Balotaje presidencial: hora de la mesura
Los argentinos elegimos hoy al próximo presidente de la República, en un clima de polarización y agresividad que ganó fuerza en las últimas horas y podría complicar tanto el reconocimiento de quien sea ganador de la contienda como de los futuros consensos que sin dudas se necesitarán para sacar al país de la crisis actual.
Política y agotamiento
La dinámica electoral no ayudó. Los ciudadanos dan señales de saturación ante los mensajes de la política, tras más de un año continuo de campañas para comicios provinciales y municipales, las PASO, primera vuelta y ahora el balotaje. Este último, con un escenario de tercios configurado en las votaciones anteriores, hace que el triunfo de Sergio Massa o Javier Milei dependa de atraer a votantes que los apoyarán no tanto por sus virtudes personales o sus planes de gobierno, sino por “contraste”, o sea considerar que son la opción menos mala. Esto acentuó el perfil negativo de las campañas: alertar sobre defectos del rival o los peligros que representa su llegada al poder, más que los méritos propios, a veces de manera excesiva.
El filósofo y ensayista Daniel Innerarity, autor del libro “Una teoría de la democracia compleja” alertó a raíz del proceso español sobre una tendencia preocupante: la “política hiperbólica”, esto es la proliferación de discursos grandilocuentes, gestos exagerados y abuso del lenguaje bélico para describir las discrepancias en el espacio público. “La exageración en política ha generado un tipo de discurso en que se denuncian golpes de Estado y hay dictaduras inadvertidas por todas partes, se advierte de una confrontación civil inminente o nos enteramos que hay terroristas decidiendo nuestro destino colectivo” a la vuelta de cada esquina, señala. Se ve la llegada al poder como un “asalto” refundacional, y en este esquema los rivales consideran que el futuro gobierno será “ilegítimo” (si gana la izquierda o el “populismo”) o supone un inevitable y catastrófico retroceso democrático (si gana la derecha de cualquier tipo).
Mucho de esto hemos visto en los últimos días, con “campañas del miedo” algo exageradas y acusaciones de fraude sin pruebas, que ponen en duda un sistema de votación que, como vuelve a señalar este diario (ver páginas 4-5) es un ejemplo sólido de transparencia e imparcialidad en las últimas cuatro décadas, donde se han sucedido triunfos oficialistas y opositores, sin impugnaciones significativas de los resultados. Acusaciones sin fundamento, insultos, escraches y amenazas anónimas, hackeos de sitios web y campañas de desinformación en redes han enrarecido las instancias previas a la votación.
Es de esperar que, superada la campaña, la concurrencia a las urnas hoy transcurra en paz, con alta participación y sin objeciones. Es responsabilidad de la dirigencia política recrear un clima de confianza y respeto, dado que la paridad que anticipan las encuestas hace posible que no exista un ganador contundente en el recuento provisorio e incluso se deba esperar al definitivo.
Sería prudente no adelantarse con afirmaciones temerarias o acciones que pudieran alterar los ánimos.
Un analista político decía ayer: “Milei sueña con ser el nuevo Menem y Massa el nuevo Néstor Kirchner, pero es probable que ambos terminen siendo Duhalde” para graficar que llegarán al poder en plena crisis, sin mayorías en el Congreso y con gobernadores, intendentes y otros actores políticos con mucha capacidad de veto. En un contexto que reclama medidas urgentes para estabilizar una economía con una inflación del 138% anual, una caída del PBI del 2.5% este año, un peso que perdió 2/3 de su valor, pulverizando ingresos de las familias y un Banco Central sin reservas, cuya deuda crece exponencialmente para financiar un déficit público insostenible, como bien resumió el Financial Times.
La buena noticia es que “este país sí tiene arreglo” y tanto el clima como el contexto global ofrecen oportunidades para que Argentina se recupere. Mucho dependerá de que los líderes políticos puedan adoptar actitudes de mesura, tanto en la victoria como en la derrota, y de grandeza, para arribar a los consensos mínimos que necesita el país y tomar las decisiones difíciles y necesarias que lo saquen de la postración actual.
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