El adiós a doña Tica

Hay adioses que nos llenan el alma de sombras de invierno. Desde que la conocí en 1999, cada verano era un nuevo descubrimiento. Hay adioses que uno piensa que no van a llegar… uno se acostumbra tanto a la vida que lo contrario parece ridículo. Al menos, así fue con doña Tica, Filomena Ávila. Ella falleció anteayer donde siempre quiso estar, en su casa de El Manzano. Nacida en Mencué el 7 de julio de 1909, hija de Amalia Days y José Ávila. Tuvo 12 hermanos. Hacia 1912 viajó la familia a caballo hacia Cerro Policía, en cuyo trayecto Tica cuidaba una gallina en brazos. Ya en el lugar, sus hermanas Hortensia y Aurora amansaban caballos y Tica las acompañaba. En marzo de 1922 llegó la expedición del Museo de La Plata, liderada por el ya anciano paleontólogo suizo-argentino Kaspar Jacob (Santiago) Roth (1860-1924) y el geólogo alemán Walter Schiller (1879-1944), que moriría en lo alto del Aconcagua. Don José, ocupado con las cosas del campo, le pidió a su hija Tica, de 13 años, que ayudara y guiara a los científicos. Dos años después, se mudaron a “La Chacra”, en Valentina Sur, Neuquén, para que “los muchachos” recibieran educación ya que su papá, Don José, leía mucho. Tica no fue a la escuela, pero aprendió a leer y escribir de sus hermanos, en especial Demetrio. De la escuela, al lado de la Torre Vitale, Tica recuerda una habitación atestada de libros “muy importantes”, entre ellos “El médico en casa”. Sembraban habas y araban con ayuda de una mula. Las muchachas lavaban y planchaban ropa de la cuadrilla vial y sus hermanos llevaban y traían encargos. Luego Tica conoció a Manuel Montoya, con quien tuvo tres hijos: José, Aurora y Miguel, a los que debió criar casi sola. Luego conoció a Luis Pincheira, de Aluminé, con quien tendría a Miguel, Eugenio y Delia. Luis trabajaba en las vendimias, repartía leche del tambo de su hermano, y otros trabajos. José Ávila compró de nuevo El Manzano a Tamborindegui para su hijo Eliseo. Tica volvió a la casa de La Chacra, donde nace Rosalinda. Tica y Luis se van a trabajar como encargados a la Estancia Las Perlas y luego vuelven a la casa de La Barda, para cuidar “animales a medias” con el tío Eliseo. Allí nacen los hijos más pequeños: Evaristo, Mirta e Irma. Todos los hijos cooperaban en subir a cuidar las chivas y juntarlas, pero Delia y Luisa eran las encargadas de juntar los carneros. Ahí los chicos hacían los 7 km hasta la escuela en Cerro Policía, dejando las alpargatas viejas en un molle para continuar camino con el calzado más nuevo. Luis comenzó a administrar el campo de El Manzano, que luego compraría. Tica se queda un tiempo en su huerta de la Casa de la Barda, y luego se muda definitivamente a El Manzano, donde siguió recibiendo las permanentes visitas de su enorme familia, con nietos, bisnietos y tataranietos, que se acercan a respirar la inigualable atmósfera de la vieja casa y de sus docenas de amistades, unidas por el afecto. Esta reseña de su historia fue principalmente recopilada por una de sus nietas. A nosotros, los “buscahuesos” nos esperaba cada verano, como a alguien más de su familia, y nosotros disfrutamos enormemente de su afecto y sus historias al lado de la económica Istilart. En 2003 ella nos dijo cómo llegar a los huesos del dinosaurio que luego llamaríamos Bonitasaura, y luego nos guió don Epifanio Parodi, que ya nos dejó hace unos años. Tuve la suerte de volver a estrechar sus manos hace solo unos meses y de saber que me reconocía aún, con sus 103 años. Ella contribuyó con nuestra ciencia dos veces, en 1922 para el Museo de La Plata y desde 1999 para el Museo de Cipolletti. Nuestro país le debe. La Provincia de Río Negro le debe parte de su patrimonio natural. Pero además, de doña Tica nos queda muchísimo. Enseñanzas, afecto, y una calidez en el corazón que nunca se irá. “Tengo siete vidas como el gato”, decía la abuela Tica, y remataba con su característica sencillez: “cuando uno va a morir…muere”. (*) Paleontólogo

PERSONAJE

Sebastián Apesteguía (*)


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