del estudio realizado por la UCA, que no solo considera pobreza la incapacidad de reunir ingresos, sino también las carencias de acceso a la vivienda, al agua potable, a la educación, o al esparcimiento.

Datos crudos


El Observatorio de la Deuda Social de la UCA dio a conocer este mes el documento titulado “Desigualdades estructurales, pobreza por ingresos, y carencias no monetarias desde una perspectiva de derechos”. Allí se detallan los datos de pobreza e indigencia para el cierre del año 2021.


El gráfico que acompaña la nota permite obtener una serie de conclusiones. En el mismo se aprecia la serie completa de datos desde el año 2010 en adelante. Además, incorpora desde 2016 la comparación con la serie de datos de Indec.


La primera lectura indica que entre 2017 y 2021, la pobreza por ingresos pasó del 28,2 al 43,8%, con un pico del 44,7% en el año 2020. Implica que en apenas cinco años, la pobreza se incrementó en 15,6 puntos porcentuales. Equivale a decir que el número de pobres creció un 55,3%, y en base a los resultados del censo de esta semana, a 7 millones de personas que pasaron a ser pobres en dicho lapso de tiempo.


De la misma forma, la serie de datos indica que la indigencia pasó del 5,7% al 9% entre 2017 y 2021. Significa que la indigencia aumentó 3,3 puntos porcentuales, lo que equivale a decir que la cantidad de gente que no logra comer en Argentina se incrementó un 57,9% en los últimos cuatro años (+1,5 millones de personas).


Una segunda lectura, permite observar que hasta 2015, la pobreza promedio en Argentina se ubicaba entre el 25% y el 30%. Con años más bajos y otros más difíciles, ese era el rango en el que se movían los datos.

Ese piso se trasladó desde hace un tiempo al 40%. La combinación de crisis de deuda más devaluación, inflación alta y sostenida, y pandemia, no hizo más que ampliar el universo de personas que padece carencias estructurales.


El segundo gráfico es todavía más elocuente. La serie de datos refleja la incidencia de la pobreza por estratos de edad. La tendencia al fuerte incremento de la pobreza desde 2017, se confirma. No obstante se amplifica la incidencia en los extremos de los estratos por edad.


Resulta así que hacia fines de 2021, el 14% de las personas mayores de 60 años es pobre en Argentina. Esa proporción llega a solo el 8% en 2017.
En el otro extremo, el 64,9% de las personas de entre 0 y 17 años, son pobres en Argentina. Esa proporción alcanzaba el 44% en el año 2017.


La conclusión es inequívoca: no solo la pobreza se ha incrementado de forma estructural en el último lustro, sino que castiga con más fuerza a los adultos mayores y a los niños.


El plus valor de la medición de la UCA es el enfoque hacia la pobreza multidimensional. El informe estudia seis dimensiones diferentes, mediante las cuales se busca abordar la problemática más allá de la cuestión ingresos. Los ítem bajo evaluación son alimentación y salud, acceso a servicios básicos, vivienda digna, accesos educativos, acceso a un medio ambiente saludable, empleo y seguridad social.


El estudio presenta un detalle pormenorizado en cada una de las dimensiones. Pero a grandes rasgos, la serie muestra que la situación de los hogares argentinos mejoró sensiblemente entre 2010 y 2021 en tres de las dimensiones: servicios, vivienda y medio ambiente. Por el contrario se agravó en el mismo lapso en las otras tres: alimentación, educación y empleo.


El informe indica además que las carencias multidimensionales inciden de forma muy desigual en base al estrato ocupacional. Las mismas prácticamente no inciden en el segmento profesional y medio no profesional, mientras que se profundizan en el segmento bajo integrado, y se disparan en el segmento bajo informal, donde las carencias multidimensionales alcanzar a dos terceras partes de la población.


Este último dato, deja una de las claves si lo que se busca es una solución definitiva a un flagelo estructural: la llave para erradicar la pobreza es incorporar a la población al trabajo registrado.


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